sábado, 7 de agosto de 2010

Violeta Parra


Violeta del Carmen Parra Sandoval nació el 4 de octubre de 1917 en San Carlos, localidad ubicada al sur de Chile, en la región del Bío-Bío. Su interés por las artes lo heredó de su padre, Nicanor Parra, quien era profesor primario y destacado folklorista. Durante el primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo cientos de empleados fiscales fueron exonerados, entre ellos el padre de Violeta, razón por la cual la familia Parra Sandoval debió partir a Chillán en 1927. Los hijos de la familia comenzaron precozmente a mostrar su inclinación hacia el espectáculo, disfrazándose, cantando y montando presentaciones en las que cobraban entrada a los niños del barrio. En este contexto, Violeta comenzó a tocar guitarra a los 9 años y a los 12 ya compone sus primeras canciones.

La precaria situación económica de la familia llevó a Violeta a cursar la primaria y sólo un año de instrucción en la Escuela Normal. Tuvo que dejar sus estudios y se dedicó al trabajo en el campo para ayudar en su hogar. Violeta y su hermano Lalo, se dedicaron a cantar en restaurantes, circos, trenes, calles e incluso en burdeles.

Luego de la muerte de su padre en 1929, Violeta se fue a vivir a la capital, Santiago. Ahí intentó retomar sus estudios en la Escuela Normal de Niñas, pero los abandonó al poco tiempo para continuar cantando en bares y quintas de recreo junto a su hermana Hilda, con la que conformó un grupo de música folklórica llamado “Las Hermanas Parra”.

En 1938 contrajo matrimonio con Luis Cereceda, con quién tuvo dos hijos, Isabel y Ángel. Junto a ellos se dedicó a recorrer distintos lugares de Chile, interpretando canciones en teatros y boliches. En 1948 se separó de Cereceda y continuó su vida itinerante por el territorio nacional.

A inicios de la década de 1950, Violeta comenzó a investigar la tradición musical de diversos barrios de Santiago, comenzando así una tarea que mantendría durante toda su vida: el rescate de la cultura popular chilena. Siempre junto a su guitarra, Violeta Parra recorrió Chile rescatando el folklore campesino. La recopilación que realizó, constituye uno de sus grandes aportes, ya que fue capaz de recuperar gran parte de la tradición chilena que no tenía posibilidad de ser registrada.

En 1953, Violeta fue contratada por la Radio Chile para una serie de programas que le permitieron ser reconocida en el ambiente folklórico nacional. Ese año grabó dos de sus canciones más conocidas: Casamiento de negros y Qué pena siente el alma. En 1954 obtuvo el premio Caupolicán, como premio a la folklorista más destacada del año. Luego de ganar este premio fue invitada al festival juvenil de Varsovia y aprovechó la ocasión para recorrer diversos países de Europa. En París se asentó durante dos años, siendo muy bien acogida en radio y televisión. En Francia grabó sus primeros discos como solista.

Violeta retornó a Chile en 1956 y un año después se trasladó a Concepción, ciudad en la que fundó y dirigió el Museo de Arte Popular. En 1958 volvió a Santiago y diversificó su actividad artística, realizando cerámicas, pinturas al óleo y arpilleras. Entre 1961 y 1965 regresó a París, aprovechando la oportunidad para dar a conocer el trabajo de sus hijos Ángel e Isabel y grabando canciones muy relevantes para su carrera, como Paloma Ausente y Arriba Quemando el Sol. En 1964 expuso sus óleos, arpilleras y esculturas de alambre en el museo del Louvre en París, siendo la primera vez que un artista latinoamericano realizaba una exposición individual en este prestigioso museo. En esa misma época, Violeta escribe el libro Poesía popular de Los Andes y es filmada en Suiza en el documental Violeta Parra, bordadora chilena, siendo éste uno de los escasos registros audiovisuales que se tiene de ella. Es en ese país donde conoció al musicólogo suizo Gilbert Favré, el cual se convirtió en el gran amor de su vida. A él le dedicó canciones de amor y desamor, como Corazón maldito y Que he sacado con quererte.

Muchas de sus canciones en esta época tienen un fuerte contenido social, de crítica al sistema imperante y resistencia ante el autoritarismo y las desigualdades. En este sentido, algunos de los títulos más representativos son: Miren cómo sonríen, Qué dirá el Santo Padre y Arauco tiene una pena.

En 1965 Violeta Parra regresó definitivamente a Chile e instaló una gran carpa en la comuna de La Reina, junto a sus hijos Ángel e Isabel, y destacados músicos chilenos como Víctor Jara, Patricio Manns y Rolando Alarcón. El gran objetivo de Violeta fue convertir ese espacio en un gran centro cultural en el que se difundiera el folklore nacional y latinoamericano. Sin embargo, la respuesta del público no fue lo suficientemente entusiasta y no existió el apoyo suficiente para la consecución de su objetivo. En 1966 viajó a Bolivia y escribió sus últimas canciones, entre las que se encuentraban Volver a los 17, Gracias a la vida, El Rin del Angelito y El Albertío.

Al cumplir los 50 años de vida, en 1967, Violeta Parra se suicidó en la Carpa de La Reina. Su legado es inconmensurable. Fue una artista multifacética, que logró plasmar en su obra su profundo compromiso con el ser humano. La universalidad de su obra es reflejo de una vida completa dedicada a rescatar las raíces y la memoria colectiva de Chile y el continente americano.

“Autobiografía en verso” (Violeta Parra)


Pa’ cantar de un improviso
Se requiere buen talento,
Memoria y entendimiento,
Fuerza de gallo castizo.
Cual vendaval de granizos
Han de florear los vocablos,
Se ha de asombrar hast’el diablo
Con muchas bellas razones,
Como en las conversaciones
Entre San Peiro y San Paulo.

También, señores oyentes,
Se necesita estrumento,
Muchísimos elementos
Y compañero ‘locuente;
Ha de ser güen contendiente,
Conoce’or de la historia;
Quisiera tener memoria
Pa’ enteblar un desafío,
Pero no me da el sentí’o
Pa’ finalizar con gloria.

Al hablar del estrumento
Diríjome al guitarrón,
Con su alambre y su bordón
Su sonoro es un portento.
Cinc’ ordenanzas le cuento
Tres de a cinco, dos de a tres,
Del clavijero a sus pies
L’ entrasta’ura ‘legante,
Cuatro diablitos cantantes
Debe su caja tener.

Y pa’ cantar a porfía
Habrá que ser toca’ora,
Arrogante la cantora
Para seguir melodía,
Garantizar alegría
Mientras dure’l contrapunto,
Formar un bello conjunto
Responder con gran destreza.
Yo veo que mi cabeza
No es capaz par’ este asunto.


Por fin, señores amables,
Que me prestáis atención,
Me habéis hallado razón
De hacerle quite a este sable;
Mas no quiero que s’entable
Contra mí algún comentario,
Pa’ cominillo en los diarios
Sobran muchos condimentos.
No ha de faltarm’ el momento
Que aprenda la del canario.


Muda, triste y pensativa
Ayer me dejó mi hermano
Cuando me habló de un fulano
Muy famoso en poesía.
Fue grande sorpresa mía
Cuando me dijo: Violeta,
Ya que conocís la treta
De la vers’á popular,
Princípiame a relatar
Tus penurias “a lo pueta”.

Válgame Dios, Nicanor,
Si tengo tanto trabajo,
Que ando de arriba p’abajo
Desentierrando floclor.
No sabís cuánto dolor,
Miseria y padecimiento
Me dan los versos qu’encuentro;
Muy pobre está mi bolsillo
Y tengo cuatro chiquillos
A quienes darl’el sustento.

En ratitos que me quedan
Entre campo y grabación,
Agarro mi guitarrón,
O bien, mi cogot’e yegua;
Con ellos me siento en tregua
Pa’ reposarme los nervios,
Ya que este mundo soberbio
Me han destinado este oficio;
Y malhaya el beneficio,
Como lo dice el proverbio.

Igual que jardín de flores
Se ven los campos sembra’os,
De versos tan delica’os
Que son perfeutos primores;
Ellos cantan los dolores,
Llenos de fe y esperanzas;
Algotros piden mudanzas
De nuestros amargos males;
Fatal entre los fatales
Voy siguiendo estas andanzas.

Por fin, hermano sencillo,
Que no comprendís mi caso;
No sabís que un solo lazo
Laceo un solo novillo.
Pica’o tengo el colmillo
De andar como el avestruz,
Sin conseguir una luz,
Ni una sed de agua siquiera.
Mientras tanto, la bandera
No dice ni chuz ni muz.

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