miércoles, 25 de agosto de 2010

Escribir el diario de vida

Emilio Pérez Vílchez
Maestro y Doctor en Pedagogía

epevi@hotmail.com

1. ESCRIBIR
Cuando uno aprende a hablar, no para en toda su vida a menos que fuerzas mayores se lo impidan. Hablar es una actividad frecuentísima.
Cuando se aprende a leer, constantemente y durante toda la vida anda uno leyendo, ya sean los anuncios de la calle, las indicaciones del manejo del ventilador o cualquier cosa; pero leer es una actividad menos ejercitada que hablar: se habla más que se lee.
Cuando, por fin, uno aprende a escribir, puede pasarse toda la vida sin apenas haber escrito nada. La actividad de escribir, por lo general, es menos practicada que la lectura, y no digamos que el hablar. Uno puede morir y permanecer inédito como escritor, pues aquello de escribir un libro, es algo más difícil que plantar un arbolito y tener un hijo, como decía tan afamado refrán. Podemos cumplir fácilmente estos dos últimos tercios del refrán, pero se hace cuesta arriba cumplir el primero.
Se habla muchísimo, no se lee gran cosa, y se escribe menos.
Al comienzo de cada año escolar, los maestros programan con renovado interés el objetivo de dialogar en clase. Cualquiera de ellos sabe que una de las actividades más queridas del alumnado es hablar, de todo, de cualquier cosa, sin ton ni son, por cualquier motivo. Los motivos para hablar apenas si hay que buscarlos, se encuentran fácilmente y sólo cabe abrir el diálogo para que el parloteo de los niños se haga un vendaval de palabras. Hablar es un placer que la escuela no tiene necesidad de incentivarlo para que se produzca.
Leer es una actividad que precisa una intención, la de ponerse a leer, y es una obligación que se le plantea al alumno todos los días. El maestro se programa como finalidad que mantenga durante toda su vida el hábito de la lectura, siga leyendo cuantos más libros mejor.
Quizás, en la escuela, no se hace suficiente hincapié en escribir con la sana intención de que el alumno lo practique durante toda su vida. No todos los maestros proyectan esta intención en su programación o en su práctica, aunque si se les propusiera, lo considerarían totalmente deseable.
Hablar casi no necesita intención, leer suele exigir un cierto esfuerzo, escribir, aunque se tengan intenciones, puede resultar bastante difícil y complicado si no tenemos la costumbre de hacerlo con cierta regularidad, lo mejor es que sea diaria.
Pero hay que aclarar lo que se entiende aquí por escribir, que no es apuntar la dirección de un amigo, ni hacer la lista de la compra, no. Escribir es para nosotros contarnos lo que nos ocurre, lo que nos pasa en la vida, explicarnos las circunstancias que nos rodean, reflexionar, comunicarnos los hallazgos científicos que vayamos descubriendo. Esto es
escribir, lo demás es garabatear, copiar, emborronar un papel con letras, que son cosas necesarias en la vida, pero algo muy diferente a lo que nosotros entendemos por escribir.
Leer es una necesidad objetiva que la sociedad solicita desde todos sus rincones, ello nos exige leer más que escribir, pero el hecho de ser, aparentemente, menos necesario escribir, no nos puede servir de excusa para no escribir nada. Escribir, lo mismo que leer, puede ser un hábito y una necesidad que nos viene impuesta desde el fondo de nuestra personalidad y que se ha forjado en la escuela, donde se han ido poniendo los primeros y más seguros peldaños.
Escribir es una tarea ardua, exige mayor trabajo y disposición que el leer, pero al mismo tiempo, le asisten razones de corte pedagógico para que le concedamos un lugar preferente en la escuela. Recordemos algunas de estas razones.
Leer es una actividad más pasiva. No requiere de principio ordenar ideas, ya vienen ordenadas en la lectura; tampoco requiere expresar las ideas, pues esos dos trabajos se los había tomado antes el escritor que compuso la lectura. Esto no quiere decir que leer sea una actividad pobre, todo lo contrario, pues en un segundo momento toca al niño expresar lo que el escritor dijo, lo que quiso decir, ordenar las ideas que el escritor expuso, imaginar, evocar, contrastar otros mundos con la lectura que se ha hecho, etc., pero siempre iremos de la mano y siguiendo el primer paso que inició el autor. Leer es contemplar un cuadro, escribir es pintar ese cuadro
Lo escrito siempre es anterior a lo leído, antes de leer ha habido un trabajo escritural y exige un mayor número de operaciones mentales, es una tarea más compleja y reflexiva. Por tanto, nos parece muy adecuado que el niño desarrolle una fuerte actividad escritural.
Si el maestro programa y practica diariamente en la escuela el hecho de escribir –entendido como narración de nuestra vida, reflexión sobre ella, etc.- ese acto se convertiría paulatinamente en una actividad que se hace con naturalidad, que se dominará más fácilmente (lo mismo que el hablar) y, se practicará, en muchas ocasiones, con deleite (lo mismo que el leer). La condición es que además de ser una actividad diaria, se rodee con estímulos positivos y se incentive con motivos sociales.
Pero es que, además, es un ejercicio superior, en cuanto a originalidad se refiere, que el leer. Uno puede tener sus lecturas personales, que nunca serán “originales” de uno mismo, lo son del escritor. Digamos que, el cultivo de la creatividad puede ser uno de los efectos que proporciona el escribir.
Alguien tan importante para la escuela como Manuel B. Cossío decía que el niño debía entrar en clase “sólo para reflexionar y para escribir lo que en su espíritu permanezca o en él haya brotado, trazando así espontánea y naturalmente el único libro de texto que ha de estar a su alcance”.

2. EL DIARIO DE VIDA
“-¿Cuándo hay que empezar a escribir en serio? (...)
- Cuanto antes mejor –dijo al fin a la autora, después de pensarlo unos instantes.
- Pues me voy a mi casa – repuso la chica, dispuesta a no perder ni un minuto más en charlas inútiles y a empezar el trabajo inmediatamente”.

No sabríamos decir si el Diario de Vida fue un planteamiento teórico que después aplicamos en clase, o fue una realidad práctica sobre la que después hemos ido teorizando, o si los dos procesos se realizaron de forma simultánea y conjunta influyéndose el uno sobre el otro. La verdad es que ahora, pasado un tiempo, no nos acordamos ni queremos precisar. Es posible que fuera una idea tomada de la literatura, envuelta en una situación pedagógica que consistía en realizar una especie de biografía escolar hecha por el niño. Luego, esta idea fue creciendo, e inevitablemente los conceptos pedagógicos trascendieron y cobraron más importancia que las ideas literarias y todo se convirtió en biografiar la vida en la escuela. Esto es lo que pretende el Diario de Vida.
El Diario de Vida fue en sus inicios una experiencia realizada en un colegio de compensatoria con niños de sexto cuyo nivel de conocimiento era bajo, su ritmo de trabajo lento, sus comportamientos culturales eran, en cierta medida, distintos al estándar. La experiencia fue satisfactoria. Poco después el Diario de Vida se llevó en otro colegio, también de compensatoria, con niños de segundo, con ritmos de trabajo superiores a los anteriores y mayor motivación. La experiencia con estos últimos se puede calificar de muy agradable para los niños y para el maestro. Preferimos llamarla agradable (palabra casi desaparecida del vocabulario profesional), en su versión de placentera, porque fue una gozada. Más tarde se ha ido aplicando en los distintos cursos por donde ha pasado quien esto escribe.
En una exposición descriptiva, cómo esta, tenemos que decir que los niños lentos han mejorado, pero han seguido siendo lentos; los que no sabían escribir han mejorado, pero no se han puesto a nivel de los más adelantados... Los problemas subsisten en las escuelas, y el Diario no se ha mostrado como aquel deshacedor de entuertos o medicina quijotesca de Fierabrás que todo lo curaba. Humildemente hay que decir que todavía se está lejos de aquellos remedios casi mágicos que resolvían todos los problemas en las escuelas. Pero sí se dirá, que el Diario provoca mayor motivación, y es un tiempo esperado con agrado por parte de los alumnos y también por el maestro.
Hemos insinuado, pero precisado poco, lo que es en el vocabulario del que escribe un diario escolar o Diario de Vida. Lo vamos a resolver de inmediato bajo este epígrafe y, después, en los siguientes explicaremos cómo se hace y qué se escribe en él.
El Diario de Vida es un diario escrito por el niño, donde cuenta su propia vida, la vida escolar que padece o agradece y todo lo que él considera necesario y conveniente. Lo hace durante un tiempo que en clase y en una libreta especial dedicada a este fin.
Volviendo a la cita textual donde Montserrat Del Amo nos dice que la niña se marchó rápidamente a escribir “a su casa” para empezar el trabajo escritural “inmediatamente”. Si la autora conduce a la niña hasta su habitación, es que piensa que la escuela no le da muchas oportunidades para escribir; luego entonces, toca a la escuela demostrar que ese deseo y gusto por la escritura lo aprovecha y realiza entre sus paredes y bajo sus techos.
Queremos decir dos cosas, que la escuela debe acoger los deseos de escribir de sus niños y que esta escritura debe ir más allá de lo que es la ortografía y ser la expresión de los significados personales del alumno.

2.1. Cómo se hace el diario de vida
Explicaremos cómo se hizo en nuestra clase, pues cada cual puede adoptarlo y confeccionarlo de manera diferente.
Recién entrados los niños en el aula, se les daba diariamente los diez o quince minutos del comienzo de clase para que escribieran lo que quisieran sobre su vida, las cosas que les habían ocurrido antes de venir a la escuela, sobre sus pensamientos, etc. El tema de escritura, independientemente de que algunas veces estuviera aconsejado, es totalmente libre. Al principio de ponerlo en funcionamiento, hubo cierta turbación y duda sobre todo en los alumnos menos decididos (quizás también más atrasados), pero pronto dirigieron su escritura hacia cuestiones que a ellos les inquietaban o interesaban: si iban a tener gimnasia aquel día, si podrían salir al recreo, etc., preocupaciones lógicas. En los primeros días de su puesta en práctica, hubo monotonía en algunos escritores que día tras día pusieron las mismas cosas. Cuando surgía un nuevo tema que no se había tratado con anterioridad le concedíamos bastante importancia por ser distinto, se comentaba públicamente, y se animaba al alumno a seguir por ese camino, que es lo que dicta el sentido común.
Mientras los niños están escribiendo, el maestro realiza dos tareas con cada individuo. Una es la de ir corrigiendo las oraciones que están mal expresadas o mal construidas sintácticamente, trabajo bastante laborioso, pues la técnica empleada es pedirle al niño que la exprese o la construya bien, a veces ocurre que no acierta y no hay más remedio que sugerírsela nosotros o incluso, decírsela abiertamente (esto y otras cosas es enseñar). Otra función que se realiza simultáneamente es supervisar las faltas de ortografía. La técnica de corrección consiste en señalar la falta, y que el alumno descubra por sí mismo la regla o razón por la que está mal escrita y subsane el error.
Pasados los quince o veinte minutos que dura la escritura y la corrección, cada uno lee a sus compañeros lo que ha puesto en su Diario de Vida. Leerlo es voluntario, aunque prácticamente todos están dispuestos a hacerlo sin el menor asomo de vergüenza, pues los niños pequeños no tienen apenas privacidad o el espacio que ocupa es muy pequeño, los mayores muy pocas veces tienen reparo, pero como es voluntaria su lectura, quien no quiera, no lo lee en público respetándose su decisión.
Por lo general, es conveniente que se hagan algunos comentarios o reflexiones sobre aquello que se escribe y se ha leído en voz alta. Encargados de ello serán los propios compañeros del lector y el maestro, quién resaltará o se detendrá en aquellos puntos que convengan a la clase, dará turnos de palabra para que los compañeros intervengan en las conversaciones que se originan tras la lectura.
El espacio de tiempo dedicado a la lectura y discusión del Diario de Vida nos sirve de conversación inicial, que es conveniente sostener con los niños de cursos inferiores recién entrados a clase. Por otra parte, estos diálogos suplen a la asamblea de clase, que se hace en ese momento y a diario. Así, conversación inicial y asamblea de clase tienen como base lo escrito, que es una de nuestras pretensiones, y no lo oral.
El escribir, cómo hemos dicho antes, es una tarea reflexiva, necesita mayor detenimiento que la conversación; por tanto, el Diario de Vida Escolar nos sirve para ambas cosas: escribir y ayudar a la reflexión.
Otra cuestión de la que debemos hablar es la extensión que se da al Diario de Vida. Como se dan de unos quince a veinte minutos para escribir, en ese tiempo, algunos niños hacen varios renglones, otros menos, y a veces nos encontraremos a la hora de corregir esa actividad que hay algunos que no han empezado siquiera. Hay que ser pacientes, aunque también exigentes, pues al principio se les permite, pero progresivamente se les irá pidiendo que escriban algo, aunque sea poco. Aquí la regla es que quién tiene más deseos, interés y habilidad, hará sus textos más largos; quién tiene menos, los hará más cortos, es tarea del maestro animar a la escritura. Tenemos al experiencia de una niña de segundo que empezó escribiendo tres renglones, y al final se convirtieron en veintiocho renglones y más de su diario, lo que ya es escribir en segundo.

2.2. Qué escribir, qué escriben los niños en el diario de vida
¿Qué escribe un niño de siete años? Hay que suponer que escribe de lo que le interesa, de lo que le preocupa, de aquello que le alegra. Escribe de la vida misma, de su vida y de la de otros. Un niño de siete años realmente escribe sobre sus enfermedades, la enfermedad del maestro, del temor a quedarse sin gimnasia, una carta a los Reyes Magos, retazos de sus biografía, de los recuerdos que tiene sobre el pasado más inmediato, y de tantas otras cosas.
Juan Carlos, el nombre es ficticio, fue un niño que cumplió a rajatabla lo de ver la vida igual todos los días, repitió treinta veces la frase Hoy he venido al colegio y he puesto la fecha. Así un día, y otro día, y otro día. Recuerdo perfectamente que una mañana me dijo que no sabía qué poner en el Diario y le respondí que pusiera lo más obvio, lo que hacía cada día. Y mientras otros miraban a todas partes para inspirarse con temas diversos, Juan Carlos miraba siempre al mismo sitio. No diré que esto sea bueno, pero resultó útil para su ortografía, pues de tanto repetir la misma frase quedó cincelado en su mente la versión ortográfica de cada palabra: “hoy” lo escribió siempre con “h” y con “y”, el pretérito perfecto del verbo ir nunca olvidó que era con “h”, “ido”, palabra maldita que a veces se malescribe con “h” nunca tuvo secretos para Juan Carlos, colegio tuvo su ”g” y jamás la puso como otros compañeros con “j”. A Juan Carlos sus repeticiones lo llevaron a esa situación de seguridad ortográfica con determinadas palabras. Le pasó lo que aquel que tiraba piedras a la Luna, nunca le dio, pero fue quien mejor tirador de piedras en su pueblo.
Volviendo a la historia del alumno, diremos que finalmente el maestro, a la de treinta y una vez logró que orientara su mirada hacia otras situaciones, y puedo contaros que Juan Carlos, que incluso era más bien lo que se entiende por un niño listo, pero cómodo, escribió de otras cosas. Juan Carlos, para entendernos, era un pachorra.
La experiencia anterior puede hacernos pensar que los niños siempre escriben de lo mismo. Aunque haya algunos que no son muy originales, sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad. Lo vamos a ver con unos ejemplos sacados del Diario de Vida de Francisco, que era de los más atrasados de la clase de segundo.
Francisco trabajaba poco y había que recurrir a determinadas “sutilezas” para que trabajara. Un día puso en su Diario: Yo voy a trabajar para que me dé un regalo el maestro, y no voy a parar de trabajar. Se ve que la finalidad era obtener la “sutileza” del regalo, pero él tenía que aportar su trabajo.
Francisco, era muy dado a contar su estado de salud y desventuras: Hoy he amanecido con un dolor de muelas. Podía ocurrir que su máxima aspiración no se cumpliera y eso le preocupaba mucho: Hoy está chunguillo el día. Maestro, ¿vamos a salir al recreo?, porque cómo el día está chunguillo, me parece que no vamos a salir al patio. Tenemos Gimnasia y faltan cinco minutos. Tanto el recreo como la Gimnasia peligraban por una lluvia inoportuna.

También aparece la solidaridad, el agradecimiento y la alegría en el Diario de Francisco: Jesús, me va a ayudar a trabajar, y continuó diciendo: Gracias, Jesús, por dejarme el lápiz”. Otra vez ocurrió algo en clase, que ni recuerdo, y me interpeló leyendo la frase que había escrito en su diario: Maestro, ¿te has quedado patidifuso? Las excursiones las recuerda nuestro alumno con agrado y alegría: Compañeros, ¿a que nos lo pasamos muy bien en el campo? El último día de clase Francisco terminó con esta frase: Maestro, ¿ya no te voy a ver nuca? Escribió “nuca” por “nunca”, y así quedó en su diario, ahora que lo leo, veo que no puede corregírselo.
Hay otros niños, ahora repasamos algunas parrafadas del Diario de Joshua, prefiero que el nombre sea imaginario, que se hacen preguntas existenciales: Maestro, ¿los dientes se caen solos? El curso segundo es el de los dientes, más de una pregunta encontramos en los diarios relacionada con ellos. Mayor preocupación denota y ofrece el texto siguiente: Mi madre está malita de la cabeza, y lleva desde el domingo hasta hoy.
El amor también hace su aparición en tan tierna edad con características propias y libre de prejuicios: A Mario le gusta una niña y quiere ir a la catequesis conmigo para verla. Cuando la ve se pone un poco tonto.
Pero, al mismo tiempo, la niñez tiene sus ideales y sus aspiraciones como cualquier joven o adulto: Yo quiero cumplir mis sueños. Mi tito Vale es futbolista, y yo quiero ser cómo él. Habrá que imaginarse que sea buen o mal jugador su tito Vale, lo que importa es el liderazgo que algunas personas ejercen sobre Joshua. Terminamos con una afirmación categórica y existencial de nuestro alumno: Yo me retiro del fútbol hasta que se me cure la herida. El niño cumplió su promesa, la herida fue agradecida con la medicación empleada y el reposo del futbolero.
Si queremos que el niño escriba, en primer lugar, la escuela debe abrir un espacio exclusivo donde se cultive y aliente esa actividad. En segundo lugar, tiene que serle útil y servirle para contarse a sí mismo las cosas y a los demás compañeros. Esa es la potencialidad del Diario de Vida.

http://www.ugr.es/~recfpro/rev61COL2.pdf

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