lunes, 30 de agosto de 2010
La oralitura
EL PUENTE ANCHO Y AZUL DE LA ORALITURA (primer avance)
( Escribe Elicura Chihuailaf )
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Mis ex alumnos y alumnas de la Universidad en Temuko organizaron un concurso de poesía; me pidieron que oficiara de jurado y luego que presentara la edición -que ahora gestionan- de dichas creaciones. Más allá de la probable perfección o imperfección de los escritos presentados, les digo: a ustedes y a nosotros nos reúne la fe en la Palabra poética (y no me refiero sólo a los versos sino sobretodo a sus Sueños). El trabajo de la Palabra, como su totalidad en nuestra breve existencia, nunca concluye, siempre es perfectible, nos dicen. Lo que importa de verdad es el interés y la complicidad que demostraron tanto el joven impulsor del concurso como las jóvenes/los jóvenes participantes en él. Haber compartido tan hermoso gesto fue un regalo para mi espíritu; aire que me permitió constatar una vez más que en todo tiempo -y a pesar de la aparente pérdida del humanismo en el sistema actual de libremercado- la Palabra poética nos ayuda a persistir en el Azul de los Sueños, pues nos permite vislumbrar otra/s Palabra/s que siempre tímida/s, sencilla/s, resplandece/n en el misterio de la cima del Universo; la Palabra poética que nos ayuda a avanzar en el tan difícil arte de Escuchar. Lo ya dicho, escuchar la naturaleza y a los seres humanos que pasan o están a nuestro lado y aquellas/aquellos que viven en los libros y que nos hablan y nos enriquecen desde sus diversas visiones de mundo.
Así, por ejemplo, el escritor ruso (maestro de la literatura universal) Máximo Gorki, en uno de sus ensayos -en el que transita el puente de la oralitura- nos habla de su vivencia con los libros: "Intoxicado por la novedad y el bienestar espiritual del mundo que los libros me habían revelado, al principio empecé a considerar los libros, más bellos, más interesantes y afines conmigo que lo que era la gente, y creo que me cegué un poco al considerar las realidades de la vida a través del prisma de los libros. Sin embargo, la vida, que es el más sabio y severo de los maestros, pronto me curó de esta deliciosa ceguera". Pero, más tarde, no demediado sino dual, nos dice: "Amad los libros que son una fuente de conocimiento; sólo el conocimiento es sano y el conocimiento sólo puede haceros espiritualmente fuertes, honestos e inteligentes, capaces de abrigar sincero amor por los seres humanos, respeto por su labor y cálida admiración por los espléndidos frutos de su elevado e incesante esfuerzo. Cada cosa que el ser humano ha hecho, cada cosa aislada que existe, contiene alguna partícula del alma del ser humano. Esta alma pura y noble está contenida en la ciencia y en el arte en mayor medida que en ninguna otra cosa y habla con la más grande elocuencia y claridad a través del medio y la acción de los libros". "(...) los libros son el espejo del espíritu humano y reflejan la angustia y el tormento de la creciente alma del hombre; la ciencia, es la poesía de la mente, y el arte, es la poesía del corazón".
El abuelo Cocom Pech, en la voz de su nieto Jorge -oralitor maya con quien el año noventa y cuatro, en Tlaxcala (México), compartí el incipiente concepto de oralitura- nos está diciendo: "El hombre que vive y no Sueña es un hombre muerto en vida. Más ¡ay de aquel que Sueña y no realiza sus Sueños! Acosado por las pesadillas acaba por sucumbir al insomnio de una realidad que no es suya. Realizando tus Sueños no serás esclavo de nadie, ni pretenderás someter a otros porque habrás probado los caminos de tu verdadera liberación. Recuerda siempre que, en el universo de la naturaleza, los Sueños se convierten en realidad. La lluvia es el Sueño del agua. El humo es el Sueño de fuego. El Azul del cielo es el Sueño eterno del aire".
( Escribe Elicura Chihuailaf )
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Mis ex alumnos y alumnas de la Universidad en Temuko organizaron un concurso de poesía; me pidieron que oficiara de jurado y luego que presentara la edición -que ahora gestionan- de dichas creaciones. Más allá de la probable perfección o imperfección de los escritos presentados, les digo: a ustedes y a nosotros nos reúne la fe en la Palabra poética (y no me refiero sólo a los versos sino sobretodo a sus Sueños). El trabajo de la Palabra, como su totalidad en nuestra breve existencia, nunca concluye, siempre es perfectible, nos dicen. Lo que importa de verdad es el interés y la complicidad que demostraron tanto el joven impulsor del concurso como las jóvenes/los jóvenes participantes en él. Haber compartido tan hermoso gesto fue un regalo para mi espíritu; aire que me permitió constatar una vez más que en todo tiempo -y a pesar de la aparente pérdida del humanismo en el sistema actual de libremercado- la Palabra poética nos ayuda a persistir en el Azul de los Sueños, pues nos permite vislumbrar otra/s Palabra/s que siempre tímida/s, sencilla/s, resplandece/n en el misterio de la cima del Universo; la Palabra poética que nos ayuda a avanzar en el tan difícil arte de Escuchar. Lo ya dicho, escuchar la naturaleza y a los seres humanos que pasan o están a nuestro lado y aquellas/aquellos que viven en los libros y que nos hablan y nos enriquecen desde sus diversas visiones de mundo.
Así, por ejemplo, el escritor ruso (maestro de la literatura universal) Máximo Gorki, en uno de sus ensayos -en el que transita el puente de la oralitura- nos habla de su vivencia con los libros: "Intoxicado por la novedad y el bienestar espiritual del mundo que los libros me habían revelado, al principio empecé a considerar los libros, más bellos, más interesantes y afines conmigo que lo que era la gente, y creo que me cegué un poco al considerar las realidades de la vida a través del prisma de los libros. Sin embargo, la vida, que es el más sabio y severo de los maestros, pronto me curó de esta deliciosa ceguera". Pero, más tarde, no demediado sino dual, nos dice: "Amad los libros que son una fuente de conocimiento; sólo el conocimiento es sano y el conocimiento sólo puede haceros espiritualmente fuertes, honestos e inteligentes, capaces de abrigar sincero amor por los seres humanos, respeto por su labor y cálida admiración por los espléndidos frutos de su elevado e incesante esfuerzo. Cada cosa que el ser humano ha hecho, cada cosa aislada que existe, contiene alguna partícula del alma del ser humano. Esta alma pura y noble está contenida en la ciencia y en el arte en mayor medida que en ninguna otra cosa y habla con la más grande elocuencia y claridad a través del medio y la acción de los libros". "(...) los libros son el espejo del espíritu humano y reflejan la angustia y el tormento de la creciente alma del hombre; la ciencia, es la poesía de la mente, y el arte, es la poesía del corazón".
El abuelo Cocom Pech, en la voz de su nieto Jorge -oralitor maya con quien el año noventa y cuatro, en Tlaxcala (México), compartí el incipiente concepto de oralitura- nos está diciendo: "El hombre que vive y no Sueña es un hombre muerto en vida. Más ¡ay de aquel que Sueña y no realiza sus Sueños! Acosado por las pesadillas acaba por sucumbir al insomnio de una realidad que no es suya. Realizando tus Sueños no serás esclavo de nadie, ni pretenderás someter a otros porque habrás probado los caminos de tu verdadera liberación. Recuerda siempre que, en el universo de la naturaleza, los Sueños se convierten en realidad. La lluvia es el Sueño del agua. El humo es el Sueño de fuego. El Azul del cielo es el Sueño eterno del aire".
La isla del tesoro
La isla del tesoro
Versión libre basada en la novela de Robert Louis Stevenson “Treasure Island”,
con la aportación impagable de José de Espronceda con su obra “Canto a Teresa” y de Rubén Darío con su poesía “A Margarita Debayle”. Gracias también a Carmen Gil Martínez
que nos permitió hacer un uso impropio de sus ripios.
Alumnos/as de Sexto Curso del C. E. I. P. Onésimo Redondo de Pinto (Madrid) con su maestro Alfredo Blanco.
(Entra en el escenario el poeta José de Espronceda acompañado por Teresa
y una cohorte de pelotas que lo animan y ensalzan.)
POETA.- (Declamando) Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
POETAS.- (Uno) ¡¡¡ Bien dicho, José !!!
(Otro) Qué bonito.
(Un tercero) Precioso, sublime.
TERESA.- ¡Pero, qué dices Pepe! No son maneras de contestarme.
¡Te he dicho que limpies la barca!
POETA.- La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:
POETAS.- (Uno) ¡¡¡ Así se habla, José !!!
(Otro) Maravilloso.
(Un tercero) Traduce Pepe, traduce.
TERESA.- (Enfadándose) De cachondeo nada, eh Pepito.
¡Sabes lo que te digo... que te vas a ir con tu mamaíta, rico.
POETA.- «Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
POETAS.- (Uno) ¡¡¡ Qué potito, Jose !!! ¡¡¡ Qué potito, Jose !!!
(Otro, imitando el habla de la nación hermana Argentina.)
¡¡¡ Qué lindo !!!
(Un tercero) Enorme lo tuyo Espronceda.
TERESA.- (Se enfada de veras) ¡Ya te digo el Pepito, la que me quiere montar!
¡¡¡ Pepe, vuelve en ti !!! ¡¡¡ Pepe, limpia la barca !!!
POETA.- Pero Teresa, si estamos todos igual. ¡¡¡ Todos conmigo !!!
(El público recita)
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
POETAS.- Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
TERESA.- Déjate de poesía Pepe y empieza a limpiar la barca o llamo a mi madre..
POETA.- (Asustado) Ahhh. ¡¡¡A tu madre no!!! A tu madre no; Teresa que me pierdes.
TERESA.- Así que déjalo ya. Voy a vender los besugos que me quedan en la cesta.
Tú mientras limpia la barca, gandul.
POETA.- Vale, pero sin ofender.
(Sale Teresa del escenario, el poeta se puede quedar recitando...)
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»
(Por fin sale del escenario. Entra el dragón. Sigue doliéndose de la barriga, aunque su aspecto ha mejorado.)
DRAGÓN.- ¡Hola amigos, soy el dragón de la obra de teatro de principio de curso! ¿ Os acordáis de mi ?
( El público, como no podía ser menos responde afirmativamente, lo que es de agradecer.) Bueno, pues ya no
me gusta la carne, ni de los hombres, ni de las mujeres (Hace un gesto mohino), ni por supuesto la carne de los niños....
¡¡¡ Me he pasado al pescado !!!, pero hambre, lo que se dice hambre, tengo cantidad...
No podríais decirme dónde hay una pescadería... Necesito un buen jurel, una docena de ostras con limón
o una jibia fresquita a la plancha. (Gritando) ¡¡¡ Por Dios qué hambre !!!
(Entra en el escenario una sirenita. La sirenita al ver al dragón se asusta un poco.)
SIRENITA.- ¡ Qué haces aquí, bicho feo!
DRAGÓN.- No soy un bicho, soy un dragón.
SIRENITA.- ¿Un dragón con escamas?
DRAGÓN.- ¡Por supuesto! (El dragón empieza a relamerse ) Oye, niña, ¿tu tienes muchas espinas?
SIRENITA.- Nada de nada, estoy limpia y blandita.
DRAGÓN.- (Dirigiéndose al público) ¡¡¡ Vaya merienda que me voy a pegar !!! ( Intenta atacar a la sirenita
y ésta asustada pide auxilio)
SIRENITA.- ¡¡¡ Papá !!! ¡¡¡ Papá !!!
(Entra en el escenario totalmente enfurecido el rey de los mares, Neptuno, vestido, como os podéis suponer
de rojiblanco, con corona y tridente, obeso y barbudo.)
NEPTUNO.- ¡¡¡ Qué pasa hijita !!! ¡¡¡ Aupa Atleti !!!
SIRENITA.- Papá, este gamberro que me quiere comer. Pues no se cree que soy una sardina.
DRAGÓN.- ¡¡¡ Me la como !!! ¡¡¡ Me la como !!! ¡¡¡ En escabeche !!! ¡¡¡ Con tomate !!! ¡¡¡ Me da igual !!!
NEPTUNO.- ¡¡¡ Quién !!! Este macaco... ja, ja, ja ( Se ríe. Después le da con el tridente. ) Toma tomate, toma
escabeche.
(El dragón huye despavorido. La furia colchonera es terrible. A Neptuno su hija la sirenita le levanta los brazos
en plan campeón y Neptuno grita ) ¡¡¡ Atleti, Atleti, Atlético de Madrid !!!
SIRENITA.- Gracias, papá. Si no llegas a venir a tiempo me merienda.
(Entra muy enfadada la diosa Cibeles portando una bandera del Madrid. Sobre sus hombros lleva un muñeco vestido de blanco.)
DIOSA CIBELES.- ¿Quién canta el himno del Atleti? Eso está muy feo, hay que cantar como Pavaroti.
(Suena el himno del Real Madrid).
(Entre vómitos e imprecaciones de tono menor Neptuno y la Sirenita salen del
escenario tapándose los oídos. Entran Barbarroja y su mujer.)
BARBARROJA.- (Dirigiéndose a la Diosa Cibeles) ¿Quiénes eran esos?
MUJER.- (Detrás de su marido) ¡ Sinvergüenza, sinvergüenza !
BARBARROJA.- ¡Déjame en paz Filo, que estoy hablando con esta señora!
MUJER.- (Detrás de su marido) ¡ Canalla, canalla !
BARBARROJA.- ¡Por favor Filo, que estoy hablando con esta señora!
DIOSA CIBELES.- Señorita, si no le importa.
BARBARROJA.- ¡Pensaba que el que lleva a hombros era su marido!
DIOSA CIBELES.- ¡Qué va! Es Ronualdo que se ha subido y no se quiere bajar.
(Hace intentos de arrancarse de sus hombros a Ronauldo, pero no puede.)
MUJER.- ¡Déjame ayudarte! (Hacen intentos de desprender a Roniduo. Al final lo
consiguen. La diosa Cibeles y la Sirenita salen del escenario. La diosa Cibeles sujetando a Ronildo)
BARBARROJA.- ¡Qué raro, Filo!
MUJER.- (Sigue enfadada) Mira, ¿sabes lo que te digo? (A partir de aquí la mujer de Barbarroja
le reprocha que esté siempre fuera de casa, que no se preocupa de sus hijos, que la tiene abandonada con
tanto navegar por esos mares, etc.)
BARBARROJA.- ¡Qué infierno!
(Suena la música. Entran cantando dos piratas. John Silver, que lleva parche en el ojo, le tiene echado el brazo
por encima a Flint.Flint lleva garfio.)
FLINT.- Yo soy Flint un pirata terrible,
más malo que las arañas,
soy un pirata invencible
y me como las pirañas.
JOHN SILVER.- Yo soy John Silver
y me llaman Pata de Palo,
por esta patita que ves
y que siempre llevo en la mano.
FLINT.- Yo me bebo el agua del mar,
me río del oleaje
y grito siempre sin parar
¡Al abordaje! ¡Al abordaje!
JOHN SILVER.- Atravesamos los mares
de Lisboa a Baleares
con tormenta y oleaje
al grito de: "¡Al abordaje!"
(Flint iza la bandera. John Silver lo mira satisfecho. Continúan su canción acercándose al público.)
FLINT.- Entre atunes y delfines
conseguimos mil botines.
No hay piratas más valientes
en todo el mar de poniente.
JOHN SILVER.- Somos bravos bucaneros,
terror de los marineros.
No creo que en el mundo exista
barco que se nos resista.
FLINT.- Audaces filibusteros
y una miajilla embusteros;
vamos buscando un tesoro
con espadas, barco y loro.
(Una vez terminada la canción, John Silver toma el timón. Flint se sitúa detrás.)
JOHN SILVER.- Tengo la pata de palo,
soy el pirata más malo.
Yo planeo, ordeno y mando
y grito de cuando en cuando.
FLINT.- Este en un tontorrón;
aquí el capitán soy yo.
Si hay tormenta, me mareo
y ahora vuelvo que me meo.
(Sale apresuradamente. John Silver se queda solo en escena. Se dirige al público.)
JOHN SILVER.- Hace lo menos un mes
que entre las dos y las tres
me dio un recado, mi suegra,
de su esposo Barbanegra:
"Dirígete con cuidado
hacia las Islas Barbado
y encontrarás un tesoro
junto a la Cueva del Moro".
Pero con Jim ten cuidado,
un grumete espabilado.
Si lo ves dale fuerte
hasta quitarle los dientes.
(Sonido de oleaje. John Silver permanece al timón con la vista puesta en el horizonte. Después de
unos instantes, irá decreciendo el sonido de las olas. Aparece Jim con una caña de pescar y lanza
un invisible anzuelo al publico.)
JIM.- Cuatro meses navegando
sin ver tierra ni soñando.
Estoy hasta las narices
de la pesca con lombrices.
(Moviendo la caña y recogiendo el hilo con gran esfuerzo.)
JIM.- ¡Caray, creo que han picado!
¡Cómo tira el condenado!
A lo mejor, al tuntún,
pesco esta tarde un atún.
Por lo que pesa el tunante
más parece un elefante.
(Recoge el imaginario hilo de la caña y aparece una bota, saca la bota y la enseña al público.)
Sal de una vez, camarón.
¡Si es una bota marrón!
(Se sienta en el suelo apesadumbrado.)
Como pescador soy nulo.
¡Ay, que me he pinchado el culo!
(Echa a correr por el escenario con las manos en el culo.)
Un anzuelo, ¡qué dolor!
¡Un médico, por favor!
(Salta llorando a lágrima viva. John Silver deja el timón y le venda el culo a Jim hasta rodearle de papel higiénico.)
JOHN SILVER.- ¡Vaya lata de pirata,
siempre metiendo la pata!
(Oteando el horizonte.)
¿Qué es lo que se ve a lo lejos?
Voy a por el catalejo.
¿Es tierra lo que estoy viendo?
Ven, Jim, ven corriendo.
(Jim se levanta envuelto en papel higiénico y se choca con John Silver, lo empuja y caen los dos.)
JOHN SILVER.-¡Por las barbas de Tritón,
mira que eres tontorrón!
Anda, ten las velas listas
porque ya hay tierra a la vista.
JIM.- ¡Yupiiiii!
(Cantan, bailan y juegan a las palmas.)
JOHN SILVER Y JIM.- Tierra a la vista.
Tierra a la vista...
(Jim entusiasmado. John Silver al timón.)
JIM.- Vamos, vira a barlovento;
parece que cambió el viento.
Llegamos en un pispás
a Barbados, ya verás.
(De nuevo se escucha el oleaje. Los dos, muy contentos, se acercan a tierra.)
Me compraré mil jamones,
chucherías a montones;
me pondré un diente de oro...
¡Vámonos por el tesoro!
(Salen los dos. John Silver lleva consigo su pata de palo. Entra Ben Gunn, pirata al que dejaron abandonado en la Isla
del Tesoro y que lleva siempre consigo el cofre que contiene el botín de los piratas. Va siempre
escondiéndose, ocultando el tesoro tras sus míseras ropas y cantando la canción de marras.)
BEN GUNN.- Quince hombres van en el cofre del muerto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
El diablo y el ron se llevaron el resto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
(Sale por el lado contrario del escenario. Entra en el escenario la pescadera y tras ella un
comprador. La pescadera critica a todo el mundo sobre todo a los profesores, como bien
es sabido; aunque las vecinas no se quedan sin lo suyo.)
PESCADERA.- ¿A ver qué quería? Sardinas, bacaladitos... Fresquito, fresquito. Recién llegado
del Cantábrico. (Le pasa un pescadito por delante de sus ojos.)
COMPRADOR.- ¿Sabes que John Silver perdió su pierna de un cañonazo y al día siguiente perdió
su mano debido a un mandoble de la espada de un español y que al día siguiente perdió su ojo por culpa de una mosca?
PESCADERA.- Pero, ¿qué me dices? Y tú sabes que en el colegio a mi hijo le han suspendido las
matemáticas, las sociales, el idioma y el recreo y lo he tenido que apuntar a unas clases horarias de
fútbol para que se sienta realizado? Una aquí vendiendo la pescadilla y otros en la escuela
amargando niños. Es que el profesor de marras me tiene a mi niño ojeriza. ¡¡¡ Y yo aquí
vendiendo pescao !!! ... ¿sabes?...
COMPRADOR.- Y tú sabes que Flint mando abordar el barco y el barco quedó precioso, ¡bordadito!, ¡bordadito!
PESCADERA.- Pero, ¿qué me dices? Y tú sabes que mi niño va a ir a la tele al programa de la Ana a contar
lo afectado que está por suspender el examen de la cultura del general. ¡¡¡ Lo voy a traer al negocio
a vender sardinas !!! ¡¡¡ Y yo aquí vendiendo pescao !!! ... ¿sabes?...
COMPRADOR.- ¿Sabes?... pues otra vez mandó ¡Abordar!... y sus piratas sólo sabían hacer punto.
PESCADERA.- Pero, sabes, sabes... te voy a recitar una poesía; porque yo aunque pescadera también
estoy cultivada... a ver si te gusta... dice así:
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
(Siguen preguntándose lo que saben el uno al otro. En medio del diálogo empieza a sonar el aire
del mar. La pescadera y el comprador abandonan el escenario. El dios Eolo aparece haciendo sonar la
caracola gigante de la tormenta perfecta. Las dos pescaderas y el comprador salen asustados
del escenario. Vuelven a sonar las olas del mar. Esta vez el mar suena embravecido. Eolo se pasea por
el escenario haciendo sonar su caracola.)
EOLO.- Los cazadores de dioses me han fastidiado las vacaciones porque... (Con aspecto de
ponerse a cantar.) mi carro me lo robaron. Menos mal que todavía tengo a mi caballo Viento pero
lo está cuidando un amigo mío.
(La luz del escenario se atenúa, Eolo desaparece y aparecen las olas del mar. Las cinco olas del mar
bailan una canción, si es posible relacionada con el mar. La coreografía deberá ser inventada por las
alumnas, ¡qué para eso ven tanta televisión!).
COREOGRAFÍA
Fondo musical: Aquarius
Autor: Upa Dance
When the moon is in the seventh house
And Jupiter aligns with Mars
The peace will guide the planets
And love will steer the stars
This is the dawning of the age of Aquarius
Age of Aquarius
Aquarius, Aquarius
Harmony and understanding, sympathy and trust abounding
No more falsehoods or derisions, golden living dreams of visions
Mystic crystal revelations, and the mind's true liberations
Aquarius, Aquarius
When the moon is in the seventh house
And Jupiter aligns with Mars
The peace will guide the planets
And love will steer the stars
This is the dawning of the age of Aquarius
Age of Aquarius
Aquarius, Aquarius
Aquarius, Aquarius
Aquari
(Entra otra vez Ben Gunn, lleva el cofre, ocultándose a sí mismo y al tesoro y cantando la canción de los piratas.)
BEN GUNN.- Quince hombres van en el cofre del muerto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
El diablo y el ron se llevaron el resto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
(Sale por la otra parte del escenario. Y entran John Silver, Flint y el pequeño Jim acompañados por
tres marineros. Los marineros llevan picos y papas y cara de cansancio.)
JOHN SILVER.- ¿He buscado en toda la isla y no he encontrado nada?
MARINERO 1- ¡Quién busca soy yo! No te digo. ¡Estoy arriñonado de tanto usar la pala! Y cobrando una miseria.
FLINT.- ¡Aquí no hay tesoros! Aquí sólo hay mosquitos.
MARINERO 2.- ¡A ti como no te pican! (Usando el pico.) ¡A picar! ¡A picar!
JIM.- El tesoro tiene que estar en algún sitio.
FLINT.- Yo me voy con mi barco a trabajar el mar. ¡Vamos marinero! ¡A remar! ¡A remar!
MARINERO 1.- Pero como manda a los demás este pirata de pacotilla.
(Salen del escenario Flint y el Marinero 1)
JOHN SILVER.- ¡Vámonos Jim!
JIM.- Yo me quedo Pata de Palo. ¡El grumete Jim no se rinde!
(John Silver y el Marinero 2 salen de escenario. Jim se queda con el Marinero 3. Suena la música y
entra Ben Gunn. Giran por el escenario sin dejar de mirarse debido al temor de Ben Gunn.)
JIM.- ¿Quién eres?
BEN GUNN.- Soy Ben Gunn.
JIM.- ¿Por qué te asustas de mí?
BEN GUNN.- Porque eres un pirata malo y me quieres hacer daño.
JIM.- ¡No! De verdad. No pienso hacerte daño. ¿Qué llevas escondido? ¡Déjame verlo!
BEN GUNN.- Es mi tesoro. Sólo dejaré que lo veas si quieres ser mi amigo y lo repartimos entre todos.
JIM.- ¿No te entiendo? ¿Qué quieres decir? ¿Repartir entre quiénes?
BEN GUNN.- Entre todos los que estamos aquí.
JIM.- ¡De acuerdo! Repartiremos el tesoro del pirata Billy Bones entre todos.
(Ben Gunn abre el cofre y da octavillas pregonando el amor y la amistad a los demás actores de la obra y éstos
a su vez reparten las cartas entre los asistentes.)
SE CIERRA EL TELÓN
PERSONAJES
JOSÉ DE ESPRONCEDA (POETA).- Sergio Muñoz Ortiz
POETA 1.- David Tomás Villanueva Castellano
POETA 2.- Borja Serrano Martín
POETA 3.- Juan José Torres Losada
TERESA.- Ekaterina Torres Díaz-Cacho
DRAGÓN.- Josué Sánchez González
SIRENITA.- Estefanía Ortiz Ortiz
NEPTUNO.- Iván Tejera García
DIOSA CIBELES.- Sara Ruiz Pereira
BARBARROJA.- Jorge Sáez Luque
MUJER DE BARBARROJA.- Verónica Parra Mogollón
FLINT.- Jorge Moreno Carbonell
JOHN SILVER.- Sergio García Mier
JIM HAWKINS.-Sergio Retuerta Delgado
BEN GUNN (NÁUFRAGO).- Fernando Sánchez Recio
PESCADERA.- María del Carmen Tello Borrachero
COMPRADOR.- David Sánchez de Rojas Gómez
EOLO.- Ricardo Silva Valenciano
OLA DEL MAR 1.- Cristina Arenas García
OLA DEL MAR 2.- Alba María García Balbuena
OLA DEL MAR 3.- Miriam Muriana Huete
OLA DEL MAR 4.- Elena Sánchez Martín-Fontecha
OLA DEL MAR 5.- Natalia Nieto Manzanero
OLA DEL MAR 6.- María Rodríguez López
MARINERO 1.- Héctor Ramírez Ballesteros
MARINERO 2.- Cristian Quesada Carrillo
MARINERO 3.- Aitor Rueda Redero
Versión libre basada en la novela de Robert Louis Stevenson “Treasure Island”,
con la aportación impagable de José de Espronceda con su obra “Canto a Teresa” y de Rubén Darío con su poesía “A Margarita Debayle”. Gracias también a Carmen Gil Martínez
que nos permitió hacer un uso impropio de sus ripios.
Alumnos/as de Sexto Curso del C. E. I. P. Onésimo Redondo de Pinto (Madrid) con su maestro Alfredo Blanco.
(Entra en el escenario el poeta José de Espronceda acompañado por Teresa
y una cohorte de pelotas que lo animan y ensalzan.)
POETA.- (Declamando) Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
POETAS.- (Uno) ¡¡¡ Bien dicho, José !!!
(Otro) Qué bonito.
(Un tercero) Precioso, sublime.
TERESA.- ¡Pero, qué dices Pepe! No son maneras de contestarme.
¡Te he dicho que limpies la barca!
POETA.- La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:
POETAS.- (Uno) ¡¡¡ Así se habla, José !!!
(Otro) Maravilloso.
(Un tercero) Traduce Pepe, traduce.
TERESA.- (Enfadándose) De cachondeo nada, eh Pepito.
¡Sabes lo que te digo... que te vas a ir con tu mamaíta, rico.
POETA.- «Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
POETAS.- (Uno) ¡¡¡ Qué potito, Jose !!! ¡¡¡ Qué potito, Jose !!!
(Otro, imitando el habla de la nación hermana Argentina.)
¡¡¡ Qué lindo !!!
(Un tercero) Enorme lo tuyo Espronceda.
TERESA.- (Se enfada de veras) ¡Ya te digo el Pepito, la que me quiere montar!
¡¡¡ Pepe, vuelve en ti !!! ¡¡¡ Pepe, limpia la barca !!!
POETA.- Pero Teresa, si estamos todos igual. ¡¡¡ Todos conmigo !!!
(El público recita)
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
POETAS.- Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
TERESA.- Déjate de poesía Pepe y empieza a limpiar la barca o llamo a mi madre..
POETA.- (Asustado) Ahhh. ¡¡¡A tu madre no!!! A tu madre no; Teresa que me pierdes.
TERESA.- Así que déjalo ya. Voy a vender los besugos que me quedan en la cesta.
Tú mientras limpia la barca, gandul.
POETA.- Vale, pero sin ofender.
(Sale Teresa del escenario, el poeta se puede quedar recitando...)
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»
(Por fin sale del escenario. Entra el dragón. Sigue doliéndose de la barriga, aunque su aspecto ha mejorado.)
DRAGÓN.- ¡Hola amigos, soy el dragón de la obra de teatro de principio de curso! ¿ Os acordáis de mi ?
( El público, como no podía ser menos responde afirmativamente, lo que es de agradecer.) Bueno, pues ya no
me gusta la carne, ni de los hombres, ni de las mujeres (Hace un gesto mohino), ni por supuesto la carne de los niños....
¡¡¡ Me he pasado al pescado !!!, pero hambre, lo que se dice hambre, tengo cantidad...
No podríais decirme dónde hay una pescadería... Necesito un buen jurel, una docena de ostras con limón
o una jibia fresquita a la plancha. (Gritando) ¡¡¡ Por Dios qué hambre !!!
(Entra en el escenario una sirenita. La sirenita al ver al dragón se asusta un poco.)
SIRENITA.- ¡ Qué haces aquí, bicho feo!
DRAGÓN.- No soy un bicho, soy un dragón.
SIRENITA.- ¿Un dragón con escamas?
DRAGÓN.- ¡Por supuesto! (El dragón empieza a relamerse ) Oye, niña, ¿tu tienes muchas espinas?
SIRENITA.- Nada de nada, estoy limpia y blandita.
DRAGÓN.- (Dirigiéndose al público) ¡¡¡ Vaya merienda que me voy a pegar !!! ( Intenta atacar a la sirenita
y ésta asustada pide auxilio)
SIRENITA.- ¡¡¡ Papá !!! ¡¡¡ Papá !!!
(Entra en el escenario totalmente enfurecido el rey de los mares, Neptuno, vestido, como os podéis suponer
de rojiblanco, con corona y tridente, obeso y barbudo.)
NEPTUNO.- ¡¡¡ Qué pasa hijita !!! ¡¡¡ Aupa Atleti !!!
SIRENITA.- Papá, este gamberro que me quiere comer. Pues no se cree que soy una sardina.
DRAGÓN.- ¡¡¡ Me la como !!! ¡¡¡ Me la como !!! ¡¡¡ En escabeche !!! ¡¡¡ Con tomate !!! ¡¡¡ Me da igual !!!
NEPTUNO.- ¡¡¡ Quién !!! Este macaco... ja, ja, ja ( Se ríe. Después le da con el tridente. ) Toma tomate, toma
escabeche.
(El dragón huye despavorido. La furia colchonera es terrible. A Neptuno su hija la sirenita le levanta los brazos
en plan campeón y Neptuno grita ) ¡¡¡ Atleti, Atleti, Atlético de Madrid !!!
SIRENITA.- Gracias, papá. Si no llegas a venir a tiempo me merienda.
(Entra muy enfadada la diosa Cibeles portando una bandera del Madrid. Sobre sus hombros lleva un muñeco vestido de blanco.)
DIOSA CIBELES.- ¿Quién canta el himno del Atleti? Eso está muy feo, hay que cantar como Pavaroti.
(Suena el himno del Real Madrid).
(Entre vómitos e imprecaciones de tono menor Neptuno y la Sirenita salen del
escenario tapándose los oídos. Entran Barbarroja y su mujer.)
BARBARROJA.- (Dirigiéndose a la Diosa Cibeles) ¿Quiénes eran esos?
MUJER.- (Detrás de su marido) ¡ Sinvergüenza, sinvergüenza !
BARBARROJA.- ¡Déjame en paz Filo, que estoy hablando con esta señora!
MUJER.- (Detrás de su marido) ¡ Canalla, canalla !
BARBARROJA.- ¡Por favor Filo, que estoy hablando con esta señora!
DIOSA CIBELES.- Señorita, si no le importa.
BARBARROJA.- ¡Pensaba que el que lleva a hombros era su marido!
DIOSA CIBELES.- ¡Qué va! Es Ronualdo que se ha subido y no se quiere bajar.
(Hace intentos de arrancarse de sus hombros a Ronauldo, pero no puede.)
MUJER.- ¡Déjame ayudarte! (Hacen intentos de desprender a Roniduo. Al final lo
consiguen. La diosa Cibeles y la Sirenita salen del escenario. La diosa Cibeles sujetando a Ronildo)
BARBARROJA.- ¡Qué raro, Filo!
MUJER.- (Sigue enfadada) Mira, ¿sabes lo que te digo? (A partir de aquí la mujer de Barbarroja
le reprocha que esté siempre fuera de casa, que no se preocupa de sus hijos, que la tiene abandonada con
tanto navegar por esos mares, etc.)
BARBARROJA.- ¡Qué infierno!
(Suena la música. Entran cantando dos piratas. John Silver, que lleva parche en el ojo, le tiene echado el brazo
por encima a Flint.Flint lleva garfio.)
FLINT.- Yo soy Flint un pirata terrible,
más malo que las arañas,
soy un pirata invencible
y me como las pirañas.
JOHN SILVER.- Yo soy John Silver
y me llaman Pata de Palo,
por esta patita que ves
y que siempre llevo en la mano.
FLINT.- Yo me bebo el agua del mar,
me río del oleaje
y grito siempre sin parar
¡Al abordaje! ¡Al abordaje!
JOHN SILVER.- Atravesamos los mares
de Lisboa a Baleares
con tormenta y oleaje
al grito de: "¡Al abordaje!"
(Flint iza la bandera. John Silver lo mira satisfecho. Continúan su canción acercándose al público.)
FLINT.- Entre atunes y delfines
conseguimos mil botines.
No hay piratas más valientes
en todo el mar de poniente.
JOHN SILVER.- Somos bravos bucaneros,
terror de los marineros.
No creo que en el mundo exista
barco que se nos resista.
FLINT.- Audaces filibusteros
y una miajilla embusteros;
vamos buscando un tesoro
con espadas, barco y loro.
(Una vez terminada la canción, John Silver toma el timón. Flint se sitúa detrás.)
JOHN SILVER.- Tengo la pata de palo,
soy el pirata más malo.
Yo planeo, ordeno y mando
y grito de cuando en cuando.
FLINT.- Este en un tontorrón;
aquí el capitán soy yo.
Si hay tormenta, me mareo
y ahora vuelvo que me meo.
(Sale apresuradamente. John Silver se queda solo en escena. Se dirige al público.)
JOHN SILVER.- Hace lo menos un mes
que entre las dos y las tres
me dio un recado, mi suegra,
de su esposo Barbanegra:
"Dirígete con cuidado
hacia las Islas Barbado
y encontrarás un tesoro
junto a la Cueva del Moro".
Pero con Jim ten cuidado,
un grumete espabilado.
Si lo ves dale fuerte
hasta quitarle los dientes.
(Sonido de oleaje. John Silver permanece al timón con la vista puesta en el horizonte. Después de
unos instantes, irá decreciendo el sonido de las olas. Aparece Jim con una caña de pescar y lanza
un invisible anzuelo al publico.)
JIM.- Cuatro meses navegando
sin ver tierra ni soñando.
Estoy hasta las narices
de la pesca con lombrices.
(Moviendo la caña y recogiendo el hilo con gran esfuerzo.)
JIM.- ¡Caray, creo que han picado!
¡Cómo tira el condenado!
A lo mejor, al tuntún,
pesco esta tarde un atún.
Por lo que pesa el tunante
más parece un elefante.
(Recoge el imaginario hilo de la caña y aparece una bota, saca la bota y la enseña al público.)
Sal de una vez, camarón.
¡Si es una bota marrón!
(Se sienta en el suelo apesadumbrado.)
Como pescador soy nulo.
¡Ay, que me he pinchado el culo!
(Echa a correr por el escenario con las manos en el culo.)
Un anzuelo, ¡qué dolor!
¡Un médico, por favor!
(Salta llorando a lágrima viva. John Silver deja el timón y le venda el culo a Jim hasta rodearle de papel higiénico.)
JOHN SILVER.- ¡Vaya lata de pirata,
siempre metiendo la pata!
(Oteando el horizonte.)
¿Qué es lo que se ve a lo lejos?
Voy a por el catalejo.
¿Es tierra lo que estoy viendo?
Ven, Jim, ven corriendo.
(Jim se levanta envuelto en papel higiénico y se choca con John Silver, lo empuja y caen los dos.)
JOHN SILVER.-¡Por las barbas de Tritón,
mira que eres tontorrón!
Anda, ten las velas listas
porque ya hay tierra a la vista.
JIM.- ¡Yupiiiii!
(Cantan, bailan y juegan a las palmas.)
JOHN SILVER Y JIM.- Tierra a la vista.
Tierra a la vista...
(Jim entusiasmado. John Silver al timón.)
JIM.- Vamos, vira a barlovento;
parece que cambió el viento.
Llegamos en un pispás
a Barbados, ya verás.
(De nuevo se escucha el oleaje. Los dos, muy contentos, se acercan a tierra.)
Me compraré mil jamones,
chucherías a montones;
me pondré un diente de oro...
¡Vámonos por el tesoro!
(Salen los dos. John Silver lleva consigo su pata de palo. Entra Ben Gunn, pirata al que dejaron abandonado en la Isla
del Tesoro y que lleva siempre consigo el cofre que contiene el botín de los piratas. Va siempre
escondiéndose, ocultando el tesoro tras sus míseras ropas y cantando la canción de marras.)
BEN GUNN.- Quince hombres van en el cofre del muerto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
El diablo y el ron se llevaron el resto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
(Sale por el lado contrario del escenario. Entra en el escenario la pescadera y tras ella un
comprador. La pescadera critica a todo el mundo sobre todo a los profesores, como bien
es sabido; aunque las vecinas no se quedan sin lo suyo.)
PESCADERA.- ¿A ver qué quería? Sardinas, bacaladitos... Fresquito, fresquito. Recién llegado
del Cantábrico. (Le pasa un pescadito por delante de sus ojos.)
COMPRADOR.- ¿Sabes que John Silver perdió su pierna de un cañonazo y al día siguiente perdió
su mano debido a un mandoble de la espada de un español y que al día siguiente perdió su ojo por culpa de una mosca?
PESCADERA.- Pero, ¿qué me dices? Y tú sabes que en el colegio a mi hijo le han suspendido las
matemáticas, las sociales, el idioma y el recreo y lo he tenido que apuntar a unas clases horarias de
fútbol para que se sienta realizado? Una aquí vendiendo la pescadilla y otros en la escuela
amargando niños. Es que el profesor de marras me tiene a mi niño ojeriza. ¡¡¡ Y yo aquí
vendiendo pescao !!! ... ¿sabes?...
COMPRADOR.- Y tú sabes que Flint mando abordar el barco y el barco quedó precioso, ¡bordadito!, ¡bordadito!
PESCADERA.- Pero, ¿qué me dices? Y tú sabes que mi niño va a ir a la tele al programa de la Ana a contar
lo afectado que está por suspender el examen de la cultura del general. ¡¡¡ Lo voy a traer al negocio
a vender sardinas !!! ¡¡¡ Y yo aquí vendiendo pescao !!! ... ¿sabes?...
COMPRADOR.- ¿Sabes?... pues otra vez mandó ¡Abordar!... y sus piratas sólo sabían hacer punto.
PESCADERA.- Pero, sabes, sabes... te voy a recitar una poesía; porque yo aunque pescadera también
estoy cultivada... a ver si te gusta... dice así:
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
(Siguen preguntándose lo que saben el uno al otro. En medio del diálogo empieza a sonar el aire
del mar. La pescadera y el comprador abandonan el escenario. El dios Eolo aparece haciendo sonar la
caracola gigante de la tormenta perfecta. Las dos pescaderas y el comprador salen asustados
del escenario. Vuelven a sonar las olas del mar. Esta vez el mar suena embravecido. Eolo se pasea por
el escenario haciendo sonar su caracola.)
EOLO.- Los cazadores de dioses me han fastidiado las vacaciones porque... (Con aspecto de
ponerse a cantar.) mi carro me lo robaron. Menos mal que todavía tengo a mi caballo Viento pero
lo está cuidando un amigo mío.
(La luz del escenario se atenúa, Eolo desaparece y aparecen las olas del mar. Las cinco olas del mar
bailan una canción, si es posible relacionada con el mar. La coreografía deberá ser inventada por las
alumnas, ¡qué para eso ven tanta televisión!).
COREOGRAFÍA
Fondo musical: Aquarius
Autor: Upa Dance
When the moon is in the seventh house
And Jupiter aligns with Mars
The peace will guide the planets
And love will steer the stars
This is the dawning of the age of Aquarius
Age of Aquarius
Aquarius, Aquarius
Harmony and understanding, sympathy and trust abounding
No more falsehoods or derisions, golden living dreams of visions
Mystic crystal revelations, and the mind's true liberations
Aquarius, Aquarius
When the moon is in the seventh house
And Jupiter aligns with Mars
The peace will guide the planets
And love will steer the stars
This is the dawning of the age of Aquarius
Age of Aquarius
Aquarius, Aquarius
Aquarius, Aquarius
Aquari
(Entra otra vez Ben Gunn, lleva el cofre, ocultándose a sí mismo y al tesoro y cantando la canción de los piratas.)
BEN GUNN.- Quince hombres van en el cofre del muerto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
El diablo y el ron se llevaron el resto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
(Sale por la otra parte del escenario. Y entran John Silver, Flint y el pequeño Jim acompañados por
tres marineros. Los marineros llevan picos y papas y cara de cansancio.)
JOHN SILVER.- ¿He buscado en toda la isla y no he encontrado nada?
MARINERO 1- ¡Quién busca soy yo! No te digo. ¡Estoy arriñonado de tanto usar la pala! Y cobrando una miseria.
FLINT.- ¡Aquí no hay tesoros! Aquí sólo hay mosquitos.
MARINERO 2.- ¡A ti como no te pican! (Usando el pico.) ¡A picar! ¡A picar!
JIM.- El tesoro tiene que estar en algún sitio.
FLINT.- Yo me voy con mi barco a trabajar el mar. ¡Vamos marinero! ¡A remar! ¡A remar!
MARINERO 1.- Pero como manda a los demás este pirata de pacotilla.
(Salen del escenario Flint y el Marinero 1)
JOHN SILVER.- ¡Vámonos Jim!
JIM.- Yo me quedo Pata de Palo. ¡El grumete Jim no se rinde!
(John Silver y el Marinero 2 salen de escenario. Jim se queda con el Marinero 3. Suena la música y
entra Ben Gunn. Giran por el escenario sin dejar de mirarse debido al temor de Ben Gunn.)
JIM.- ¿Quién eres?
BEN GUNN.- Soy Ben Gunn.
JIM.- ¿Por qué te asustas de mí?
BEN GUNN.- Porque eres un pirata malo y me quieres hacer daño.
JIM.- ¡No! De verdad. No pienso hacerte daño. ¿Qué llevas escondido? ¡Déjame verlo!
BEN GUNN.- Es mi tesoro. Sólo dejaré que lo veas si quieres ser mi amigo y lo repartimos entre todos.
JIM.- ¿No te entiendo? ¿Qué quieres decir? ¿Repartir entre quiénes?
BEN GUNN.- Entre todos los que estamos aquí.
JIM.- ¡De acuerdo! Repartiremos el tesoro del pirata Billy Bones entre todos.
(Ben Gunn abre el cofre y da octavillas pregonando el amor y la amistad a los demás actores de la obra y éstos
a su vez reparten las cartas entre los asistentes.)
SE CIERRA EL TELÓN
PERSONAJES
JOSÉ DE ESPRONCEDA (POETA).- Sergio Muñoz Ortiz
POETA 1.- David Tomás Villanueva Castellano
POETA 2.- Borja Serrano Martín
POETA 3.- Juan José Torres Losada
TERESA.- Ekaterina Torres Díaz-Cacho
DRAGÓN.- Josué Sánchez González
SIRENITA.- Estefanía Ortiz Ortiz
NEPTUNO.- Iván Tejera García
DIOSA CIBELES.- Sara Ruiz Pereira
BARBARROJA.- Jorge Sáez Luque
MUJER DE BARBARROJA.- Verónica Parra Mogollón
FLINT.- Jorge Moreno Carbonell
JOHN SILVER.- Sergio García Mier
JIM HAWKINS.-Sergio Retuerta Delgado
BEN GUNN (NÁUFRAGO).- Fernando Sánchez Recio
PESCADERA.- María del Carmen Tello Borrachero
COMPRADOR.- David Sánchez de Rojas Gómez
EOLO.- Ricardo Silva Valenciano
OLA DEL MAR 1.- Cristina Arenas García
OLA DEL MAR 2.- Alba María García Balbuena
OLA DEL MAR 3.- Miriam Muriana Huete
OLA DEL MAR 4.- Elena Sánchez Martín-Fontecha
OLA DEL MAR 5.- Natalia Nieto Manzanero
OLA DEL MAR 6.- María Rodríguez López
MARINERO 1.- Héctor Ramírez Ballesteros
MARINERO 2.- Cristian Quesada Carrillo
MARINERO 3.- Aitor Rueda Redero
Avatar
Cine: Avatar
Cuando pudimos ver el primer tráiler de Avatar, muchos nos temimos que el gran proyecto de James Cameron terminaría siendo una insulsa mezcla de Aliens con Pocahontas y que seguiría un guión previsible y poco original. Así que ayer acudí al cine esperándome lo peor y con pocas esperanzas de ver una historia interesante.
Y, efectivamente, es una mezcla de Aliens con Pocahontas (bueno, más bien Bailando con Lobos o El último Samurái)...pero también es una maravillosa película de acción y ciencia ficción. Genio en estado puro. Y eso pese al riesgo que asume el director: Cameron se mueve en todo momento por la delgada línea que separa una buena película de un bodrio comercial, pero -aunque el resultado dependerá obviamente de los gustos de cada uno- consigue no caer por el precipicio hollywoodiense. Porque Avatar es grandiosa, original, entretenida y emocionante a partes iguales. ¿Previsible? Puede, pero sólo en líneas generales, ya que la película está repleta de pequeños detalles que te mantendrán pegado a la butaca con la boca abierta.
Si el guión puede admitir alguna crítica, visualmente no hay objeción alguna: Avatar es una fiesta para los sentidos, una exaltación de la imaginación. En este sentido, es la película más impactante que he visto en mi vida. Así de simple. Pandora se nos presenta con todos los detalles de un mundo real, con una hermosura apabullante. Y al igual que su planeta natal, los Na'vi, seres de una belleza perfecta, parecen sacados de una novela de fantasía, aunque al mismo tiempo resultan plausibles. Son lo suficientemente extraños para que el espectador los considere exóticos y alienígenas, pero también lo bastante humanos para que nos sintamos identificados con sus miedos y esperanzas. Cameron consigue que durante más de dos horas pensemos en Pandora como en nuestro hogar y que, como el protagonista, sintamos la necesidad de defenderlo de la invasión de la "gente del cielo". El argumento ecologista está basado en la Hipótesis de Gaia extrema y, aunque pueda parecer ingenuo y simple, funciona como eje narrativo. Por supuesto, desde el punto de vista científico hay miles de incoherencias y errores, pero, francamente, ¿a quién le importa? Y es que ésa es la clave de Avatar: da igual que la historia sea ingenua y previsible, o que la trama esté repleta de clichés que hemos visto en innumerables ocasiones en otras películas, porque el resultado final es mágico y diferente. Francamente, hacía muchos, muchos años que una película no me emocionaba tanto y me hacía sentir como un niño que va por primera vez al cine. Normalmente, cuando veo una película de ciencia ficción, mi mente siempre me susurra en segundo plano cosas como "esto no es exacto" o "menudo fallo científico". No en esta ocasión. ¿Montañas flotantes? ¿Por qué no?
Avatar me ha devuelto la confianza en las grandes superproducciones de Hollywood: está claro que todavía se pueden hacer buenas películas comerciales de ciencia ficción.
Al fin y al cabo, ¿quién dijo que Pocahontas no podía ser espectacular?
Cuando pudimos ver el primer tráiler de Avatar, muchos nos temimos que el gran proyecto de James Cameron terminaría siendo una insulsa mezcla de Aliens con Pocahontas y que seguiría un guión previsible y poco original. Así que ayer acudí al cine esperándome lo peor y con pocas esperanzas de ver una historia interesante.
Y, efectivamente, es una mezcla de Aliens con Pocahontas (bueno, más bien Bailando con Lobos o El último Samurái)...pero también es una maravillosa película de acción y ciencia ficción. Genio en estado puro. Y eso pese al riesgo que asume el director: Cameron se mueve en todo momento por la delgada línea que separa una buena película de un bodrio comercial, pero -aunque el resultado dependerá obviamente de los gustos de cada uno- consigue no caer por el precipicio hollywoodiense. Porque Avatar es grandiosa, original, entretenida y emocionante a partes iguales. ¿Previsible? Puede, pero sólo en líneas generales, ya que la película está repleta de pequeños detalles que te mantendrán pegado a la butaca con la boca abierta.
Si el guión puede admitir alguna crítica, visualmente no hay objeción alguna: Avatar es una fiesta para los sentidos, una exaltación de la imaginación. En este sentido, es la película más impactante que he visto en mi vida. Así de simple. Pandora se nos presenta con todos los detalles de un mundo real, con una hermosura apabullante. Y al igual que su planeta natal, los Na'vi, seres de una belleza perfecta, parecen sacados de una novela de fantasía, aunque al mismo tiempo resultan plausibles. Son lo suficientemente extraños para que el espectador los considere exóticos y alienígenas, pero también lo bastante humanos para que nos sintamos identificados con sus miedos y esperanzas. Cameron consigue que durante más de dos horas pensemos en Pandora como en nuestro hogar y que, como el protagonista, sintamos la necesidad de defenderlo de la invasión de la "gente del cielo". El argumento ecologista está basado en la Hipótesis de Gaia extrema y, aunque pueda parecer ingenuo y simple, funciona como eje narrativo. Por supuesto, desde el punto de vista científico hay miles de incoherencias y errores, pero, francamente, ¿a quién le importa? Y es que ésa es la clave de Avatar: da igual que la historia sea ingenua y previsible, o que la trama esté repleta de clichés que hemos visto en innumerables ocasiones en otras películas, porque el resultado final es mágico y diferente. Francamente, hacía muchos, muchos años que una película no me emocionaba tanto y me hacía sentir como un niño que va por primera vez al cine. Normalmente, cuando veo una película de ciencia ficción, mi mente siempre me susurra en segundo plano cosas como "esto no es exacto" o "menudo fallo científico". No en esta ocasión. ¿Montañas flotantes? ¿Por qué no?
Avatar me ha devuelto la confianza en las grandes superproducciones de Hollywood: está claro que todavía se pueden hacer buenas películas comerciales de ciencia ficción.
Al fin y al cabo, ¿quién dijo que Pocahontas no podía ser espectacular?
Up
Crítica de cine: Up
Por Rafael CaroEl 12 de Junio del 2009.
Hay algo totalmente sorprendente que ocurre en los 10 primeros y maravillosos minutos de ‘Up’. La emoción y le belleza se toman por completo el ambiente de la sala. No hay nadie que hable, todos están completamente atentos, sorprendidos, emocionados y maravillados por lo que ocurre. Sólo en la introducción, sin haber visto nada más que a dos personajes, la nueva cinta de animación de Disney y Pixar atrapa por completo, y no te deja libre hasta el final.
Con los años que llevamos viendo estreno tras estreno de Pixar, pareciera que no quedan sorpresas que entregar, cintas de animación que nos emocionen hasta las lágrimas. Pero de alguna forma la historia escrita y dirigida por Pete Docter en compañía de Bob Peterson se desenvuelve tan bien en pantalla, que todo parece totalmente fresco. Mentes nuevas, que sin embargo llevan sorprendiéndonos desde hace más de 10 años.
‘Up’ es una historia de aventuras, pero también de perdidas, sueños rotos y segundas oportunidades. Sin embargo los personajes son tan increíblemente potentes, que las enseñanzas finales son algo más amplio y magnifico, que solo se puede explicar con una mirada algo llorosa y una gran sonrisa.
Está crítica continua. Por favor sigan leyendo, y prometan que la irán a ver.
Todo se centra en la historia de Carl Fredericksen, un pequeño niño con ganas de aventuras y viajes sorprendentes, que sin embargo es callado y muy tímido. Gracias a las noticias que llegan a la pantalla grande, él puede seguir los descubrimientos y viajes de su héroe Charles Muntz. Imaginando ser este gran aventurero, vamos siguiendo el paso de la vida de Carl, desde que en su niñez conoce al amor de su vida, Ellie, pasando por la adolescencia, su noviazgo y casamiento.
Comienzan una vida juntos, compartiendo su interés por lo desconocido, y sus ganas de cumplir el sueño de viajar a Sudamérica. Pronto descubren que no pueden tener hijos, y deciden juntar dinero para salir de aventuras juntos y vivir felices para siempre. Lamentablemente siempre hay alguna excusa para postergar el viaje y continuar con su vida, juntos en su casa, como un gran par de amigos. Pero el tiempo lo cambiará todo, dejando sólo a Carl luego de la muerte de Ellie, en su casa llena de recuerdos y sueños no cumplidos. Las lágrimas corren silenciosamente en la sala del cine, y no han pasado más de 10 minutos de cinta.
Con ganas de pararse a aplaudir de inmediato, ‘Up’ recién comienza a calentar los motores de una historia gigante, impactante. Carl trata de mantener las costumbres que tenía junto a Ellie, claro que con las complicaciones de entrar en la tercera edad, se hace más lento, más silencioso. Todo aun es más difícil ya que su antiguo barrio se está expandiendo hacia la modernidad, y sólo su casa queda en medio de construcciones inmensas de nuevos edificios. Rápidamente Carl decide que este ya no es lugar para él, y antes de que sea enviado a una casa de reposo sale flotando con miles de globos amarrados a su casa para cumplir el sueño junto a los recuerdos de su alma gemela.
Sin advertirlo, este viejo cascarrabias inicia su travesía junto al pequeño Russel: un explorador rechoncho y muy insistente que ve en esta la oportunidad de hacer meritos de convertirse en un gran aventurero. Irremediablemente, los dos son encaminados hacia tierras desconocidas y maravillosas, que les guardará muchas sorpresas y peligros. Todo esto embellecido por una animación que supera cualquier expectativa, y una brillantez de colores, escenarios y detalles que ya habíamos pensado que estaban en su máxima expresión en ‘Wall-E’.
La posibilidad de disfrutar la gran técnica y sencillez de la animación de Pixar en 3D es algo impagable. La popular tecnología de las tres dimensiones no es utilizada a la ligera. Hay momentos en que solo es utilizada para potenciar las profundidades de los escenarios y en otros simplemente para que el público tenga una muestra del potencial del 3D. Si bien en muchas ocaciones es una gran ayuda para la cinta, no es indispensable y creo que los resultados sería básicamente los mismos sea cual sea la pantalla en que veamos esta gran historia.
La más humana y sincera de todas las películas de Pixar hasta la fecha, se convierte muy fácilmente en el mejor estreno del año. No importa que robot, mago o animales de la prehistoria queden por delante. ‘Up’ es un emocionante viaje por la vida humana, desde los sueños de la niñez hasta la satisfactoria sabiduría de la vejez, Pixar sabe unir los sentimientos y las personas en cualquiera de sus etapas. Por lo mismo nunca es fácil precisar para que edad o publico son sus estrenos, ya que el humor y la narración es bien recibida por todos, desde los niños hasta los más viejos. ¿La mejor películas de Pixar? Posiblemente, pero con ese estudio no es fácil estar seguros.
Wall-e
EL AMOR NUNCA SE OXIDA
Mejor Película 2008
En ocasiones es bueno prestar oído a los presagios, como aquellos que señalaban desde hacía años que el asombroso poder que estaban teniendo las cintas de animación en la industria cinematográfica, terminarían por pasarle la cuenta al cine tradicional, entendiendo a este último como el dirigido, producido y actuado por humanos. Pues bien, pese al deseo de muchos por adelantar este proceso, finalmente el 2008 quedará marcado por ser la primera vez que una producción digitalizada, éxito rotundo de taquilla, se convierte en la película del año.
Wall-E, dirigida por uno de los cerebros tras los éxitos de la alianza Pixar y Disney, el estadounidense Andrew Stanton, trajo de vuelta a la magia del cine una historia de amor imposible de recrear sino es en base a animación. Un robot casi desvencijado, pero lleno de ternura y curiosidad, queda prendidamente enamorado de una sonda que busca vida vegetal en el planeta. Salvo que se usará computación avanzada, solo los dibujos poseen la fórmula para dar un resultado tan brillante como éste.
Luego de la partida de los seres humanos hacia el espacio exterior, hace ya 700 años, solo esta simpática máquina, que tiene por misión mantener la limpieza en lo que alguna vez fue una importante metrópolis, puede considerarse como el único legado viviente que dejó el ser humano, ya que su programación incluye no solo sus labores cotidianas, sino además, la posibilidad de interactuar con una cucaracha, maravillarse con antiguos videos abandonados por los humanos y jugar con diferentes utensilios.
Salvo por ocasionales tormentas de polvo, la rutina en las ruinas de la civilización pareciera carecer de cualquier atractivo, algo que al simpático Wall-E no parece importarle, pero un día esta cotidianidad se rompe drásticamente. Una enorme nave llega desde los cielos portando una sorpresa, la sonda exploradora Eva. Nada será lo mismo desde ahora para el sorprendido Wall-E, quien junto a esta extraña máquina voladora, se transforman en la pareja cinematográfica del año.
A pesar de su carácter temperamental, dispuesta a dispararle a cuanto objeto le parezca peligroso, Eva no parece ser una villana, al punto de apiadarse del asustadizo Wall-E, quien pasa desde el miedo intrínseco a la atracción más fuerte que haya experimentado alguna vez. Pero Eva tiene una misión imposible de postergar, encontrar vida vegetal para transportarla a los seres humanos en el cosmos. Es la única condición para un virtual repoblamiento de personas en el planeta.
Pese a los sentimientos de Wall-E, y a que Eva también ha comenzado a empatizar con él, la programación de esta última es inalterable, y al momento de encontrar una pequeña planta la misión se da por concluida, el regreso con los humanos es inminente. Nuestro simpático protagonista se resiste a la separación, y pese a todas sus limitaciones aerodinámicas, logra viajar junto a su amada por el espacio, en la nave que la lleva de regreso. Ahora junto a los humanos, convertidos en deformes obesos tras siglos de comodidades por el uso de robots, Wall-E, Eva, un contingente de máquinas y el rechoncho capitán de la nave interestelar lucharán por desbaratar un complot, pudiendo sufrir dolorosas consecuencias.
Stanton tuvo la ingeniosa ocurrencia de, salvo los personajes humanos, no colocarle voces triviales a las máquinas, y así éstas dialogaran como personas, en vez de eso, prefirió mantener el espíritu de ingenuidad en Wall-E y los otros robots, acentuando aún más la inocencia de un personaje entrañable. Incluso Eva, pese a su carácter práctico y firme determinación, también se limita a realizar sus deberes como cualquier otro miembro del equipo de máquinas. De esta manera, y salvo por breves palabras y sonidos emitidos por programación interna, solo los sentimientos pueden articular el accionar de estos seres inanimados, convirtiéndolos en maravillosos personajes.
Una vez más la producción digital nos regala animaciones de primer nivel, con efectos visuales que impresionan, en especial la recreación de la ciudad envuelta en polvo mientras se nos presenta a Wall-E, aciertos que a estas alturas son un plus cuando se habla de la alianza Pixar y Walt Disney. En definitiva, una historia de amor y ficción que no fue pensada solo para la familia, sino para todo tipo de público, el que una vez más premió en las boleterías a una producción de este género, esta vez eso sí, a la mejor de todas. El presagio se hizo realidad, el cine tradicional tendrá que esforzarse cada día más, nosotros seremos los grandes beneficiados.
Excelente
Poemas infantiles
Vacaciones
Me voy, me voy, me voy
de vacaciones
ya tengo preparado
mi bañador
el cole se acabó
que divertido
es jugar a la pelota
y tomar el sol.
Monto en bicicleta
nado como un pez
leo muchos cuentos
juego a la ajedrez.
-----
Verano
Es Verano
Es verano y brillan las flores
es verano y hace calor
en verano está azul el cielo
y el colegio ya terminó.
En verano vamos al campo
y a la playa en bañador
en la playa nadamos mucho
y nos damos un chapuzón.
A mi me gusta el verano
a mi me gusta que haga sol
a me gustan los helados
de vainilla, fresa y limón.
A mi me gusta el verano.
Me voy, me voy, me voy
de vacaciones
ya tengo preparado
mi bañador
el cole se acabó
que divertido
es jugar a la pelota
y tomar el sol.
Monto en bicicleta
nado como un pez
leo muchos cuentos
juego a la ajedrez.
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Verano
Es Verano
Es verano y brillan las flores
es verano y hace calor
en verano está azul el cielo
y el colegio ya terminó.
En verano vamos al campo
y a la playa en bañador
en la playa nadamos mucho
y nos damos un chapuzón.
A mi me gusta el verano
a mi me gusta que haga sol
a me gustan los helados
de vainilla, fresa y limón.
A mi me gusta el verano.
Doña Primavera
Doña Primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.
Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.
Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!
Doña Primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...
No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?
¿Cómo va a encontralas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?
De la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.
Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas...
Doña Primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:
Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.
Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.
Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!
Doña Primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...
No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?
¿Cómo va a encontralas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?
De la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.
Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas...
Doña Primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:
Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.
Autorretrato, Nicanor Parra
Autorretrato
Considerad, muchachos,
Este gabán de fraile mendicante:
Soy profesor en un liceo obscuro,
He perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
Hago cuarenta horas semanales).
¿Qué les dice mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué les sugieren estos zapatos de cura
Que envejecieron sin arte ni parte.
En materia de ojos, a tres metros
No reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? -¡Nada!
Me los he arruinado haciendo claes:
La mala luz, el sol,
La venenosa luna miserable.
Y todo ¡para qué!
Para ganar un pan imperdonable
Duro como la cara del burgués
Y con olor y con sabor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
Si nos dan una muerte de animales!
Por el exceso de trabajo, a veces
Veo formas extrañas en el aire,
Oigo carreras locas,
Risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
Y estas mejillas blancas de cadáver,
Estos escasos pelos que me quedan.
¡Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales,
Soñé fundiendo el cobre
Y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales.
..............
Considerad, muchachos,
Este gabán de fraile mendicante:
Soy profesor en un liceo obscuro,
He perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
Hago cuarenta horas semanales).
¿Qué les dice mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué les sugieren estos zapatos de cura
Que envejecieron sin arte ni parte.
En materia de ojos, a tres metros
No reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? -¡Nada!
Me los he arruinado haciendo claes:
La mala luz, el sol,
La venenosa luna miserable.
Y todo ¡para qué!
Para ganar un pan imperdonable
Duro como la cara del burgués
Y con olor y con sabor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
Si nos dan una muerte de animales!
Por el exceso de trabajo, a veces
Veo formas extrañas en el aire,
Oigo carreras locas,
Risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
Y estas mejillas blancas de cadáver,
Estos escasos pelos que me quedan.
¡Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales,
Soñé fundiendo el cobre
Y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales.
..............
Autorretrato, Pablo Neruda
Por mi parte, soy o creo ser duro de nariz,
mínimo de ojos, escaso de pelos
en la cabeza, creciente de abdómen,
largo de piernas, ancho de suelas,
amarillo de tez, generoso de amores,
imposible de cálculos,
confuso de palabras,
tierno de manos, lento de andar,
inoxidable de corazón,
aficionado a las estrellas, mareas,
maremotos, administrador de
escarabajos, caminante de arenas,
torpe de instituciones, chileno a perpetuidad,
amigo de mis amigos, mudo
de enemigos,
entrometido entre pájaros,
mal educado en casa,
tímido en los salones, arrepentido
sin objeto, horrendo administrador,
navegante de boca
y yerbatero de la tinta,
discreto entre los animales,
afortunado de nubarrones,
investigador en mercados, oscuro
en las bibliotecas,
melancólico en las cordilleras,
incansable en los bosques,
lentísimo de contestaciones,
ocurrente años después,
vulgar durante todo el año,
resplandeciente con mi
cuaderno, monumental de apetito,
tigre para dormir, sosegado
en la alegría, inspector del
cielo nocturno,
trabajador invisible,
desordenado, persistente, valiente
por necesidad, cobarde sin
pecado, soñoliento de vocación,
amable de mujeres,
activo por padecimiento,
poeta por maldición
y tonto de capirote.
mínimo de ojos, escaso de pelos
en la cabeza, creciente de abdómen,
largo de piernas, ancho de suelas,
amarillo de tez, generoso de amores,
imposible de cálculos,
confuso de palabras,
tierno de manos, lento de andar,
inoxidable de corazón,
aficionado a las estrellas, mareas,
maremotos, administrador de
escarabajos, caminante de arenas,
torpe de instituciones, chileno a perpetuidad,
amigo de mis amigos, mudo
de enemigos,
entrometido entre pájaros,
mal educado en casa,
tímido en los salones, arrepentido
sin objeto, horrendo administrador,
navegante de boca
y yerbatero de la tinta,
discreto entre los animales,
afortunado de nubarrones,
investigador en mercados, oscuro
en las bibliotecas,
melancólico en las cordilleras,
incansable en los bosques,
lentísimo de contestaciones,
ocurrente años después,
vulgar durante todo el año,
resplandeciente con mi
cuaderno, monumental de apetito,
tigre para dormir, sosegado
en la alegría, inspector del
cielo nocturno,
trabajador invisible,
desordenado, persistente, valiente
por necesidad, cobarde sin
pecado, soñoliento de vocación,
amable de mujeres,
activo por padecimiento,
poeta por maldición
y tonto de capirote.
Crónica barrio Yungay
a está cerca de cumplir las siete decádas y, según me ha dicho, pasó los mejores años de su vida en la calle Rosas, paseando a su primera hija en coche por la Plaza del Roto Chileno. Aunque mi papá ya no habita en su querido barrio Yungay y hoy es un cisternino más, en su corazón se quedaron grabados los paisajes, cités y recovecos de este histórico barrio de la capital.
Recuerdo una vez que después de una trifulca familiar agarró sus cosas y salió sin decirle nada a nadie. No supimos en todo el día dónde rayos estaba metido, pero cuando regresó en la noche nos confesó que había decidido visitar esas calles que le traían tantos buenos recuerdos. Diría que mi padre es un hombre enamorado de su ex barrio, porque al hablar de Yungay se emociona y le brillan los ojos, como quien recuerda a un viejo amor. Por lo mismo no me cuesta entender la lucha que han mantenido los vecinos de este sector, para evitar que el boom inmobiliario arrase con todo a su paso. Sus esfuerzos dieron frutos, tanto que Yungay fue declarado zona típica por el Consejo de Monumentos Nacionales. Pero esto no quiere decir que esté a salvo de las constructoras…
Según información extraída del portal Biblioredes, el origen de este barrio se remonta a mediados del siglo XIX, en terrenos que se conocían como el “Llano de Portales”. Uno de los emblemas de este sector es la Plaza Yungay, que fue creada como un homenaje al triunfo chileno en la batalla del mismo nombre durante la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana.
En el centro de la plaza se levanta el monumento al Roto Chileno, obra de Virginio Arias. Este barrio era el preferido de la clase media y media alta santiaguina, con calles pavimentadas, alumbrado y tranvías. Hasta el día de hoy sobreviven algunas construcciones de larga data como el Teatro Novedades, la tradicional Peluquería Francesa y los pasajes patrimoniales surgidos a comienzos del siglo XX, y que hoy son considerados auténticas joyas urbanas.
Aunque algunas construcciones y casonas de incalculable valor histórico sucumbieron a la modernidad, afortunadamente hay otras que lograron librarse de las retroexcavadoras y conviven con las moles de cemento, que han intervenido la armonía arquitectónica del lugar (pero no del todo).
Cuenta la historia que en su período de mayor apogeo, este sector tuvo su propia estación de tren. Pero los años y el abandono fueron deteriorando este barrio, el que posteriormente fue habitado por personas de estratos más bajos. En esta época surgieron cerca de 65 cités, según da cuenta el Sitio de Yungay. Así, este perímetro fue quedando en el olvido, hasta que en la década del noventa se remodeló la plaza principal y se reemplazaron las luminarias.
Lentamente el sector fue recuperando su auge, configurándose como un espacio tradicional y cultural.
Actualmente, en la calle Compañía funciona el Museo de Arte Popular Americano, que ofrece cursos de extensión como tejido a telar y orfebrería, y en donde además se exhiben expresiones plásticas que realizan personas sin formación artística previa y que usan materiales propios del lugar de origen.
Podría decir tantas cosas más de este sector, pero me quedo con el compromiso de los vecinos, con su trabajo constante y organizado para hermosear las calles y evitar que el paso del tiempo borre su pasado. Sé que si mi padre aún viviera en su vieja casa de calle Rosas, entre Esperanza y Libertad, (hoy reducida a escombros), se sentiría igualmente orgulloso.
Si te interesa conocer un poco más sobre este sector, te dejamos las coordenadas para que lo visites cuando quieras: El barrio Yungay limita al norte con la calle Rosas, al sur con la Av. Bernardo O´higgins, al oriente con Av. Ricardo Cumming y al poniente con Av. Matucana.
Cuentos araucanos
Alicia Morel "CUENTOS ARAUCANOS, La Gente de la Tierra" de la Editorial Andrés Bello
Prologo
Los mapuches, que quiere decir "gente de la tierra", por "mapu", tierra, y "che", gente, ocupaban una gran zona del cono austral de América del Sur, que abarcaba la parte central de Chile y Argentina.
Según su ubicación geográfica, se denominaban entre sí como "huilliches", gente del sur; "puelches", gente del este; "ranculches", gente del carrizo; "picunches", gente del norte; "pehuenches", gente del pehuén o araucaria, etc.
Para ellos tenían gran importancia los puntos cardinales y orientaban la construcción de sus rucas según éstos. Así, la puerta principal se abría al oriente; sus cobijas tenían la cabecera hacia la salida del sol y nunca de norte a sur o al contrario, porque según sus creencias, la primera ubicación daba vida y estaba protegida por los espíritus bienhechores, y la segunda traía enfermedades y hasta la muerte, porque “el sur es el punto por donde desaparecen los vivos, visitados de improviso por los malos espíritus que de allí vienen” (Tomás Guevara.)
Entonces no había límites definidos, como ahora, entre los países. Las guerras y escaramuzas hacinase entre caciques, tribus o confederaciones de tribus; la causa de sus peleas era principalmente por raptos de mujeres o por razones de supervivencia, al disputar un terreno apto para la agricultura y rico en plantas y árboles de los que sacaban su alimentación.
Subsisten sólo los mapuches que viven en Chile, ya que los llamados “pampas” argentinos fueron exterminados por las continuas guerrillas en su contra, la última de las cuales la dirigió el General Roca en 1879.
En Chile los mapuches viven desde el sur de Bio-Bio hasta Puerto Montt, ocupando diversos puntos en la precordillera de los Andes y en la costa.
Los que aún mantienen el lenguaje, los ritos y costumbres no pasan de los 200.000, aunque se considera que el total de mapuches asciende a unos 500.000, siendo estas cifras inseguras.
Otro punto discutible es el de la homogeneidad racial de los mapuches; si bien hablaban la misma lengua y practicaban parecidas costumbres, pueden haber tenido diferencias étnicas. Hay muchas teorías sobre el origen de las razas americanas que no corresponde tratar en este prólogo.
Sólo añadiremos que sin los pacientes y sabios investigadores que se dedicaron a lo largo de tres siglos al estudio de la lengua mapuche y a observar sus costumbres, ritos y tradiciones, no habríamos podido hacer la adaptación de sus hermosas creencias, llenas de espiritualidad. Estos pueblos no tuvieron o no alcanzaron a tener, como suponen algunos indigenistas, lenguaje escrito; al recoger su tradición oral se salvó en parte la misteriosa mitología cuyos orígenes se pierden en la prehistoria.
Alicia Morel
CUANDO EL SOL Y LA LUNA OLVIDARON LA TIERRA.
(Cuento basado en una leyenda Mapuche-ranculche)
Hace muchos, muchos años, el Sol y la Luna vivían tan felices en el cielo, que se olvidaron de alumbrar la tierra donde vivían los indios. Y mientras en el cielo habían grandes fiestas llenas de luz y color, en la en la Tierra todo estaba oscuro, y cubierto de nubes y nieblas y la lluvia caía sin parar.
Y de tanto llover día y noche, los valles se llenaron de agua, y el mar y la tierra se confundían. Solo asomaban las puntas de las montañas más altas y allí se habían refugiado los pobres indios con sus animales mansos y con los animales salvajes.
Cuando comenzó la inundación dos de los principales caciques reunieron a su gente y enviaron mensajeros para advertir el peligro a las gentes de la tierra, los mapuches.
—Suban a las montañas, lleven sus guanacos, sus aves, sus llamas y sus pequeños ciervos, los pudúes, por que pillanes del cielo están enojados y rompen las nubes con sus espadas de fuego y el agua comienza a inundar las tierras bajas.
Así voceaban los mensajeros recorriendo pequeños caseríos. Y todos los pueblos se pusieron en camino, llevando lo más necesario. Los seguían sus guanacos, sus vicuñas, sus pavos, y los ciervos pequeños que se llaman pudú. Y detrás de ellos, entre los matorrales y los bosques, huían los pumas, los zorros y las güiñas. Ennegrecían el cielo los pájaros de la tierra y del mar. Las bandurrias y los choroyes eran los más bulliciosos. Las bandurrias parecidas a las cigüeñas, volaban en grupos de a cinco, lanzando un extraño grito semejante al sonido de un oboe; y los choroyes, desordenados y en bandadas, que ponían verde el cielo, ensordecían con sus gritos desafinados y alarmantes.
Los únicos que estaban contentos eran los peces, desde los más pequeños hasta las ballenas.
Los hombres, aislados en la cumbre de las montañas, encendían débiles fogatas bajo las rucas que construyeron. No se conseguía leña seca, todo goteaba y lloraba, y la oscuridad oprimía el corazón.
Una noche, o una mañana —no podía saberse si era de noche o de día— el toqui Pangal, que era fuerte como el puma, reunió a sus guerreros y familia y les dijo: —Tenemos que hacer una gran fogata para que le sol vuelva a iluminarnos. Si el ve nuestra señal de fuego, volverá a acordarse de nosotros y correrá las nubes y nos mandará su luz.
Todos, hasta los más pequeños, se repartieron por la montaña para recoger ramas y troncos; pero el trabajo resultaba muy peligroso a causa de la oscuridad. Temían caer al agua y ahogarse. Sin embargo, ninguno dejo de traer aunque fuera una ramita para encender un gran fuego. Y cuando las llamas se alzaron en la eterna noche, les pareció ver el sol y su alegría fue grande y cantaron y bailaron hasta que no quedaron sino brasas.
Y ocurrió algo curioso: Otro pueblo que habitaba en sus islas-montaña, al ver la fogata de Pangal y su gente, los imitaron, y pareció que la oscuridad se llenaba de estrellas de oro, encendiéndose una tras otra.
De este modo aprendieron a hacerse señas y hasta construyeron unas especies de canoas, ahuecando los troncos de los árboles más grandes, los gigantescos coihues que viven cientos de años.
Y así, se visitaron los principales caciques, entre ellos, Pangal, fuerte como un león, y Antú, que se llamaba como el Sol.
Y conversaron largas horas.
—Antú, ya no podemos sembrar y en los montes no quedan animales para cazar.
—En mi montaña se terminaron los conejos y las vizcachas; no quedan aves ni ratas. Y la leña se nos acaba. Es necesario hacer algo, Pangal.
—Sin luz no podemos embarcarnos a otras tierras para buscar el Sol.
—Todos los que mandé en busca de tierra seca y de luz, jamás volvieron —dijo Antú con tristeza.
—El Sol no quiere oírnos, y la Luna no aparece en nuestra larga noche, a pesar de los cantos y los rezos, de los sacrificios y los llantos de niños y mujeres —se quejó Pangal.
Y aunque mutuamente se consolaban y ayudaban, ninguno de los dos jefes sabía que hacer en tan terrible situación.
¿Qué pasaba en el cielo, entretanto?
LO QUE PASABA EN EL CIELO
El Sol vivía en su palacio de oro. Al amanecer, habría las puertas y buscaba el palacio de plata de la Luna para convidarla a jugar y bailar por los campos azules.
Por cierto que no siempre se encontraban y tenían una especie de juego a las escondidas.
Todos los días el Sol habría sus puertas doradas y gritaba:
—¡Eh, amigos míos! ¿dónde están? Quiero bailar con mis planetas y descubrir pálidas Lunas. ¿Dónde está mi pequeña luna, la que se esconde en el campo de la noche?
A veces la Luna estaba cerca, en su palacio de plata y venía caminando dulcemente a encontrarse con el Sol.
Y entonces jugaban a una ronda. La Luna decía:
—¿Me llamabas Sol?
—¡Te llamaba Luna! —contestaba él brillando.
—¿Jugaremos hoy?
Sol : —La ronda fortuna.
Luna : —¿Cómo es esa ronda?
Sol : —Tengo dos anillos
que son dos caminos,
uno está en el día,
el otro en la noche;
dime bella Luna,
¿cuál camino escoges?
De oro el de día
de plata el de noche.
La Luna no dudaba al decir:
—Yo escojo el de noche.
Y el sol se lanzaba tras ella, gritando:
—Corre que te pillo,
y si yo te alcanzo,
te quito el anillo.
Pero el Sol nunca podía alcanzar a la Luna y ella se iba bailando por las sombras de la noche.
Y de este modo, lo pasaban tan bien en el cielo, que no se loes ocurría mirar hacia la oscura Tierra envuelta en nubes. Suele suceder que los que son muy felices, se olvidan de pensar en los demás. Y ni un solo rayo de la alegría del cielo llegaba hasta los hombres aislados en las montañas.
EL PEQUEÑO VENADO DE YEUMAN
Pangal tenía un hijo, Yeumen, que quiere decir “valiente” en lengua mapuche. Y Antú, a su vez, tenía una hija de nombre Licán que quiere decir “piedra”, piedra sagrada.
Y Yeumen y Licán de tanto en tanto ir y venir en las canoas acompañando a sus padres, de una montaña a otra, se habían hecho muy amigos.
Cada uno tenía un animalito regalón: Licán había criado una vizcacha color piñón y Yeumen un pudú. Y siempre andaban con ellos a la siga; cuando iban con sus padres de una montaña a otra, navegando por las profundas lagunas llenas de sombras, sus animalitos iban con ellos. Un día Pangal y su hijo fueron a visitar al cacique Antú para intercambiar noticias y conversar sus problemas urgentes.
Yeumen y Licán se fueron a jugar cerca de las rucas; no se atrevían a alejarse en la gran noche que siempre los rodeaba.
El pequeño pudú, en cambio, no tenía miedo de la oscuridad ni del constante rumor de la lluvia; con sus sensibles orejas, alertas como antenas, y su piel nerviosa, parecía estar lleno de ojos que adivinaban lo que había más allá. De pronto el animalito dio un gran salto con sus patas cortas y como si lo llamaran, desapareció por un sendero que subía por la montaña.
—¿Qué haces? —gritó Yeumen—. ¡Vuelve, vuelve acá, pudú!
Licán abrazó con fuerza su vizcacha y ambos niños llamaron largamente al venado, pero éste no regresó.
Cuando llegó el momento de partir, Yeumen pidió a su padre quedarse por una jornada en la montaña de sus amigos a ver si volvía su pudú. Antú y Pangal, viendo la preocupación del niño, estuvieron de acuerdo.
—El venado volverá pronto, estos animalitos necesitan ir a la selva que es su gran ruca —dijo Pangal.
—¿No se lo comerá el puma? —preguntó Yeumen con temor.
—En nuestra montaña solo quedan dos parejas de pumas y otras de zorros. Los dejamos vivir para que no desaparezcan de nuestro bosque cuando algún día brille de nuevo la luz. Y un pudú sabe defenderse muy bien, con su rapidez y su buen oído.
Yeumen no se tranquilizó del todo; pero pasó un sueño y volvió a comenzar el trabajo y el venado no apareció.
Y cuando Licán y su amigo intentaron penetrar por el boscoso senderillo, la vizcacha escapó de los brazos de su ama y desapareció por el mismo rastro del pudú.
Licán se afligió mucho, buscando y llamando a su vizcacha; ambos niños se sentían muy tristes, porque sus animales eran sus compañeros que no solo les servían de consuelo sino también de abrigo en la fría noche lluviosa en que vivían.
Yeumen trató de consolar a su amiga y ella recordó de pronto algo:
—Hace mucho tiempo, cuando recién llegamos a la montaña y había un poco de luz todavía, yo subí por ese camino y llegué a una cumbre desde donde vi la Luna.
—¿Cómo? ¿Viste la Luna? —exclamó el niño con asombro.
—A veces creo que lo soñé; cuando se lo conté a mi mamá, ella no lo creyó y nadie en la tribu lo creyó tampoco. Pero yo me acuerdo del camino, de las piedras y las grietas —continuó Licán. Y sin pensarlo mucho, como ambos niños querían recuperar sus animalitos, avanzaron por el sendero misterioso que también los atraía.
—Si allá arriba encontramos a la Luna, le pediremos que nos alumbre de nuevo --dijo Licán.
—Y que nos mande un poco de su tibia luz —afirmó Yeumen.
Y ambos desaparecieron, igual que el pudú y la vizcacha, montaña arriba.
LA MONTAÑA DE LA LUNA
Durante muchas horas, tal vez más de un día, los niños treparon sin descansar. Sus ponchos estilaban bajo la lluvia, haciéndose pesados. Quedaron atrás los bosques y aparecieron las primeras manchas de nieve. A pesar del frío y del peligro de grietas y quebraduras, continuaron subiendo. Cada vez el cielo estaba más luminoso y esto los entusiasmaba. Licán advertía cada accidente de la ruta y les fue fácil llegar a la cumbre. Y una vez en la punta de la montaña, vieron el ancho cielo azul por donde navegaba una que otra nube. Un gran silencio, lleno de una voz nueva, la del viento, llenó sus oídos acostumbrados al rumor del agua. Yeumen se puso a gritar, maravillado:
—¡El cielo es azul, azul!
Licán reía y brincaba, batiendo sus manos:
—Yo sabía que este camino llegaba al cielo.
Miraron luego a su alrededor, pero no vieron ni huella ni sombra de sus animales regalones.
—Han saltado a la Luna —aseguró Licán—. Por aquí pasa muy cerca de la tierra y dando un buen salto, se puede llegar hasta ella.
—La tierra oscura y fría los debe haber cansado —reflexionó Yeumen—, por eso prefirieron irse a los prados tibios de la Luna.
Se quedaron en silencio, llenándose los ojos de color azul. Yeumen preguntó:
—¿Te acuerdas Licán, por cuál lado del cielo aparece la Luna?
—No, no me acuerdo. Pero tú puedes mirar hacia allá mientras yo miro hacia acá —y la niña señalaba el oriente y el poniente, el lado derecho y el lado izquierdo.
Y cuando los dos se instalaron a contemplar su lado del cielo, aparecieron sin anunciarse, avanzando lentos y brillantes, dos pequeños asteroides, uno rojo y otro azul. Con el pestañeo de sus luces, parecían conversar:
—Viene bailando la Luna Luna —decía el Azul.
—Trae en su cara la luz del Sol —contestaba el Rojo.
—La Luna viene con su farol —canturreaba el Azul.
—La Luna Luna con su arrebol —reía el Rojo.
A los niños les parecía maravilloso ver estrellas y no apartaban la mirada del cielo. Oscurecía y el brillo iba aumentando.
—Soy asteroide del señor Sol —declaró el Rojo con un fuerte destello.
—La bella Luna me dio el color —agregó el Azul.
Los niños se codearon, secreteándose:
—¿Cuál te gusta más, Yeumen?
—El Rojo, que sigue al Sol.
—A mi me gusta el Azul con su color de Luna —decidió Licán.
Una claridad creciente por el lado oriental de la montaña anunció la llegada de la Luna. Los asteroides se pusieron más chispeantes, de puro nerviosos. Muy pronto la Luna llenó el cielo frente a los niños y bostezó:
—Me quedé dormida. Hace rato que el sol me espera en la puerta de la tarde.
Yeumen y Licán empezaron a hacerle señas y llamarla:
—¡Luna, Lunita, Luna!
El asteroide Azul se sobresaltó:
—Oigo unas voces que te llaman, Luna.
—¿Quién puede ser, hermano Azul?
—Dos notas, dos cantos, los oigo allá abajo, donde hay un mundo lleno de nubes.
—¿Hay un mundo bajo ese manto negro?
—Sí, Luna, un mundo olvidado del cielo —aseguró el Rojo.
—Está lleno de agua --anunció el Azul.
—Pero ¿quién puede llamarme desde tan lejos? —retumbó la Luna.
El Azul le recordó:
—Tal vez sea otro venado. ¿Te acuerdas, Luna, que hace un tiempo, saltó a tus brazos un pequeño pudú?
—Sí, fue anteayer —exclamó la Luna—. Saltó a mi falda huyendo de un planeta oscuro; tenía el pulso muy agitado y aún lo siento palpitar en mi mejilla, donde me dejó una mancha.
El Rojo, que tenía el ojo vivo, descubrió la cima de la montaña que se asomaba entre las nubes:
—Miren, algo aparece allá abajo, ¿lo ves, madre Luna?
Ella enfocó su suave mirada hacia la Tierra y exclamó:
—¡Veo una rotura entre las nubes, un asteroide blanco, una isla que da vuelta, un cono que pincha el cielo!
—Es un volcán de la Tierra —explicó el Rojo— y hay dos pequeños ciervos en la cumbre llamando “Luna, Luna”.
—Me acercaré a ellos y así tendré en mis llanuras tres venados corredores —dijo la Luna, empezando a bajar.
La Luna se puso a la altura de la montaña donde Licán y Yeumen estaban parados.
—Pequeños ciervos —les dijo—, ¿quieren saltar, acaso a mi falda?
Yeumen advirtió muy serio:
—Señora Luna, no somos ciervos, ni venados, ni vizcachas, ni conejos. Somos niños.
—Sí —interrumpió Licán—, yo soy la hija del toqui Antú, que se llama como el Sol.
—Y yo soy Yeumen, hijo del toqui Pangal, que se llama como el león.
La Luna se quedó muy sorprendida y sólo atinó a murmurar:
—¿Quieren jugar con el pequeño ciervo que anteayer saltó a mi falda?
—Y también queremos ver a la vizcacha color piñón que se debe haber escondido en un cráter –dijo Licán.
Como la Luna se quedara sin saber qué contestar, Yeumen explicó:
—Nuestros animales regalones huyeron de nuestra tierra porque está helada y llena de agua, y nunca para la lluvia. Nosotros los seguimos hasta aquí para que tú nos ayudes, Luna, y nos des un poco de luz tibia.
La Luna pensó un momento:
—Ustedes viven en ese planeta oscuro y quieren que yo les dé algo de mi luz. Pero esta luz me la dio mi esposo, el Sol, y yo no puedo regalarla sin su permiso. ¿Qué diría?
Yeumen suplicó entonces:
—Sólo te pedimos un pequeño rayo, nada más. Allá, bajo las nubes, viven los pueblos de los hombres sin tener con qué alumbrarse. Los mares suben sin cesar y las lagunas se juntan con los mares. No podemos sembrar y sin el Sol, ningún fruto madura y pronto moriremos de hambre y frío.
La Luna sintió mucha pena al oír estas noticias.
—Señora Luna, tú y el Sol se olvidaron de la Tierra —agregó Licán—. Ustedes juegan con la luz, pero nosotros no tenemos más que unas chispas de fuego.
La Luna se sintió cada vez más compadecida:
—Si yo les doy un poco de mi luz, ¿qué me darán ustedes a cambio? –preguntó.
—Nuestros animales regalones —gritaron los niños—. ¡El pudú de Yeumen y la vizcacha de Licán serán tuyos para siempre!
La Luna asintió aceptando y decidió bajar en seguida a la Tierra, para regalar a los hombres un poco de su luz.
Los asteroides se sintieron alarmados y lanzaron destellos advirtiendo a la Luna que era muy peligroso bajar a un planeta desconocido. Pero ella les ordenó que cuidaran su palacio de plata, y que no dijera nada al Sol, porque regresaría en seguida.
Y mientras decía: “No tardaré ni un segundo en volver al cielo”, piso la punta de la montaña y los niños le ayudaron a bajar por el sendero.
Al verla desaparecer bajo las nubes, el asteroide Rojo murmuró:
—La Luna bajó a la Tierra y el Sol se quedará esperándola.
—¿Qué le diremos ahora? —suspiró el Azul muy asustado.
Y como estaban obligados a seguir su camino, desaparecieron por el cielo, en dirección al Sol, temblando como dos pequeñas chispas.
LA LUNA BAJO LA LLUVIA
La Luna nunca había sentido el ruido de la lluvia, no conocía el rumor de los bosques cuando cada hoja gotea; tampoco se había salpicado los zapatos de cabritilla blanca ni menos la falda y la cara. Al sentir el agua helada que corría por sus mejillas y sus manos, se asustó:
—¡Qué fría y oscura es esta tierra! —dijo temblando—. Siento que mi luz se enfría.
—Cúbrela bajo tu falda –aconsejó Yeumen.
—Yo te ayudaré con mis manos para que no se moje —ofreció Licán.
Pero la lluvia era tan penetrante, que la luz, regalo del Sol, aunque conservó su brillo, se fue enfriando sin remedio.
Desde ese día la luz de la Luna se heló para siempre. Así cuentan los antiguos.
Terminaron de bajar la montaña y corrieron a protegerse en una gruta que Licán conocía. Y toda la caverna se llenó de luz azul, mansa y radiante, aunque fría. La Luna estaba muy triste, pensando en lo que diría el Sol cuando supiera que había bajado sin su permiso al planeta negro y que su regalo había perdido el calor; pero los niños se sentían felices y saltaban por toda la gruta, jugando con sus nítidas sombras. ¡Hacía tanto tiempo que vivían en la oscuridad, que hasta habían olvidado que los cuerpos echan sombras!
Y mientras Yeumen y Licán trataban de consolar a la Luna, la luz de su farol resbaló fuera de la gruta y atravesó los bosques, llegando hasta las aldeas. Brilló en las aguas de los mares y de los lagos que se juntaban con los mares, y los hombres vieron de nuevo la deseada luz, aunque era fría y más pálida que la del Sol.
Pangal y Antú, que estaban muy intranquilos con la desaparición de sus hijos, siguieron el rastro de la luz y llegaron a la boca de la gruta. Deslumbrados, al comienzo no veían lo que ocurría adentro. Pero los niños descubrieron a sus padres y corrieron a echarse en sus brazos y a contarles sus aventuras.
Antú exclamó:
—¡Hijos! ¡Los espíritus protectores los han traído de nuevo junto a nosotros!
—¡Gracias que han vuelto sanos y salvos!
Yeumen contó luego:
—La Luna bajó con nosotros por la montaña para darnos su luz que el Sol le había regalado; pero la lluvia enfrió su fuego.
—Y por eso nos escondimos en esta gruta —agregó Licán—, porque el Sol se va a enojar cuando descubra que su luz se enfrió.
Antú se alarmó:
—¿Qué dices, niña? Sería terrible que el Sol se enojara aún más de lo que está, porque entonces todos moriremos de seguro.
Pangal tranquilizó a su amigo:
—La Luna bajó porque es compasiva. Gocemos de la luz que nos ha traído, démosle las gracias a nuestra madre de la noche, que ilumina las aguas y las tierras.
—Yo creo que el Sol la va a perdonar —dijo Yeumen.
—Sí, porque ella bajó para consolarnos —gritó Licán.
—Pangal y yo cuidaremos de la Luna hasta que el Sol venga a buscarla —concluyó Antú.
Y tomando a la Luna de la mano, la condujeron a través de los bosques junto a las rucas, donde la sentaron para que secara sus vestidos junto a una gran fogata. Y ella ilumino los valles y las cumbres que durante tanto tiempo estuvieron a oscuras.
EL ENOJO DEL SOL
Entretanto, en el cielo, el sol dormía tranquilo en su palacio.
Los asteroides llegaron al pie de las escalinatas doradas sin atreverse a hacer el menor ruido.
El Rojo susurró:
—El Sol aún no despierta.
—Sus puertas están cerradas, por suerte —dijo el Azul, más pálido que nunca. En el fondo se sentía más responsable por ser el asteroide de la Luna.
—Cantemos para que despierte —propuso el Rojo,
—Ojalá lo haga de buen humor.
—La noticia que le daremos no es muy buena —dijo el Rojo.
—Tenemos que ser muy prudentes.
—¿Y cómo podremos serlo? —preguntó el Rojo.
—Contándole muy de a poco que la Luna, su mujer...
—Cállate, no digas nada —se asustó el Rojo.
—Bueno, bueno —dijo el Azul animándose un poco—, podríamos cantarle una canción de cuna y así...
—Bueno, a cantar entonces.
Se pusieron a girar en torno al palacio entonando
“Duerme, duerme, duerme,
sueña con la Luna
un hermoso cuento.
Por una montaña
la luna bajó,
sus pies se mojaron,
se manchó el vestido,
luego se enfrió.
Duerme, duerme, duerme.
Caía la lluvia,
la Luna lloraba
y no había nadie
que la consolara.
Duerme, duerme, duerme”.
No acababan de cantar el último “duerme”, cuando el Sol abrió bruscamente sus puertas llenando el cielo con sus rayos. Estaba de muy buen humor.
—¿A qué están jugando los pequeños asteroides? —preguntó.
Pero ellos se taparon la cara, sin saber qué decir.
—¿Han hecho algo malo? —dijo el Sol con cara bonachona, dispuesto a perdonar las diabluras de los pequeños planetas.
Ellos negaron con la cabeza.
—Entonces —exclamó el Sol— quiere decir que ha pasado algo malo—. Y su cara ya no era tan alegre.
Los asteroides se apresuraron a indicar que sí.
—Y ustedes tienen miedo de que yo me enoje —agregó el sol, poniéndose más rojo.
Los dos asintieron con más fuerza y se volvieron de espaldas.
—Ustedes estaban cantando algo... Tengo mal oído, ya lo sé, en cambio mi vista nunca me engaña.
Los asteroides se echaron a temblar, abrazados.
—¡Eso es, querían prepararme el ánimo! Si ustedes no quieren hablar, tendré que adivinarlo entonces! —gritó el Sol, molesto—. ¡Qué par de cobardes son, criaturas enclenques! A ver... ¡Se acerca un Cometa venenoso! No, no es eso. ¡Se reventó un planeta, apareció otro sol!
Los asteroides todo lo negaban, cada vez más nerviosos, viendo que el Sol enrojecía a cada ocurrencia.
—Se me pasó la mano con la lluvia de rayos ultravioletas, la Tierra cambió de órbita...
Al oír nombrar a la Tierra, los asteroides dieron un salto y miraron al sol aterrados.
—¡Ah, por fin, ¿qué pasó en la Tierra?
—Nosotros no tenemos la culpa —balbuceó el Azul.
—Nosotros vimos, no más... Claro que la Tierra no se ve, la tapan las nubes y...
—¡Digan de una vez qué pasó con la Tierra! —rugió el Sol.
—Hace tiempo que no se ve... sólo una montaña, a veces...
—¿Qué pasa con sus montañas? ¿Hay algún volcán en erupción? —interrumpió el sol ante los balbuceos del Rojo.
—No, no —tembló el Azul—, es que vimos la montaña de la Luna y...
—Ah, si no es más que eso... ¿Podrían ir a buscar a la pequeña Luna? Creo que está un poco atrasada y quiero saludarla.
Los asteroides volvieron a abrazarse con espanto.
—¿Cómo? ¡No me digan que le ha pasado algo a la Luna! ¡Y que tiene que ver con la Tierra! Ustedes van a hablar, si no quieren que los reviente.
El Rojo, más fuerte que el azul, decidió empezar:
—Sí, padrecito Sol, la Luna bajó a la Tierra.
—¿Bajó a la Tierra? –bramó el Sol escandalizado.
—Tuvo pena de los hombres que hace mucho tiempo no te ven padre.
El Sol se asustó un poco, y con el susto le dio más rabia:
—La Luna corre peligro en ese planeta lluvioso y oscuro, entre criaturas irresponsables.
¡Hasta pueden apagarla!
—Si quieres, yo la voy a buscar —ofreció el Azul.
—No, ustedes se apagarían antes que ella. Yo mismo bajaré a buscar a mi pequeña Luna y si los hombres le han hecho algún daño, ¡quemaré la Tierra, la incendiaré como paja, la reventaré como un cohete! ¡Uff!
Furioso el Sol se alejó, mientras los asteroides se quedaron tiritando de susto.
—¡Qué enojado está nuestro padre! —gimió el Azul
—Por suerte se fue y no nos hizo nada —se consoló el Rojo.
—Pobre Tierra, cubierta de nubes, ahora sí que va a estar iluminada —comentó el Rojo.
Y como no tuvieron mucho más que hablar, ambos se pusieron a limpiar los palacios del Sol y de la Luna.
El Azul se puso a sacudir el de su señora del polvo de las estrellas y el Rojo, a su vez, empezó a barrer las cenizas del palacio del Sol.
—¡Es tan fumador nuestro padrecito! —comentó, soplando delicadamente para no estornudar.
LA TIERRA SE PONE AZUL
Mientras en el cielo el Sol lanzaba chispas de preocupación y de rabia por lo que hubiera podido pasarle a la Luna, ella en la Tierra, lloraba sin consuelo; había vuelto a la gruta y no quería salir de allí. Sus lágrimas se transformaban en luz azul, mientras canturreaba con tristeza:
Ay mi anillo de oro,
mi anillo de Sol
en hilo de plata
se me convirtió.
Me lo había dado
en prenda de amor.
Yeumen y Licán corrían por la selva, sin temor.
—Mira, Licán, cada gota parece una luciérnaga. La Luna, con sus pies pequeños, las encendió —gritaba el niño contemplando las gotas de lluvia que pendían de las ramas.
—Ha dejado de llover, todo está lleno de un silencio nuevo, donde ha otras voces... ¿Oyes cómo galopa tu venado por el delantal de la Luna, como una sombra de cristal?
—Sí, lo oigo. Y tú debes oír cómo rasguña tu vizcacha los zapatos manchados de barro de la Luna —dijo a su vez Yeumen.
Entretanto, pueblos enteros desfilaban delante de la gruta, deslumbrados por la luz plateada que salía de allí; y dejaban regalos de toda clase, joyas de plata y vasijas de leche a los pies de la pálida Luna. Esto no la consolaba, sin embargo.
Algunos decían:
—Señora Luna, gracias por iluminar las aguas. Iremos a ver los peces que saltan en los mares y lagunas.
Y otros:
—Señora Luna, iremos por los caminos difíciles, cogidos de un rayo de tu mano, a divisar bajo las olas nuestros valles.
La Luna a todo consintió, pero les pidió a cambio:
—Si por el camino encuentran al Sol, háganle un saludo en mi nombre.
Los senderos de las montañas se llenaron de gentes que acudían a mirar las extensas aguas; y algunos navegaban en sus canoas, contentos de poder ver, por fin, el mundo azul que los rodeaba. Y se escuchaban cantos y risas por todas partes.
Pangal y Antú decidieron sembrar maíz a la luz de la Luna. Cosecharían piñones plateados y avellanas rosadas.
De pronto, en medio de la fiesta y la alegría con que celebraban la luz fría de la Luna, cayó del cielo una espada de oro, un rayo muy fuerte que evaporó una laguna. Los peces quedaron saltando en el lecho de barro.
¡Qué medo sintieron los indios! Licán y Yeumen corrieron a refugiarse en la gruta de la Luna.
—Arden los bosques y las zarzas —gritaron—. Una espada de oro nos persigue incendiando lagunas y cortando ramas verdes.
La Luna rió suavemente :
—No tengan miedo, ese es el Sol, que anda buscándome. Saldré a recibirlo y con mi luz fría se calmará.
La Luna salió de la gruta y extendió sus rayos suaves, buscando los del Sol. No tardaron en encontrarse, ella en medio del agua, él en la cumbre de una montaña. Se saludaron delante de los pueblos.
—Luna, mi pequeña Luna, por fin te encuentro —exclamó el Sol—. Pero ¡qué pálida estás! Tienes los vestidos mojados y las manos frías. Ven, vámonos al cielo, a mi palacio de oro para secar tu ropa y darle calor a tu cara.
—Es verdad que tengo frío porque bajé la montaña y la lluvia enfrió mi luz; pero no te enojes, nadie me ha hecho daño.
—Te llevaré al cielo, y castigaré a la Tierra reventando sus volcanes por haber helado la luz que te regalé —relampagueó el Sol.
—Sería una injusticia y tú eres el padre de la vida. Yo misma quise baja para dar un poco de luz a los pueblos mapuches.
—Siempre has sido un poco aventurera y porfiada —se quejó el Sol—; esta vez no perdonaré a los que han helado tu anillo de oro.
—No, no —suplicó la Luna—, si tú castigas a los indios, no volveré a mi palacio del cielo.
—¿Qué dices? ¿Me dejarás solo en el espacio inmenso?
—Por favor, comprende —pidió la Luna—, tú no puedes castigar a la Tierra porque la lluvia cayó sobre mí con su hielo. Tú y yo jugábamos felices en el cielo y nos olvidamos de la Tierra que se cubrió de nubes. Somos culpables, mi querido Sol.
Pero el Sol era muy porfiado y siguió alegando:
—¿Para qué necesitamos a la oscura Tierra, pequeña Luna, si somos tan felices en el cielo? Olvidémonos de ella, no nos hace falta.
Aquí la Luna veló su cara, con ligero enojo:
—Estás muy equivocado, señor mío. Mira a tu alrededor los hermosos colores de la Tierra, la variedad de sus seres, la música de sus infinitas gargantas. Oye, dueño de los planetas, las notas que canta la Tierra. Mira, una sola gota de agua es un mundo. Y una flor, ¿habías visto antes una flor?
Licán cortó una rama recién florecida y se la pasó a la Luna.
—Mira, tus rayos tibios acaban de hacer florecer el arrayán. ¿te atreverías a sacar algo tan hermoso?
—No, mi señora. Estoy empezando a descubrir la Tierra y veo que aquí todo es delicado. Cada criatura es más complicada que la relojería de los planetas.
El Sol y la Luna se pasearon mirando y asombrándose ante cada ser.
Y luego, los dos treparon por la montaña de la Luna y de un gran salto llegaron a su reino azul donde los esperaban sus palacios.
Desde entonces, cuenta la leyenda, nunca más el Sol y la Luna dejaron de alumbrar el día y la noche de la Tierra. Y la luz del Sol calienta y abriga, y la luz de la Luna quedó fría para siempre. Y en su cara blanca juegan un venado y una vizcacha que parecen manchas de sus mejillas.
Prologo
Los mapuches, que quiere decir "gente de la tierra", por "mapu", tierra, y "che", gente, ocupaban una gran zona del cono austral de América del Sur, que abarcaba la parte central de Chile y Argentina.
Según su ubicación geográfica, se denominaban entre sí como "huilliches", gente del sur; "puelches", gente del este; "ranculches", gente del carrizo; "picunches", gente del norte; "pehuenches", gente del pehuén o araucaria, etc.
Para ellos tenían gran importancia los puntos cardinales y orientaban la construcción de sus rucas según éstos. Así, la puerta principal se abría al oriente; sus cobijas tenían la cabecera hacia la salida del sol y nunca de norte a sur o al contrario, porque según sus creencias, la primera ubicación daba vida y estaba protegida por los espíritus bienhechores, y la segunda traía enfermedades y hasta la muerte, porque “el sur es el punto por donde desaparecen los vivos, visitados de improviso por los malos espíritus que de allí vienen” (Tomás Guevara.)
Entonces no había límites definidos, como ahora, entre los países. Las guerras y escaramuzas hacinase entre caciques, tribus o confederaciones de tribus; la causa de sus peleas era principalmente por raptos de mujeres o por razones de supervivencia, al disputar un terreno apto para la agricultura y rico en plantas y árboles de los que sacaban su alimentación.
Subsisten sólo los mapuches que viven en Chile, ya que los llamados “pampas” argentinos fueron exterminados por las continuas guerrillas en su contra, la última de las cuales la dirigió el General Roca en 1879.
En Chile los mapuches viven desde el sur de Bio-Bio hasta Puerto Montt, ocupando diversos puntos en la precordillera de los Andes y en la costa.
Los que aún mantienen el lenguaje, los ritos y costumbres no pasan de los 200.000, aunque se considera que el total de mapuches asciende a unos 500.000, siendo estas cifras inseguras.
Otro punto discutible es el de la homogeneidad racial de los mapuches; si bien hablaban la misma lengua y practicaban parecidas costumbres, pueden haber tenido diferencias étnicas. Hay muchas teorías sobre el origen de las razas americanas que no corresponde tratar en este prólogo.
Sólo añadiremos que sin los pacientes y sabios investigadores que se dedicaron a lo largo de tres siglos al estudio de la lengua mapuche y a observar sus costumbres, ritos y tradiciones, no habríamos podido hacer la adaptación de sus hermosas creencias, llenas de espiritualidad. Estos pueblos no tuvieron o no alcanzaron a tener, como suponen algunos indigenistas, lenguaje escrito; al recoger su tradición oral se salvó en parte la misteriosa mitología cuyos orígenes se pierden en la prehistoria.
Alicia Morel
CUANDO EL SOL Y LA LUNA OLVIDARON LA TIERRA.
(Cuento basado en una leyenda Mapuche-ranculche)
Hace muchos, muchos años, el Sol y la Luna vivían tan felices en el cielo, que se olvidaron de alumbrar la tierra donde vivían los indios. Y mientras en el cielo habían grandes fiestas llenas de luz y color, en la en la Tierra todo estaba oscuro, y cubierto de nubes y nieblas y la lluvia caía sin parar.
Y de tanto llover día y noche, los valles se llenaron de agua, y el mar y la tierra se confundían. Solo asomaban las puntas de las montañas más altas y allí se habían refugiado los pobres indios con sus animales mansos y con los animales salvajes.
Cuando comenzó la inundación dos de los principales caciques reunieron a su gente y enviaron mensajeros para advertir el peligro a las gentes de la tierra, los mapuches.
—Suban a las montañas, lleven sus guanacos, sus aves, sus llamas y sus pequeños ciervos, los pudúes, por que pillanes del cielo están enojados y rompen las nubes con sus espadas de fuego y el agua comienza a inundar las tierras bajas.
Así voceaban los mensajeros recorriendo pequeños caseríos. Y todos los pueblos se pusieron en camino, llevando lo más necesario. Los seguían sus guanacos, sus vicuñas, sus pavos, y los ciervos pequeños que se llaman pudú. Y detrás de ellos, entre los matorrales y los bosques, huían los pumas, los zorros y las güiñas. Ennegrecían el cielo los pájaros de la tierra y del mar. Las bandurrias y los choroyes eran los más bulliciosos. Las bandurrias parecidas a las cigüeñas, volaban en grupos de a cinco, lanzando un extraño grito semejante al sonido de un oboe; y los choroyes, desordenados y en bandadas, que ponían verde el cielo, ensordecían con sus gritos desafinados y alarmantes.
Los únicos que estaban contentos eran los peces, desde los más pequeños hasta las ballenas.
Los hombres, aislados en la cumbre de las montañas, encendían débiles fogatas bajo las rucas que construyeron. No se conseguía leña seca, todo goteaba y lloraba, y la oscuridad oprimía el corazón.
Una noche, o una mañana —no podía saberse si era de noche o de día— el toqui Pangal, que era fuerte como el puma, reunió a sus guerreros y familia y les dijo: —Tenemos que hacer una gran fogata para que le sol vuelva a iluminarnos. Si el ve nuestra señal de fuego, volverá a acordarse de nosotros y correrá las nubes y nos mandará su luz.
Todos, hasta los más pequeños, se repartieron por la montaña para recoger ramas y troncos; pero el trabajo resultaba muy peligroso a causa de la oscuridad. Temían caer al agua y ahogarse. Sin embargo, ninguno dejo de traer aunque fuera una ramita para encender un gran fuego. Y cuando las llamas se alzaron en la eterna noche, les pareció ver el sol y su alegría fue grande y cantaron y bailaron hasta que no quedaron sino brasas.
Y ocurrió algo curioso: Otro pueblo que habitaba en sus islas-montaña, al ver la fogata de Pangal y su gente, los imitaron, y pareció que la oscuridad se llenaba de estrellas de oro, encendiéndose una tras otra.
De este modo aprendieron a hacerse señas y hasta construyeron unas especies de canoas, ahuecando los troncos de los árboles más grandes, los gigantescos coihues que viven cientos de años.
Y así, se visitaron los principales caciques, entre ellos, Pangal, fuerte como un león, y Antú, que se llamaba como el Sol.
Y conversaron largas horas.
—Antú, ya no podemos sembrar y en los montes no quedan animales para cazar.
—En mi montaña se terminaron los conejos y las vizcachas; no quedan aves ni ratas. Y la leña se nos acaba. Es necesario hacer algo, Pangal.
—Sin luz no podemos embarcarnos a otras tierras para buscar el Sol.
—Todos los que mandé en busca de tierra seca y de luz, jamás volvieron —dijo Antú con tristeza.
—El Sol no quiere oírnos, y la Luna no aparece en nuestra larga noche, a pesar de los cantos y los rezos, de los sacrificios y los llantos de niños y mujeres —se quejó Pangal.
Y aunque mutuamente se consolaban y ayudaban, ninguno de los dos jefes sabía que hacer en tan terrible situación.
¿Qué pasaba en el cielo, entretanto?
LO QUE PASABA EN EL CIELO
El Sol vivía en su palacio de oro. Al amanecer, habría las puertas y buscaba el palacio de plata de la Luna para convidarla a jugar y bailar por los campos azules.
Por cierto que no siempre se encontraban y tenían una especie de juego a las escondidas.
Todos los días el Sol habría sus puertas doradas y gritaba:
—¡Eh, amigos míos! ¿dónde están? Quiero bailar con mis planetas y descubrir pálidas Lunas. ¿Dónde está mi pequeña luna, la que se esconde en el campo de la noche?
A veces la Luna estaba cerca, en su palacio de plata y venía caminando dulcemente a encontrarse con el Sol.
Y entonces jugaban a una ronda. La Luna decía:
—¿Me llamabas Sol?
—¡Te llamaba Luna! —contestaba él brillando.
—¿Jugaremos hoy?
Sol : —La ronda fortuna.
Luna : —¿Cómo es esa ronda?
Sol : —Tengo dos anillos
que son dos caminos,
uno está en el día,
el otro en la noche;
dime bella Luna,
¿cuál camino escoges?
De oro el de día
de plata el de noche.
La Luna no dudaba al decir:
—Yo escojo el de noche.
Y el sol se lanzaba tras ella, gritando:
—Corre que te pillo,
y si yo te alcanzo,
te quito el anillo.
Pero el Sol nunca podía alcanzar a la Luna y ella se iba bailando por las sombras de la noche.
Y de este modo, lo pasaban tan bien en el cielo, que no se loes ocurría mirar hacia la oscura Tierra envuelta en nubes. Suele suceder que los que son muy felices, se olvidan de pensar en los demás. Y ni un solo rayo de la alegría del cielo llegaba hasta los hombres aislados en las montañas.
EL PEQUEÑO VENADO DE YEUMAN
Pangal tenía un hijo, Yeumen, que quiere decir “valiente” en lengua mapuche. Y Antú, a su vez, tenía una hija de nombre Licán que quiere decir “piedra”, piedra sagrada.
Y Yeumen y Licán de tanto en tanto ir y venir en las canoas acompañando a sus padres, de una montaña a otra, se habían hecho muy amigos.
Cada uno tenía un animalito regalón: Licán había criado una vizcacha color piñón y Yeumen un pudú. Y siempre andaban con ellos a la siga; cuando iban con sus padres de una montaña a otra, navegando por las profundas lagunas llenas de sombras, sus animalitos iban con ellos. Un día Pangal y su hijo fueron a visitar al cacique Antú para intercambiar noticias y conversar sus problemas urgentes.
Yeumen y Licán se fueron a jugar cerca de las rucas; no se atrevían a alejarse en la gran noche que siempre los rodeaba.
El pequeño pudú, en cambio, no tenía miedo de la oscuridad ni del constante rumor de la lluvia; con sus sensibles orejas, alertas como antenas, y su piel nerviosa, parecía estar lleno de ojos que adivinaban lo que había más allá. De pronto el animalito dio un gran salto con sus patas cortas y como si lo llamaran, desapareció por un sendero que subía por la montaña.
—¿Qué haces? —gritó Yeumen—. ¡Vuelve, vuelve acá, pudú!
Licán abrazó con fuerza su vizcacha y ambos niños llamaron largamente al venado, pero éste no regresó.
Cuando llegó el momento de partir, Yeumen pidió a su padre quedarse por una jornada en la montaña de sus amigos a ver si volvía su pudú. Antú y Pangal, viendo la preocupación del niño, estuvieron de acuerdo.
—El venado volverá pronto, estos animalitos necesitan ir a la selva que es su gran ruca —dijo Pangal.
—¿No se lo comerá el puma? —preguntó Yeumen con temor.
—En nuestra montaña solo quedan dos parejas de pumas y otras de zorros. Los dejamos vivir para que no desaparezcan de nuestro bosque cuando algún día brille de nuevo la luz. Y un pudú sabe defenderse muy bien, con su rapidez y su buen oído.
Yeumen no se tranquilizó del todo; pero pasó un sueño y volvió a comenzar el trabajo y el venado no apareció.
Y cuando Licán y su amigo intentaron penetrar por el boscoso senderillo, la vizcacha escapó de los brazos de su ama y desapareció por el mismo rastro del pudú.
Licán se afligió mucho, buscando y llamando a su vizcacha; ambos niños se sentían muy tristes, porque sus animales eran sus compañeros que no solo les servían de consuelo sino también de abrigo en la fría noche lluviosa en que vivían.
Yeumen trató de consolar a su amiga y ella recordó de pronto algo:
—Hace mucho tiempo, cuando recién llegamos a la montaña y había un poco de luz todavía, yo subí por ese camino y llegué a una cumbre desde donde vi la Luna.
—¿Cómo? ¿Viste la Luna? —exclamó el niño con asombro.
—A veces creo que lo soñé; cuando se lo conté a mi mamá, ella no lo creyó y nadie en la tribu lo creyó tampoco. Pero yo me acuerdo del camino, de las piedras y las grietas —continuó Licán. Y sin pensarlo mucho, como ambos niños querían recuperar sus animalitos, avanzaron por el sendero misterioso que también los atraía.
—Si allá arriba encontramos a la Luna, le pediremos que nos alumbre de nuevo --dijo Licán.
—Y que nos mande un poco de su tibia luz —afirmó Yeumen.
Y ambos desaparecieron, igual que el pudú y la vizcacha, montaña arriba.
LA MONTAÑA DE LA LUNA
Durante muchas horas, tal vez más de un día, los niños treparon sin descansar. Sus ponchos estilaban bajo la lluvia, haciéndose pesados. Quedaron atrás los bosques y aparecieron las primeras manchas de nieve. A pesar del frío y del peligro de grietas y quebraduras, continuaron subiendo. Cada vez el cielo estaba más luminoso y esto los entusiasmaba. Licán advertía cada accidente de la ruta y les fue fácil llegar a la cumbre. Y una vez en la punta de la montaña, vieron el ancho cielo azul por donde navegaba una que otra nube. Un gran silencio, lleno de una voz nueva, la del viento, llenó sus oídos acostumbrados al rumor del agua. Yeumen se puso a gritar, maravillado:
—¡El cielo es azul, azul!
Licán reía y brincaba, batiendo sus manos:
—Yo sabía que este camino llegaba al cielo.
Miraron luego a su alrededor, pero no vieron ni huella ni sombra de sus animales regalones.
—Han saltado a la Luna —aseguró Licán—. Por aquí pasa muy cerca de la tierra y dando un buen salto, se puede llegar hasta ella.
—La tierra oscura y fría los debe haber cansado —reflexionó Yeumen—, por eso prefirieron irse a los prados tibios de la Luna.
Se quedaron en silencio, llenándose los ojos de color azul. Yeumen preguntó:
—¿Te acuerdas Licán, por cuál lado del cielo aparece la Luna?
—No, no me acuerdo. Pero tú puedes mirar hacia allá mientras yo miro hacia acá —y la niña señalaba el oriente y el poniente, el lado derecho y el lado izquierdo.
Y cuando los dos se instalaron a contemplar su lado del cielo, aparecieron sin anunciarse, avanzando lentos y brillantes, dos pequeños asteroides, uno rojo y otro azul. Con el pestañeo de sus luces, parecían conversar:
—Viene bailando la Luna Luna —decía el Azul.
—Trae en su cara la luz del Sol —contestaba el Rojo.
—La Luna viene con su farol —canturreaba el Azul.
—La Luna Luna con su arrebol —reía el Rojo.
A los niños les parecía maravilloso ver estrellas y no apartaban la mirada del cielo. Oscurecía y el brillo iba aumentando.
—Soy asteroide del señor Sol —declaró el Rojo con un fuerte destello.
—La bella Luna me dio el color —agregó el Azul.
Los niños se codearon, secreteándose:
—¿Cuál te gusta más, Yeumen?
—El Rojo, que sigue al Sol.
—A mi me gusta el Azul con su color de Luna —decidió Licán.
Una claridad creciente por el lado oriental de la montaña anunció la llegada de la Luna. Los asteroides se pusieron más chispeantes, de puro nerviosos. Muy pronto la Luna llenó el cielo frente a los niños y bostezó:
—Me quedé dormida. Hace rato que el sol me espera en la puerta de la tarde.
Yeumen y Licán empezaron a hacerle señas y llamarla:
—¡Luna, Lunita, Luna!
El asteroide Azul se sobresaltó:
—Oigo unas voces que te llaman, Luna.
—¿Quién puede ser, hermano Azul?
—Dos notas, dos cantos, los oigo allá abajo, donde hay un mundo lleno de nubes.
—¿Hay un mundo bajo ese manto negro?
—Sí, Luna, un mundo olvidado del cielo —aseguró el Rojo.
—Está lleno de agua --anunció el Azul.
—Pero ¿quién puede llamarme desde tan lejos? —retumbó la Luna.
El Azul le recordó:
—Tal vez sea otro venado. ¿Te acuerdas, Luna, que hace un tiempo, saltó a tus brazos un pequeño pudú?
—Sí, fue anteayer —exclamó la Luna—. Saltó a mi falda huyendo de un planeta oscuro; tenía el pulso muy agitado y aún lo siento palpitar en mi mejilla, donde me dejó una mancha.
El Rojo, que tenía el ojo vivo, descubrió la cima de la montaña que se asomaba entre las nubes:
—Miren, algo aparece allá abajo, ¿lo ves, madre Luna?
Ella enfocó su suave mirada hacia la Tierra y exclamó:
—¡Veo una rotura entre las nubes, un asteroide blanco, una isla que da vuelta, un cono que pincha el cielo!
—Es un volcán de la Tierra —explicó el Rojo— y hay dos pequeños ciervos en la cumbre llamando “Luna, Luna”.
—Me acercaré a ellos y así tendré en mis llanuras tres venados corredores —dijo la Luna, empezando a bajar.
La Luna se puso a la altura de la montaña donde Licán y Yeumen estaban parados.
—Pequeños ciervos —les dijo—, ¿quieren saltar, acaso a mi falda?
Yeumen advirtió muy serio:
—Señora Luna, no somos ciervos, ni venados, ni vizcachas, ni conejos. Somos niños.
—Sí —interrumpió Licán—, yo soy la hija del toqui Antú, que se llama como el Sol.
—Y yo soy Yeumen, hijo del toqui Pangal, que se llama como el león.
La Luna se quedó muy sorprendida y sólo atinó a murmurar:
—¿Quieren jugar con el pequeño ciervo que anteayer saltó a mi falda?
—Y también queremos ver a la vizcacha color piñón que se debe haber escondido en un cráter –dijo Licán.
Como la Luna se quedara sin saber qué contestar, Yeumen explicó:
—Nuestros animales regalones huyeron de nuestra tierra porque está helada y llena de agua, y nunca para la lluvia. Nosotros los seguimos hasta aquí para que tú nos ayudes, Luna, y nos des un poco de luz tibia.
La Luna pensó un momento:
—Ustedes viven en ese planeta oscuro y quieren que yo les dé algo de mi luz. Pero esta luz me la dio mi esposo, el Sol, y yo no puedo regalarla sin su permiso. ¿Qué diría?
Yeumen suplicó entonces:
—Sólo te pedimos un pequeño rayo, nada más. Allá, bajo las nubes, viven los pueblos de los hombres sin tener con qué alumbrarse. Los mares suben sin cesar y las lagunas se juntan con los mares. No podemos sembrar y sin el Sol, ningún fruto madura y pronto moriremos de hambre y frío.
La Luna sintió mucha pena al oír estas noticias.
—Señora Luna, tú y el Sol se olvidaron de la Tierra —agregó Licán—. Ustedes juegan con la luz, pero nosotros no tenemos más que unas chispas de fuego.
La Luna se sintió cada vez más compadecida:
—Si yo les doy un poco de mi luz, ¿qué me darán ustedes a cambio? –preguntó.
—Nuestros animales regalones —gritaron los niños—. ¡El pudú de Yeumen y la vizcacha de Licán serán tuyos para siempre!
La Luna asintió aceptando y decidió bajar en seguida a la Tierra, para regalar a los hombres un poco de su luz.
Los asteroides se sintieron alarmados y lanzaron destellos advirtiendo a la Luna que era muy peligroso bajar a un planeta desconocido. Pero ella les ordenó que cuidaran su palacio de plata, y que no dijera nada al Sol, porque regresaría en seguida.
Y mientras decía: “No tardaré ni un segundo en volver al cielo”, piso la punta de la montaña y los niños le ayudaron a bajar por el sendero.
Al verla desaparecer bajo las nubes, el asteroide Rojo murmuró:
—La Luna bajó a la Tierra y el Sol se quedará esperándola.
—¿Qué le diremos ahora? —suspiró el Azul muy asustado.
Y como estaban obligados a seguir su camino, desaparecieron por el cielo, en dirección al Sol, temblando como dos pequeñas chispas.
LA LUNA BAJO LA LLUVIA
La Luna nunca había sentido el ruido de la lluvia, no conocía el rumor de los bosques cuando cada hoja gotea; tampoco se había salpicado los zapatos de cabritilla blanca ni menos la falda y la cara. Al sentir el agua helada que corría por sus mejillas y sus manos, se asustó:
—¡Qué fría y oscura es esta tierra! —dijo temblando—. Siento que mi luz se enfría.
—Cúbrela bajo tu falda –aconsejó Yeumen.
—Yo te ayudaré con mis manos para que no se moje —ofreció Licán.
Pero la lluvia era tan penetrante, que la luz, regalo del Sol, aunque conservó su brillo, se fue enfriando sin remedio.
Desde ese día la luz de la Luna se heló para siempre. Así cuentan los antiguos.
Terminaron de bajar la montaña y corrieron a protegerse en una gruta que Licán conocía. Y toda la caverna se llenó de luz azul, mansa y radiante, aunque fría. La Luna estaba muy triste, pensando en lo que diría el Sol cuando supiera que había bajado sin su permiso al planeta negro y que su regalo había perdido el calor; pero los niños se sentían felices y saltaban por toda la gruta, jugando con sus nítidas sombras. ¡Hacía tanto tiempo que vivían en la oscuridad, que hasta habían olvidado que los cuerpos echan sombras!
Y mientras Yeumen y Licán trataban de consolar a la Luna, la luz de su farol resbaló fuera de la gruta y atravesó los bosques, llegando hasta las aldeas. Brilló en las aguas de los mares y de los lagos que se juntaban con los mares, y los hombres vieron de nuevo la deseada luz, aunque era fría y más pálida que la del Sol.
Pangal y Antú, que estaban muy intranquilos con la desaparición de sus hijos, siguieron el rastro de la luz y llegaron a la boca de la gruta. Deslumbrados, al comienzo no veían lo que ocurría adentro. Pero los niños descubrieron a sus padres y corrieron a echarse en sus brazos y a contarles sus aventuras.
Antú exclamó:
—¡Hijos! ¡Los espíritus protectores los han traído de nuevo junto a nosotros!
—¡Gracias que han vuelto sanos y salvos!
Yeumen contó luego:
—La Luna bajó con nosotros por la montaña para darnos su luz que el Sol le había regalado; pero la lluvia enfrió su fuego.
—Y por eso nos escondimos en esta gruta —agregó Licán—, porque el Sol se va a enojar cuando descubra que su luz se enfrió.
Antú se alarmó:
—¿Qué dices, niña? Sería terrible que el Sol se enojara aún más de lo que está, porque entonces todos moriremos de seguro.
Pangal tranquilizó a su amigo:
—La Luna bajó porque es compasiva. Gocemos de la luz que nos ha traído, démosle las gracias a nuestra madre de la noche, que ilumina las aguas y las tierras.
—Yo creo que el Sol la va a perdonar —dijo Yeumen.
—Sí, porque ella bajó para consolarnos —gritó Licán.
—Pangal y yo cuidaremos de la Luna hasta que el Sol venga a buscarla —concluyó Antú.
Y tomando a la Luna de la mano, la condujeron a través de los bosques junto a las rucas, donde la sentaron para que secara sus vestidos junto a una gran fogata. Y ella ilumino los valles y las cumbres que durante tanto tiempo estuvieron a oscuras.
EL ENOJO DEL SOL
Entretanto, en el cielo, el sol dormía tranquilo en su palacio.
Los asteroides llegaron al pie de las escalinatas doradas sin atreverse a hacer el menor ruido.
El Rojo susurró:
—El Sol aún no despierta.
—Sus puertas están cerradas, por suerte —dijo el Azul, más pálido que nunca. En el fondo se sentía más responsable por ser el asteroide de la Luna.
—Cantemos para que despierte —propuso el Rojo,
—Ojalá lo haga de buen humor.
—La noticia que le daremos no es muy buena —dijo el Rojo.
—Tenemos que ser muy prudentes.
—¿Y cómo podremos serlo? —preguntó el Rojo.
—Contándole muy de a poco que la Luna, su mujer...
—Cállate, no digas nada —se asustó el Rojo.
—Bueno, bueno —dijo el Azul animándose un poco—, podríamos cantarle una canción de cuna y así...
—Bueno, a cantar entonces.
Se pusieron a girar en torno al palacio entonando
“Duerme, duerme, duerme,
sueña con la Luna
un hermoso cuento.
Por una montaña
la luna bajó,
sus pies se mojaron,
se manchó el vestido,
luego se enfrió.
Duerme, duerme, duerme.
Caía la lluvia,
la Luna lloraba
y no había nadie
que la consolara.
Duerme, duerme, duerme”.
No acababan de cantar el último “duerme”, cuando el Sol abrió bruscamente sus puertas llenando el cielo con sus rayos. Estaba de muy buen humor.
—¿A qué están jugando los pequeños asteroides? —preguntó.
Pero ellos se taparon la cara, sin saber qué decir.
—¿Han hecho algo malo? —dijo el Sol con cara bonachona, dispuesto a perdonar las diabluras de los pequeños planetas.
Ellos negaron con la cabeza.
—Entonces —exclamó el Sol— quiere decir que ha pasado algo malo—. Y su cara ya no era tan alegre.
Los asteroides se apresuraron a indicar que sí.
—Y ustedes tienen miedo de que yo me enoje —agregó el sol, poniéndose más rojo.
Los dos asintieron con más fuerza y se volvieron de espaldas.
—Ustedes estaban cantando algo... Tengo mal oído, ya lo sé, en cambio mi vista nunca me engaña.
Los asteroides se echaron a temblar, abrazados.
—¡Eso es, querían prepararme el ánimo! Si ustedes no quieren hablar, tendré que adivinarlo entonces! —gritó el Sol, molesto—. ¡Qué par de cobardes son, criaturas enclenques! A ver... ¡Se acerca un Cometa venenoso! No, no es eso. ¡Se reventó un planeta, apareció otro sol!
Los asteroides todo lo negaban, cada vez más nerviosos, viendo que el Sol enrojecía a cada ocurrencia.
—Se me pasó la mano con la lluvia de rayos ultravioletas, la Tierra cambió de órbita...
Al oír nombrar a la Tierra, los asteroides dieron un salto y miraron al sol aterrados.
—¡Ah, por fin, ¿qué pasó en la Tierra?
—Nosotros no tenemos la culpa —balbuceó el Azul.
—Nosotros vimos, no más... Claro que la Tierra no se ve, la tapan las nubes y...
—¡Digan de una vez qué pasó con la Tierra! —rugió el Sol.
—Hace tiempo que no se ve... sólo una montaña, a veces...
—¿Qué pasa con sus montañas? ¿Hay algún volcán en erupción? —interrumpió el sol ante los balbuceos del Rojo.
—No, no —tembló el Azul—, es que vimos la montaña de la Luna y...
—Ah, si no es más que eso... ¿Podrían ir a buscar a la pequeña Luna? Creo que está un poco atrasada y quiero saludarla.
Los asteroides volvieron a abrazarse con espanto.
—¿Cómo? ¡No me digan que le ha pasado algo a la Luna! ¡Y que tiene que ver con la Tierra! Ustedes van a hablar, si no quieren que los reviente.
El Rojo, más fuerte que el azul, decidió empezar:
—Sí, padrecito Sol, la Luna bajó a la Tierra.
—¿Bajó a la Tierra? –bramó el Sol escandalizado.
—Tuvo pena de los hombres que hace mucho tiempo no te ven padre.
El Sol se asustó un poco, y con el susto le dio más rabia:
—La Luna corre peligro en ese planeta lluvioso y oscuro, entre criaturas irresponsables.
¡Hasta pueden apagarla!
—Si quieres, yo la voy a buscar —ofreció el Azul.
—No, ustedes se apagarían antes que ella. Yo mismo bajaré a buscar a mi pequeña Luna y si los hombres le han hecho algún daño, ¡quemaré la Tierra, la incendiaré como paja, la reventaré como un cohete! ¡Uff!
Furioso el Sol se alejó, mientras los asteroides se quedaron tiritando de susto.
—¡Qué enojado está nuestro padre! —gimió el Azul
—Por suerte se fue y no nos hizo nada —se consoló el Rojo.
—Pobre Tierra, cubierta de nubes, ahora sí que va a estar iluminada —comentó el Rojo.
Y como no tuvieron mucho más que hablar, ambos se pusieron a limpiar los palacios del Sol y de la Luna.
El Azul se puso a sacudir el de su señora del polvo de las estrellas y el Rojo, a su vez, empezó a barrer las cenizas del palacio del Sol.
—¡Es tan fumador nuestro padrecito! —comentó, soplando delicadamente para no estornudar.
LA TIERRA SE PONE AZUL
Mientras en el cielo el Sol lanzaba chispas de preocupación y de rabia por lo que hubiera podido pasarle a la Luna, ella en la Tierra, lloraba sin consuelo; había vuelto a la gruta y no quería salir de allí. Sus lágrimas se transformaban en luz azul, mientras canturreaba con tristeza:
Ay mi anillo de oro,
mi anillo de Sol
en hilo de plata
se me convirtió.
Me lo había dado
en prenda de amor.
Yeumen y Licán corrían por la selva, sin temor.
—Mira, Licán, cada gota parece una luciérnaga. La Luna, con sus pies pequeños, las encendió —gritaba el niño contemplando las gotas de lluvia que pendían de las ramas.
—Ha dejado de llover, todo está lleno de un silencio nuevo, donde ha otras voces... ¿Oyes cómo galopa tu venado por el delantal de la Luna, como una sombra de cristal?
—Sí, lo oigo. Y tú debes oír cómo rasguña tu vizcacha los zapatos manchados de barro de la Luna —dijo a su vez Yeumen.
Entretanto, pueblos enteros desfilaban delante de la gruta, deslumbrados por la luz plateada que salía de allí; y dejaban regalos de toda clase, joyas de plata y vasijas de leche a los pies de la pálida Luna. Esto no la consolaba, sin embargo.
Algunos decían:
—Señora Luna, gracias por iluminar las aguas. Iremos a ver los peces que saltan en los mares y lagunas.
Y otros:
—Señora Luna, iremos por los caminos difíciles, cogidos de un rayo de tu mano, a divisar bajo las olas nuestros valles.
La Luna a todo consintió, pero les pidió a cambio:
—Si por el camino encuentran al Sol, háganle un saludo en mi nombre.
Los senderos de las montañas se llenaron de gentes que acudían a mirar las extensas aguas; y algunos navegaban en sus canoas, contentos de poder ver, por fin, el mundo azul que los rodeaba. Y se escuchaban cantos y risas por todas partes.
Pangal y Antú decidieron sembrar maíz a la luz de la Luna. Cosecharían piñones plateados y avellanas rosadas.
De pronto, en medio de la fiesta y la alegría con que celebraban la luz fría de la Luna, cayó del cielo una espada de oro, un rayo muy fuerte que evaporó una laguna. Los peces quedaron saltando en el lecho de barro.
¡Qué medo sintieron los indios! Licán y Yeumen corrieron a refugiarse en la gruta de la Luna.
—Arden los bosques y las zarzas —gritaron—. Una espada de oro nos persigue incendiando lagunas y cortando ramas verdes.
La Luna rió suavemente :
—No tengan miedo, ese es el Sol, que anda buscándome. Saldré a recibirlo y con mi luz fría se calmará.
La Luna salió de la gruta y extendió sus rayos suaves, buscando los del Sol. No tardaron en encontrarse, ella en medio del agua, él en la cumbre de una montaña. Se saludaron delante de los pueblos.
—Luna, mi pequeña Luna, por fin te encuentro —exclamó el Sol—. Pero ¡qué pálida estás! Tienes los vestidos mojados y las manos frías. Ven, vámonos al cielo, a mi palacio de oro para secar tu ropa y darle calor a tu cara.
—Es verdad que tengo frío porque bajé la montaña y la lluvia enfrió mi luz; pero no te enojes, nadie me ha hecho daño.
—Te llevaré al cielo, y castigaré a la Tierra reventando sus volcanes por haber helado la luz que te regalé —relampagueó el Sol.
—Sería una injusticia y tú eres el padre de la vida. Yo misma quise baja para dar un poco de luz a los pueblos mapuches.
—Siempre has sido un poco aventurera y porfiada —se quejó el Sol—; esta vez no perdonaré a los que han helado tu anillo de oro.
—No, no —suplicó la Luna—, si tú castigas a los indios, no volveré a mi palacio del cielo.
—¿Qué dices? ¿Me dejarás solo en el espacio inmenso?
—Por favor, comprende —pidió la Luna—, tú no puedes castigar a la Tierra porque la lluvia cayó sobre mí con su hielo. Tú y yo jugábamos felices en el cielo y nos olvidamos de la Tierra que se cubrió de nubes. Somos culpables, mi querido Sol.
Pero el Sol era muy porfiado y siguió alegando:
—¿Para qué necesitamos a la oscura Tierra, pequeña Luna, si somos tan felices en el cielo? Olvidémonos de ella, no nos hace falta.
Aquí la Luna veló su cara, con ligero enojo:
—Estás muy equivocado, señor mío. Mira a tu alrededor los hermosos colores de la Tierra, la variedad de sus seres, la música de sus infinitas gargantas. Oye, dueño de los planetas, las notas que canta la Tierra. Mira, una sola gota de agua es un mundo. Y una flor, ¿habías visto antes una flor?
Licán cortó una rama recién florecida y se la pasó a la Luna.
—Mira, tus rayos tibios acaban de hacer florecer el arrayán. ¿te atreverías a sacar algo tan hermoso?
—No, mi señora. Estoy empezando a descubrir la Tierra y veo que aquí todo es delicado. Cada criatura es más complicada que la relojería de los planetas.
El Sol y la Luna se pasearon mirando y asombrándose ante cada ser.
Y luego, los dos treparon por la montaña de la Luna y de un gran salto llegaron a su reino azul donde los esperaban sus palacios.
Desde entonces, cuenta la leyenda, nunca más el Sol y la Luna dejaron de alumbrar el día y la noche de la Tierra. Y la luz del Sol calienta y abriga, y la luz de la Luna quedó fría para siempre. Y en su cara blanca juegan un venado y una vizcacha que parecen manchas de sus mejillas.
La araucana, canto I
Canto I
El cual declara el asiento y descripción de la Provincia de Chile y Estado de Arauco, con las costumbres y modos de guerra que los naturales tienen; y asimismo trata en suma la entrada y conquista que los españoles hicieron hasta que Arauco se comenzó a rebelar
No las damas, amor, no gentilezas
De caballeros canto enamorados;
Ni las muestras, regalos y ternezas
De amorosos afectos y cuidados:
Mas el valor, los hechos, las proezas
De aquellos españoles esforzados,
Que a la cerviz de Arauco, no domada,
Pusieron duro yugo por la espada.
—2→
Cosas diré también harto notables
De gente que a ningún rey obedecen,
Temerarias empresas memorables
Que celebrarse con razón merecen;
Raras industrias, términos loables
Que más los españoles engrandecen;
Pues no es el vencedor más estimado
De aquello en que el vencido es reputado.
Suplícoos, gran Felipe, que mirada
Esta labor, de vos sea recebida,
Que, de todo favor necesitada.
Queda con darse a vos favorecida:
Es relación sin corromper, sacada
De la verdad, cortada a su medida;
No despreciéis el don, aunque tan pobre,
Para que autoridad mi verso cobre.
Quiero a señor tan alto dedicarlo,
Porque este atrevimiento lo sostenga,
Tomando esta manera de ilustrarlo,
Para que quien lo viere en más lo tenga:
Y si esto no bastare a no tacharlo,
A lo menos confuso se detenga,
Pensando que, pues va a vos dirigido,
Que debe de llevar algo escondido.
Y haberme en vuestra casa yo criado,
Que crédito me da por otra parte,
Hará mi torpe estilo delicado,
Y lo que va sin orden lleno de arte:
Así, de tantas cosas animado,
La pluma entregaré al furor de Marte;
Dad orejas, señor, a lo que digo,
Que soy de parte dello buen testigo.
Chile, fértil provincia, y señalada
En la región Antártica famosa,
De remotas naciones respetada
Por fuerte, principal y poderosa;
La gente que produce es tan granada,
Tan soberbia, gallarda y belicosa,
Que no ha sido por rey jamás regida
Ni a extranjero dominio sometida.
—3→
Es Chile norte sur de gran longura
Costa del nuevo mar, del Sur llamado;
Tendrá del leste a oeste de angostura
Cien millas, por lo más ancho tomado;
Bajo del polo Antártico en altura
De veinte y siete grados, prolongado
Hasta do el mar Océano y Chileno
Mezclan sus aguas por angosto seno.
Y estos dos anchos mares, que pretenden,
Pasando de sus términos, juntarse,
Baten las rocas y sus olas tienden;
Mas esles impedido el allegarse;
Por esta parte al fin la tierra hienden
Y pueden por aquí comunicarse:
Magallanes, señor, fue el primer hombre
Que, abriendo este camino, le dio nombre.
—4→
Por falta de piloto, o encubierta
Causa, quizá importante y no sabida,
Esta secreta senda descubierta
Quedó para nosotros escondida:
Ora sea yerro de la altura cierta,
Ora que alguna isleta removida
Del tempestuoso mar y viento airado,
Encallando en la boca, la ha cerrado.
Digo que norte sur corre la tierra,
Y baña la del oeste la marina;
A la banda de leste va una sierra
Que el mismo rumbo mil leguas camina;
En medio es donde el punto de la guerra
Por uso y ejercicio más se afina:
Venus y Amón aquí no alcanzan parte;
Sólo domina el iracundo Marte.
—5→
Pues en este distrito demarcado,
Por donde su grandeza es manifiesta,
Está a treinta y seis grados el Estado
Que tanta sangre ajena y propia cuesta:
Éste es el fiero pueblo no domado
Que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,
Y aquel que por valor y pura guerra
Hace en torno temblar toda la tierra.
Es Arauco, que basta, el cual sujeto
Lo más deste gran término tenía,
Con tanta fama, crédito y conceto
Que del un polo al otro se extendía,
Y puso al español en tal aprieto
Cual presto se verá en la carta mía:
Veinte leguas contienen sus mojones;
Poséenla diez y seis fuertes varones.
De diez y seis caciques y señores
Es el soberbio estado poseído,
En militar estudio los mejores
Que de bárbaras madres han nacido:
Reparo de su patria y defensores,
Ninguno en el gobierno preferido;
Otros caciques hay, mas por valientes
Son éstos en mandar los preeminentes.
Sólo al señor de imposición le viene
Servicio personal de sus vasallos,
Y en cualquiera ocasión cuando conviene
Puede por fuerza al débito apremiallos;
Pero así obligación el señor tiene
En las cosas de guerra dotrinallos,
Con tal uso, cuidado y diciplina,
Que son maestros después delta dotrina.
En lo que usan los niños, en teniendo
Habilidad y fuerza provechosa,
Es que un trecho seguido han de ir corriendo
Por una áspera cuesta pedregosa;
Y al puesto y fin del curso revolviendo
Le dan al vencedor alguna cosa:
Vienen a ser tan sueltos y alentados
Que alcanzan por aliento los venados.
—6→
Y desde la niñez al ejercicio
Los apremian por fuerza y los incitan,
Y en el bélico estudio y duro oficio,
Entrando en más edad, los ejercitan:
Si alguno de flaqueza da un indicio,
Del uso militar lo inhabilitan;
Y el que sale en las armas señalado
Conforme a su valor le dan el grado.
Los cargos de la guerra y preeminencia
No son por flacos medios proveídos,
Ni van por calidad, ni por herencia,
Ni por hacienda y ser mejor nacidos;
Mas la virtud del brazo y la excelencia,
Ésta hace los hombres preferidos;
Ésta ilustra, habilita, perficiona
Y quilata el valor de la persona.
Los que están a la guerra dedicados
No son a otros servicios constreñidos,
Del trabajo y labranza reservados
Y de la gente baja mantenidos:
Pero son por las leyes obligados
Destar a punto de armas proveídos,
Y a saber diestramente gobernallas
En las lícitas guerras y batallas.
Las armas dellos más ejercitadas
Son picas, alabardas y lanzones,
Con otras puntas largas enastadas
De la fación y forma de punzones:
Hachas, martillos, mazas barreadas,
Dardos, sargentas, flechas y bastones,
Lazos de fuertes mimbres y bejucos,
Tiros arrojadizos y trabucos.
Algunas destas armas han tomado
De los cristianos nuevamente agora,
Que el contino ejercicio y el cuidado
Enseña y aprovecha cada hora,
Y otras, según los tiempos, inventado,
Que es la necesidad grande inventora,
Y el trabajo solícito en las cosas,
Maestro de invenciones ingeniosas.
—7→
Tienen fuertes y dobles coseletes,
Arma común a todos los soldados,
Y otros a la manera de sayetes,
Que son, aunque modernos, más usados;
Grebas, brazales, golas, capacetes
De diversas hechuras encajados,
Hechos de piel curtida y duro cuero,
Que no basta ofenderle el fino acero.
Cada soldado una arma solamente
Ha de aprender y en ella ejercitarse,
Y es aquella a que más naturalmente
En la niñez mostrare aficionarse:
Desta sola procura diestramente
Saberse aprovechar, y no empacharse
En jugar de la pica el que es flechero,
Ni de la maza y flechas el piquero.
Hacen su campo, y muéstranse en formados
Escuadrones distintos muy enteros,
Cada hila de más de cien soldados,
Entre una pica y otra los flecheros,
Que de lejos ofenden desmandados
Bajo la protección de los piqueros,
Que van hombro con hombro, como digo,
Hasta medir a pica al enemigo.
Si el escuadrón primero que acomete
Por fuerza viene a ser desbaratado,
Tan presto a socorrerle otro se mete,
Que casi no da tiempo a ser notado;
Si aquél se desbarata, otro arremete,
Y estando ya el primero reformado,
Moverse de su término no puede
Hasta ver lo que al otro le sucede.
De pantanos procuran guarnecerse
Por el daño y temor de los caballos,
Donde suelen a veces acogerse,
Si viene a suceder desbaratallos:
Allí pueden seguros rehacerse,
Ofenden sin que puedan enojallos;
Que el falso sitio y gran inconveniente
Impide la llegada a nuestra gente.
—8→
Del escuadrón se van adelantando
Los bárbaros que son sobresalientes;
Soberbios cielo y tierra despreciando,
Ganosos de extremarse por valientes;
Las picas por los cuentos arrastrando,
Poniéndose en posturas diferentes,
Diciendo: «Si hay valiente algún cristiano
Salga luego adelante mano a mano».
Hasta treinta o cuarenta en compañía,
Ambiciosos de crédito y loores,
Vienen con grande y bizarría
Al son de presurosos atambores:
Las armas matizadas a porfía
Con varias y finísimas colores;
De poblados penachos adornados,
Saltando acá y allá por todos lados.
Hacen fuerzas o fuertes cuando entienden
Ser el lugar y sitio en su provecho,
O si ocupar un término pretenden,
O por algún aprieto y grande estrecho,
De do más a su salvo se defienden,
Y salen de rebato a caso hecho,
Recogiéndose a tiempo al sitio fuerte,
Que su forma y hechura es desta suerte.
Señalado el lugar, hecha la traza,
De poderosos árboles labrados
Cercan una cuadrada y ancha plaza
En valientes estacas afirmados,
Que a los de fuera impide y embaraza
La entrada y combatir, porque, guardados
Del muro los de dentro, fácilmente
De mucha se defiende poca gente.
Solían antiguamente de tablones
Hacer dentro del fuerte otro apartado,
Puestos de trecho a trecho unos troncones
En los cuales el muro iba fijado
Con cuatro levantados torreones
A caballero del primer cercado;
De pequeñas troneras lleno el muro,
Para jugar sin miedo y más seguro.
—9→
En torno desta plaza poco trecho
Cercan de espesos hoyos por de fuera:
Cual es largo, cual ancho, y cual estrecho;
Y así van, sin faltar desta manera,
Para el incauto mozo que de hecho
Apresura el caballo en la carrera
Tras el astuto bárbaro engañoso,
Que le mete en el cerco peligroso.
También suelen hacer hoyos mayores
Con estacas agudas en el suelo,
Cubiertos de carrizo, yerba y flores,
Porque puedan picar más sin recelo:
Allí los indiscretos corredores,
Teniendo sólo por remedio el cielo,
Se sumen dentro y quedan enterrados
En las agudas puntas estacados.
De consejo y acuerdo una manera
Tienen de tiempo antiguo acostumbrada;
Que es hacer un convite y borrachera
Cuando sucede cosa señalada:
Y así cualquier señor que la primera
Nueva del tal suceso le es llegada,
Despacha con presteza embajadores
A todos los caciques y señores;
Haciéndoles saber como se ofrece
Necesidad y tiempo de juntarse,
Pues a todos les toca y pertenece,
Que es bien con brevedad comunicarse:
Según el caso, así se lo encarece,
Y el daño que se sigue en dilatarse;
Lo cual, visto que a todos les conviene,
Ninguno venir puede que no viene.
Juntos, pues, los caciques del senado
Propóneles el caso nuevamente;
El cual por ellos visto y ponderado,
Se trata del remedio conveniente;
Y resueltos en uno, y decretado,
Si alguno de opinión es diferente,
No puede en cuanto al débito eximirse,
Que allí la mayor voz ha de seguirse.
—10→
Después que cosa en contra no se halla,
Se va el nuevo decreto declarando
Por la gente común y de canalla,
Que alguna novedad está aguardando:
Si viene a averiguarse por batalla,
Con gran rumor lo van manifestando
De trompas y atambores altamente,
Porque a noticia venga de la gente.
Tienen un plazo puesto y señalado
Para se ver sobre ello y remirarse,
Tres días se han de haber ratificado
En la difinición sin retratarse:
Y el franco y libre término pasado,
Es de ley imposible revocarse;
Y así como a forzoso acaecimiento
Se disponen al nuevo movimiento.
Hácese este concilio en un gracioso
Asiento de mil florestas escogido,
Donde se muestra el campo más hermoso
De infinidad de flores guarnecido:
Allí de un viento fresco y amoroso
Los árboles se mueven con rüido,
Cruzando muchas veces por el prado
Un claro arroyo limpio y sosegado,
Do una fresca y altísima alameda
Por orden y artificio tienen puesta
En torno de la plaza, y ancha rueda
Capaz de cualquier junta y grande fiesta,
Que convida a descanso, y al sol veda
La entrada y paso en la enojosa siesta:
Allí se oye la dulce melodía
Del canto de las aves y armonía.
Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta
Aquel que fue del cielo derribado,
Que como a poderoso y gran profeta
Es siempre en sus cantares celebrado:
Invocan su furor con falsa seta
Y a todos sus negocios es llamado,
Teniendo cuanto dice por seguro
Del próspero suceso o mal futuro,
—11→
Y cuando quieren dar una batalla
Con él lo comunican en su rito:
Si no responde bien, dejan de dalla,
Aunque más les insista el apetito;
Caso grave y negocio no se halla
Do no sea convocado este maldito;
Llámanle Eponamón, y comúnmente
Dan este nombre a alguno si es valiente.
Usan el falso oficio de hechiceros,
Ciencia a que naturalmente se inclinan,
En señales mirando y en agüeros,
Por las cuales sus cosas determinan:
Veneran a los necios agoreros
Que los casos futuros adivinan;
El agüero acrecienta su osadía,
Y les infunde miedo y cobardía.
Algunos destos son predicadores,
Tenidos en sagrada reverencia,
Que sólo se mantienen de loores,
Y guardan vida estrecha y abstinencia:
Estos son los que ponen en errores
Al liviano común con su elocuencia,
Teniendo por tan cierta su locura
Como nos la Evangélica Escritura.
Y estos que guardan orden algo estrecha
No tienen ley, ni Dios, ni que hay pecados;
Mas sólo aquel vivir les aprovecha
De ser por sabios hombres reputados;
Pero la espada, lanza, el arco y flecha
Tienen por mejor ciencia otros soldados;
Diciendo que el agüero alegre o triste
En la fuerza y el ánimo consiste.
En fin, el hado y clima desta tierra,
Si su estrella y pronósticos se miran,
Es contienda, furor, discordia, guerra,
Y a sólo esto los ánimos aspiran:
Todo su bien y mal aquí se encierra;
Son hombres que de súbito se aíran,
De condición feroces, impacientes,
Amigos de domar extrañas gentes.
—12→
Son de gestos robustos, desbarbados,
Bien formados los cuerpos y crecidos.
Espaldas grandes, pechos levantados,
Recios miembros, de niervos bien fornidos;
Ágiles, desenvueltos, alentados,
Animosos, valientes, atrevidos,
Duros en el trabajo, y sufridores
De fríos mortales, hambres y calores.
No ha habido rey jamás que sujetase
Esta soberbia gente libertada,
Ni extranjera nación que se jatase
De haber dado en sus términos pisada;
Ni comarcana tierra que se osase
Mover en contra y levantar espada:
Siempre fue exenta, indómita, temida,
De leyes libre y de cerviz erguida.
El potente rey Inga, aventajado
En todas las antárticas regiones,
Fue un señor en extremo aficionado
A ver y conquistar nuevas naciones;
Y por la gran noticia del Estado
A Chile despachó sus Orejones;
Mas la parlera fama desta gente
La sangre les templó y ánimo ardiente.
Pero los nobles Ingas valerosos
Los despoblados ásperos rompieron,
Y en Chile algunos pueblos belicosos
Por fuerza a servidumbre los trujeron:
A do leyes y edictos trabajosos
Con dura mano armada introdujeron,
Haciéndolos con fueros disolutos
Pagar grandes subsidios y tributos.
Dado asiento en la tierra y reformado
El campo con ejército pujante,
En demanda del reino deseado
Movieron sus escuadras adelante:
No hubieron muchas millas caminado,
Cuando entendieron que era semejante
El valor a la fama que alcanzada
Tenía el pueblo araucano por la espada.
—13→
Los Promaucaes de Maule, que supieron
El vano intento de los Ingas vanos,
Al paso y duro encuentro les salieron,
No menos en buen orden que lozanos;
Y las cosas de suerte sucedieron
Que, llegando estas gentes a las manos,
Murieron infinitos Orejones
Perdiendo el campo y todos los pendones.
Los indios Promaucaes es una gente
Que está cien millas antes del Estado,
Brava, soberbia, próspera y valiente,
Que bien los españoles la han probado:
Pero con cuanto digo, es diferente
De la fiera nación, que, cotejado
El valor de las armas y excelencia,
Es grande la ventaja y diferencia.
Los Ingas, que la fuerza conocían
Que en la provincia indómita se encierra,
Y cuán poco a los brazos ganarían
Llegada al cabo la empezada guerra;
Visto el errado intento que traían,
Desamparando la ganada tierra,
Volvieron a los pueblos que dejaron
Donde por algún tiempo reposaron.
Pues don Diego de Almagro, adelantado,
Que en otras mil conquistas se había visto,
Por sabio en todas ellas reputado,
Animoso, valiente, franco y quisto,
A Chile caminó determinado
De extender y ensanchar la fe de Cristo;
Pero llegando al fin deste camino
Dar en breve la vuelta le convino.
A sólo el de Valdivia esta vitoria
Con justa y gran razón le fue otorgada,
Y es bien que se celebre su memoria,
Pues pudo adelantar tanto su espada:
Éste alcanzó en Arauco aquella gloria,
Que de nadie hasta allí fuera alcanzada;
La altiva gente al grave yugo trujo,
Y en opresión la libertad redujo.
—14→
Con una espada y capa solamente,
Ayudado de industria que tenía,
Hizo con brevedad de buena gente
Una lucida y gruesa compañía;
Y con designio y ánimo valiente
Toma de Chile la derecha vía,
Resuelto en acabar desta salida
La demanda difícil o la vida.
Viose en el largo y áspero camino
Por hambre, sed y frío en gran estrecho;
Pero con la constancia que convino
Puso al trabajo el animoso pecho:
Y el diestro hado y próspero destino
En Chile le metieron, a despecho
De cuantos estorbarlo procuraron,
Que en su daño las armas levantaron.
Tuvo a la entrada con aquellas gentes
Batallas y recuentros peligrosos,
En tiempos y lugares diferentes,
Que estuvieron los fines bien dudosos;
Pero al cabo por fuerza los valientes
Españoles, con brazos valerosos,
Siguiendo el hado y con rigor la guerra,
Ocuparon gran parte de la tierra.
No sin gran riesgo y pérdidas de vidas
Asediados seis años sostuvieron,
Y de incultas raíces desabridas
Los trabajados cuerpos mantuvieron,
Do las bárbaras armas oprimidas
A la española devoción trujeron,
Por ánimo constante y raras pruebas
Criando en los trabajos fuerzas nuevas.
Después entró Valdivia conquistando
Con esfuerzo y espada rigurosa,
Los Promaucaes por fuerza sujetando,
Curios, Cauquenes, gente belicosa;
Y, el Maule y raudo Itata atravesando,
Llegó al Andalïen, do la famosa
Ciudad fundó de muros levantada,
Felice en poco tiempo y desdichada.
—15→
Una batalla tuvo aquí sangrienta
Donde a punto llegó de ser perdido;
Pero Dios le acorrió en aquella afrenta,
Que en todas las demás le había acorrido:
Otros dello darán más larga cuenta,
Que les está este cargo cometido;
Allí fue preso el bárbaro Ainavillo,
Honor de los Pencones y caudillo.
De allí llegó al famoso Biobío,
El cual divide a Penco del Estado,
Que del Nibequetén, copioso rió,
Y de otros viene al mar acompañado;
De donde con presteza y nuevo brío,
En orden buena y escuadrón formado
Pasó de Andalicán la áspera sierra,
Pisando la araucana y fértil tierra.
No quiero detenerme más en esto,
Pues que no es mi intención dar pesadumbre;
Y así pienso pasar por todo presto,
Huyendo de importunos la costumbre:
Digo con tal intento y presupuesto
Que antes que los de Arauco a servidumbre
Viniesen, fueron tantas las batallas,
Que dejo de prolijas de contallas.
Ayudó mucho el inorante engaño
De ver en animales corregidos
Hombres que por milagro y caso extraño
De la región celeste eran venidos:
Y del súbito estruendo y grave daño
De los tiros de pólvora sentidos,
Como a inmortales dioses los temían,
Que con ardientes rayos combatían.
Los españoles hechos hazañosos
El error confirmaban de inmortales,
Afirmando los más supersticiosos,
Por los presentes los futuros males:
Y así tibios, suspensos y dudosos,
Viendo de su opresión claras señales,
Debajo de hermandad y fe jurada
Dio Arauco la obediencia jamás dada.
—16→
Dejando allí el seguro suficiente
Adelante los nuestros caminaron;
Pero todas las tierras llanamente,
Viendo Arauco sujeta, se entregaron;
Y reduciendo a su opinión gran gente
Siete ciudades prósperas fundaron:
Coquimbo, Penco, Angol y Santiago,
La Imperial, Villa-Rica y la del Lago.
El felice suceso, la vitoria,
La fama y posesiones que adquirían
Los trujo a tal soberbia y vanagloria,
Que en mil leguas diez hombres no cabían;
Sin pasarles jamás por la memoria
Que en siete pies de tierra al fin habían
De venir a caber sus hinchazones,
Su gloria vana y vanas pretensiones.
Crecían los intereses y malicia,
A costa del sudor y daño ajeno,
Y la hambrienta y mísera codicia
Con libertad paciendo iba sin freno:
La ley, derecho, el fuero y la justicia
Era lo que Valdivia había por bueno,
Remiso en graves culpas y piadoso,
Y en los casos livianos riguroso.
—17→
Así el ingrato pueblo castellano,
En mal y estimación iba creciendo,
Y siguiendo el soberbio intento vano
Tras su fortuna próspera corriendo:
Pero el Padre del cielo soberano
Atajó este camino, permitiendo
Que aquel a quien él mismo puso el yugo
Fuese el cuchillo y áspero verdugo.
El Estado araucano acostumbrado
A dar leyes, mandar y ser temido,
Viéndose de su trono derribado,
Y de mortales hombres oprimido;
De adquirir libertad determinado,
Reprobando el subsidio padecido,
Acude al ejercicio de la espada,
Ya por la paz ociosa desusada.
Dieron señal primero y nuevo tiento
(Por ver con qué rigor se tornaría)
En dos soldados nuestros, que a tormento
Mataron sin razón y causa un día:
Disimulose aquel atrevimiento,
Y con esto crecioles la osadía;
No aguardando a más tiempo, abiertamente
Comienzan a llamar y juntar gente.
Principio fue del daño no pensado
El no tomar Valdivia presta enmienda
Con ejemplar castigo del Estado;
Pero nadie castiga en su hacienda:
El pueblo sin temor desvergonzado
Con nueva libertad rompe la rienda
Del homenaje hecho y la promesa,
Como el segundo canto aquí lo expresa.
El cual declara el asiento y descripción de la Provincia de Chile y Estado de Arauco, con las costumbres y modos de guerra que los naturales tienen; y asimismo trata en suma la entrada y conquista que los españoles hicieron hasta que Arauco se comenzó a rebelar
No las damas, amor, no gentilezas
De caballeros canto enamorados;
Ni las muestras, regalos y ternezas
De amorosos afectos y cuidados:
Mas el valor, los hechos, las proezas
De aquellos españoles esforzados,
Que a la cerviz de Arauco, no domada,
Pusieron duro yugo por la espada.
—2→
Cosas diré también harto notables
De gente que a ningún rey obedecen,
Temerarias empresas memorables
Que celebrarse con razón merecen;
Raras industrias, términos loables
Que más los españoles engrandecen;
Pues no es el vencedor más estimado
De aquello en que el vencido es reputado.
Suplícoos, gran Felipe, que mirada
Esta labor, de vos sea recebida,
Que, de todo favor necesitada.
Queda con darse a vos favorecida:
Es relación sin corromper, sacada
De la verdad, cortada a su medida;
No despreciéis el don, aunque tan pobre,
Para que autoridad mi verso cobre.
Quiero a señor tan alto dedicarlo,
Porque este atrevimiento lo sostenga,
Tomando esta manera de ilustrarlo,
Para que quien lo viere en más lo tenga:
Y si esto no bastare a no tacharlo,
A lo menos confuso se detenga,
Pensando que, pues va a vos dirigido,
Que debe de llevar algo escondido.
Y haberme en vuestra casa yo criado,
Que crédito me da por otra parte,
Hará mi torpe estilo delicado,
Y lo que va sin orden lleno de arte:
Así, de tantas cosas animado,
La pluma entregaré al furor de Marte;
Dad orejas, señor, a lo que digo,
Que soy de parte dello buen testigo.
Chile, fértil provincia, y señalada
En la región Antártica famosa,
De remotas naciones respetada
Por fuerte, principal y poderosa;
La gente que produce es tan granada,
Tan soberbia, gallarda y belicosa,
Que no ha sido por rey jamás regida
Ni a extranjero dominio sometida.
—3→
Es Chile norte sur de gran longura
Costa del nuevo mar, del Sur llamado;
Tendrá del leste a oeste de angostura
Cien millas, por lo más ancho tomado;
Bajo del polo Antártico en altura
De veinte y siete grados, prolongado
Hasta do el mar Océano y Chileno
Mezclan sus aguas por angosto seno.
Y estos dos anchos mares, que pretenden,
Pasando de sus términos, juntarse,
Baten las rocas y sus olas tienden;
Mas esles impedido el allegarse;
Por esta parte al fin la tierra hienden
Y pueden por aquí comunicarse:
Magallanes, señor, fue el primer hombre
Que, abriendo este camino, le dio nombre.
—4→
Por falta de piloto, o encubierta
Causa, quizá importante y no sabida,
Esta secreta senda descubierta
Quedó para nosotros escondida:
Ora sea yerro de la altura cierta,
Ora que alguna isleta removida
Del tempestuoso mar y viento airado,
Encallando en la boca, la ha cerrado.
Digo que norte sur corre la tierra,
Y baña la del oeste la marina;
A la banda de leste va una sierra
Que el mismo rumbo mil leguas camina;
En medio es donde el punto de la guerra
Por uso y ejercicio más se afina:
Venus y Amón aquí no alcanzan parte;
Sólo domina el iracundo Marte.
—5→
Pues en este distrito demarcado,
Por donde su grandeza es manifiesta,
Está a treinta y seis grados el Estado
Que tanta sangre ajena y propia cuesta:
Éste es el fiero pueblo no domado
Que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,
Y aquel que por valor y pura guerra
Hace en torno temblar toda la tierra.
Es Arauco, que basta, el cual sujeto
Lo más deste gran término tenía,
Con tanta fama, crédito y conceto
Que del un polo al otro se extendía,
Y puso al español en tal aprieto
Cual presto se verá en la carta mía:
Veinte leguas contienen sus mojones;
Poséenla diez y seis fuertes varones.
De diez y seis caciques y señores
Es el soberbio estado poseído,
En militar estudio los mejores
Que de bárbaras madres han nacido:
Reparo de su patria y defensores,
Ninguno en el gobierno preferido;
Otros caciques hay, mas por valientes
Son éstos en mandar los preeminentes.
Sólo al señor de imposición le viene
Servicio personal de sus vasallos,
Y en cualquiera ocasión cuando conviene
Puede por fuerza al débito apremiallos;
Pero así obligación el señor tiene
En las cosas de guerra dotrinallos,
Con tal uso, cuidado y diciplina,
Que son maestros después delta dotrina.
En lo que usan los niños, en teniendo
Habilidad y fuerza provechosa,
Es que un trecho seguido han de ir corriendo
Por una áspera cuesta pedregosa;
Y al puesto y fin del curso revolviendo
Le dan al vencedor alguna cosa:
Vienen a ser tan sueltos y alentados
Que alcanzan por aliento los venados.
—6→
Y desde la niñez al ejercicio
Los apremian por fuerza y los incitan,
Y en el bélico estudio y duro oficio,
Entrando en más edad, los ejercitan:
Si alguno de flaqueza da un indicio,
Del uso militar lo inhabilitan;
Y el que sale en las armas señalado
Conforme a su valor le dan el grado.
Los cargos de la guerra y preeminencia
No son por flacos medios proveídos,
Ni van por calidad, ni por herencia,
Ni por hacienda y ser mejor nacidos;
Mas la virtud del brazo y la excelencia,
Ésta hace los hombres preferidos;
Ésta ilustra, habilita, perficiona
Y quilata el valor de la persona.
Los que están a la guerra dedicados
No son a otros servicios constreñidos,
Del trabajo y labranza reservados
Y de la gente baja mantenidos:
Pero son por las leyes obligados
Destar a punto de armas proveídos,
Y a saber diestramente gobernallas
En las lícitas guerras y batallas.
Las armas dellos más ejercitadas
Son picas, alabardas y lanzones,
Con otras puntas largas enastadas
De la fación y forma de punzones:
Hachas, martillos, mazas barreadas,
Dardos, sargentas, flechas y bastones,
Lazos de fuertes mimbres y bejucos,
Tiros arrojadizos y trabucos.
Algunas destas armas han tomado
De los cristianos nuevamente agora,
Que el contino ejercicio y el cuidado
Enseña y aprovecha cada hora,
Y otras, según los tiempos, inventado,
Que es la necesidad grande inventora,
Y el trabajo solícito en las cosas,
Maestro de invenciones ingeniosas.
—7→
Tienen fuertes y dobles coseletes,
Arma común a todos los soldados,
Y otros a la manera de sayetes,
Que son, aunque modernos, más usados;
Grebas, brazales, golas, capacetes
De diversas hechuras encajados,
Hechos de piel curtida y duro cuero,
Que no basta ofenderle el fino acero.
Cada soldado una arma solamente
Ha de aprender y en ella ejercitarse,
Y es aquella a que más naturalmente
En la niñez mostrare aficionarse:
Desta sola procura diestramente
Saberse aprovechar, y no empacharse
En jugar de la pica el que es flechero,
Ni de la maza y flechas el piquero.
Hacen su campo, y muéstranse en formados
Escuadrones distintos muy enteros,
Cada hila de más de cien soldados,
Entre una pica y otra los flecheros,
Que de lejos ofenden desmandados
Bajo la protección de los piqueros,
Que van hombro con hombro, como digo,
Hasta medir a pica al enemigo.
Si el escuadrón primero que acomete
Por fuerza viene a ser desbaratado,
Tan presto a socorrerle otro se mete,
Que casi no da tiempo a ser notado;
Si aquél se desbarata, otro arremete,
Y estando ya el primero reformado,
Moverse de su término no puede
Hasta ver lo que al otro le sucede.
De pantanos procuran guarnecerse
Por el daño y temor de los caballos,
Donde suelen a veces acogerse,
Si viene a suceder desbaratallos:
Allí pueden seguros rehacerse,
Ofenden sin que puedan enojallos;
Que el falso sitio y gran inconveniente
Impide la llegada a nuestra gente.
—8→
Del escuadrón se van adelantando
Los bárbaros que son sobresalientes;
Soberbios cielo y tierra despreciando,
Ganosos de extremarse por valientes;
Las picas por los cuentos arrastrando,
Poniéndose en posturas diferentes,
Diciendo: «Si hay valiente algún cristiano
Salga luego adelante mano a mano».
Hasta treinta o cuarenta en compañía,
Ambiciosos de crédito y loores,
Vienen con grande y bizarría
Al son de presurosos atambores:
Las armas matizadas a porfía
Con varias y finísimas colores;
De poblados penachos adornados,
Saltando acá y allá por todos lados.
Hacen fuerzas o fuertes cuando entienden
Ser el lugar y sitio en su provecho,
O si ocupar un término pretenden,
O por algún aprieto y grande estrecho,
De do más a su salvo se defienden,
Y salen de rebato a caso hecho,
Recogiéndose a tiempo al sitio fuerte,
Que su forma y hechura es desta suerte.
Señalado el lugar, hecha la traza,
De poderosos árboles labrados
Cercan una cuadrada y ancha plaza
En valientes estacas afirmados,
Que a los de fuera impide y embaraza
La entrada y combatir, porque, guardados
Del muro los de dentro, fácilmente
De mucha se defiende poca gente.
Solían antiguamente de tablones
Hacer dentro del fuerte otro apartado,
Puestos de trecho a trecho unos troncones
En los cuales el muro iba fijado
Con cuatro levantados torreones
A caballero del primer cercado;
De pequeñas troneras lleno el muro,
Para jugar sin miedo y más seguro.
—9→
En torno desta plaza poco trecho
Cercan de espesos hoyos por de fuera:
Cual es largo, cual ancho, y cual estrecho;
Y así van, sin faltar desta manera,
Para el incauto mozo que de hecho
Apresura el caballo en la carrera
Tras el astuto bárbaro engañoso,
Que le mete en el cerco peligroso.
También suelen hacer hoyos mayores
Con estacas agudas en el suelo,
Cubiertos de carrizo, yerba y flores,
Porque puedan picar más sin recelo:
Allí los indiscretos corredores,
Teniendo sólo por remedio el cielo,
Se sumen dentro y quedan enterrados
En las agudas puntas estacados.
De consejo y acuerdo una manera
Tienen de tiempo antiguo acostumbrada;
Que es hacer un convite y borrachera
Cuando sucede cosa señalada:
Y así cualquier señor que la primera
Nueva del tal suceso le es llegada,
Despacha con presteza embajadores
A todos los caciques y señores;
Haciéndoles saber como se ofrece
Necesidad y tiempo de juntarse,
Pues a todos les toca y pertenece,
Que es bien con brevedad comunicarse:
Según el caso, así se lo encarece,
Y el daño que se sigue en dilatarse;
Lo cual, visto que a todos les conviene,
Ninguno venir puede que no viene.
Juntos, pues, los caciques del senado
Propóneles el caso nuevamente;
El cual por ellos visto y ponderado,
Se trata del remedio conveniente;
Y resueltos en uno, y decretado,
Si alguno de opinión es diferente,
No puede en cuanto al débito eximirse,
Que allí la mayor voz ha de seguirse.
—10→
Después que cosa en contra no se halla,
Se va el nuevo decreto declarando
Por la gente común y de canalla,
Que alguna novedad está aguardando:
Si viene a averiguarse por batalla,
Con gran rumor lo van manifestando
De trompas y atambores altamente,
Porque a noticia venga de la gente.
Tienen un plazo puesto y señalado
Para se ver sobre ello y remirarse,
Tres días se han de haber ratificado
En la difinición sin retratarse:
Y el franco y libre término pasado,
Es de ley imposible revocarse;
Y así como a forzoso acaecimiento
Se disponen al nuevo movimiento.
Hácese este concilio en un gracioso
Asiento de mil florestas escogido,
Donde se muestra el campo más hermoso
De infinidad de flores guarnecido:
Allí de un viento fresco y amoroso
Los árboles se mueven con rüido,
Cruzando muchas veces por el prado
Un claro arroyo limpio y sosegado,
Do una fresca y altísima alameda
Por orden y artificio tienen puesta
En torno de la plaza, y ancha rueda
Capaz de cualquier junta y grande fiesta,
Que convida a descanso, y al sol veda
La entrada y paso en la enojosa siesta:
Allí se oye la dulce melodía
Del canto de las aves y armonía.
Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta
Aquel que fue del cielo derribado,
Que como a poderoso y gran profeta
Es siempre en sus cantares celebrado:
Invocan su furor con falsa seta
Y a todos sus negocios es llamado,
Teniendo cuanto dice por seguro
Del próspero suceso o mal futuro,
—11→
Y cuando quieren dar una batalla
Con él lo comunican en su rito:
Si no responde bien, dejan de dalla,
Aunque más les insista el apetito;
Caso grave y negocio no se halla
Do no sea convocado este maldito;
Llámanle Eponamón, y comúnmente
Dan este nombre a alguno si es valiente.
Usan el falso oficio de hechiceros,
Ciencia a que naturalmente se inclinan,
En señales mirando y en agüeros,
Por las cuales sus cosas determinan:
Veneran a los necios agoreros
Que los casos futuros adivinan;
El agüero acrecienta su osadía,
Y les infunde miedo y cobardía.
Algunos destos son predicadores,
Tenidos en sagrada reverencia,
Que sólo se mantienen de loores,
Y guardan vida estrecha y abstinencia:
Estos son los que ponen en errores
Al liviano común con su elocuencia,
Teniendo por tan cierta su locura
Como nos la Evangélica Escritura.
Y estos que guardan orden algo estrecha
No tienen ley, ni Dios, ni que hay pecados;
Mas sólo aquel vivir les aprovecha
De ser por sabios hombres reputados;
Pero la espada, lanza, el arco y flecha
Tienen por mejor ciencia otros soldados;
Diciendo que el agüero alegre o triste
En la fuerza y el ánimo consiste.
En fin, el hado y clima desta tierra,
Si su estrella y pronósticos se miran,
Es contienda, furor, discordia, guerra,
Y a sólo esto los ánimos aspiran:
Todo su bien y mal aquí se encierra;
Son hombres que de súbito se aíran,
De condición feroces, impacientes,
Amigos de domar extrañas gentes.
—12→
Son de gestos robustos, desbarbados,
Bien formados los cuerpos y crecidos.
Espaldas grandes, pechos levantados,
Recios miembros, de niervos bien fornidos;
Ágiles, desenvueltos, alentados,
Animosos, valientes, atrevidos,
Duros en el trabajo, y sufridores
De fríos mortales, hambres y calores.
No ha habido rey jamás que sujetase
Esta soberbia gente libertada,
Ni extranjera nación que se jatase
De haber dado en sus términos pisada;
Ni comarcana tierra que se osase
Mover en contra y levantar espada:
Siempre fue exenta, indómita, temida,
De leyes libre y de cerviz erguida.
El potente rey Inga, aventajado
En todas las antárticas regiones,
Fue un señor en extremo aficionado
A ver y conquistar nuevas naciones;
Y por la gran noticia del Estado
A Chile despachó sus Orejones;
Mas la parlera fama desta gente
La sangre les templó y ánimo ardiente.
Pero los nobles Ingas valerosos
Los despoblados ásperos rompieron,
Y en Chile algunos pueblos belicosos
Por fuerza a servidumbre los trujeron:
A do leyes y edictos trabajosos
Con dura mano armada introdujeron,
Haciéndolos con fueros disolutos
Pagar grandes subsidios y tributos.
Dado asiento en la tierra y reformado
El campo con ejército pujante,
En demanda del reino deseado
Movieron sus escuadras adelante:
No hubieron muchas millas caminado,
Cuando entendieron que era semejante
El valor a la fama que alcanzada
Tenía el pueblo araucano por la espada.
—13→
Los Promaucaes de Maule, que supieron
El vano intento de los Ingas vanos,
Al paso y duro encuentro les salieron,
No menos en buen orden que lozanos;
Y las cosas de suerte sucedieron
Que, llegando estas gentes a las manos,
Murieron infinitos Orejones
Perdiendo el campo y todos los pendones.
Los indios Promaucaes es una gente
Que está cien millas antes del Estado,
Brava, soberbia, próspera y valiente,
Que bien los españoles la han probado:
Pero con cuanto digo, es diferente
De la fiera nación, que, cotejado
El valor de las armas y excelencia,
Es grande la ventaja y diferencia.
Los Ingas, que la fuerza conocían
Que en la provincia indómita se encierra,
Y cuán poco a los brazos ganarían
Llegada al cabo la empezada guerra;
Visto el errado intento que traían,
Desamparando la ganada tierra,
Volvieron a los pueblos que dejaron
Donde por algún tiempo reposaron.
Pues don Diego de Almagro, adelantado,
Que en otras mil conquistas se había visto,
Por sabio en todas ellas reputado,
Animoso, valiente, franco y quisto,
A Chile caminó determinado
De extender y ensanchar la fe de Cristo;
Pero llegando al fin deste camino
Dar en breve la vuelta le convino.
A sólo el de Valdivia esta vitoria
Con justa y gran razón le fue otorgada,
Y es bien que se celebre su memoria,
Pues pudo adelantar tanto su espada:
Éste alcanzó en Arauco aquella gloria,
Que de nadie hasta allí fuera alcanzada;
La altiva gente al grave yugo trujo,
Y en opresión la libertad redujo.
—14→
Con una espada y capa solamente,
Ayudado de industria que tenía,
Hizo con brevedad de buena gente
Una lucida y gruesa compañía;
Y con designio y ánimo valiente
Toma de Chile la derecha vía,
Resuelto en acabar desta salida
La demanda difícil o la vida.
Viose en el largo y áspero camino
Por hambre, sed y frío en gran estrecho;
Pero con la constancia que convino
Puso al trabajo el animoso pecho:
Y el diestro hado y próspero destino
En Chile le metieron, a despecho
De cuantos estorbarlo procuraron,
Que en su daño las armas levantaron.
Tuvo a la entrada con aquellas gentes
Batallas y recuentros peligrosos,
En tiempos y lugares diferentes,
Que estuvieron los fines bien dudosos;
Pero al cabo por fuerza los valientes
Españoles, con brazos valerosos,
Siguiendo el hado y con rigor la guerra,
Ocuparon gran parte de la tierra.
No sin gran riesgo y pérdidas de vidas
Asediados seis años sostuvieron,
Y de incultas raíces desabridas
Los trabajados cuerpos mantuvieron,
Do las bárbaras armas oprimidas
A la española devoción trujeron,
Por ánimo constante y raras pruebas
Criando en los trabajos fuerzas nuevas.
Después entró Valdivia conquistando
Con esfuerzo y espada rigurosa,
Los Promaucaes por fuerza sujetando,
Curios, Cauquenes, gente belicosa;
Y, el Maule y raudo Itata atravesando,
Llegó al Andalïen, do la famosa
Ciudad fundó de muros levantada,
Felice en poco tiempo y desdichada.
—15→
Una batalla tuvo aquí sangrienta
Donde a punto llegó de ser perdido;
Pero Dios le acorrió en aquella afrenta,
Que en todas las demás le había acorrido:
Otros dello darán más larga cuenta,
Que les está este cargo cometido;
Allí fue preso el bárbaro Ainavillo,
Honor de los Pencones y caudillo.
De allí llegó al famoso Biobío,
El cual divide a Penco del Estado,
Que del Nibequetén, copioso rió,
Y de otros viene al mar acompañado;
De donde con presteza y nuevo brío,
En orden buena y escuadrón formado
Pasó de Andalicán la áspera sierra,
Pisando la araucana y fértil tierra.
No quiero detenerme más en esto,
Pues que no es mi intención dar pesadumbre;
Y así pienso pasar por todo presto,
Huyendo de importunos la costumbre:
Digo con tal intento y presupuesto
Que antes que los de Arauco a servidumbre
Viniesen, fueron tantas las batallas,
Que dejo de prolijas de contallas.
Ayudó mucho el inorante engaño
De ver en animales corregidos
Hombres que por milagro y caso extraño
De la región celeste eran venidos:
Y del súbito estruendo y grave daño
De los tiros de pólvora sentidos,
Como a inmortales dioses los temían,
Que con ardientes rayos combatían.
Los españoles hechos hazañosos
El error confirmaban de inmortales,
Afirmando los más supersticiosos,
Por los presentes los futuros males:
Y así tibios, suspensos y dudosos,
Viendo de su opresión claras señales,
Debajo de hermandad y fe jurada
Dio Arauco la obediencia jamás dada.
—16→
Dejando allí el seguro suficiente
Adelante los nuestros caminaron;
Pero todas las tierras llanamente,
Viendo Arauco sujeta, se entregaron;
Y reduciendo a su opinión gran gente
Siete ciudades prósperas fundaron:
Coquimbo, Penco, Angol y Santiago,
La Imperial, Villa-Rica y la del Lago.
El felice suceso, la vitoria,
La fama y posesiones que adquirían
Los trujo a tal soberbia y vanagloria,
Que en mil leguas diez hombres no cabían;
Sin pasarles jamás por la memoria
Que en siete pies de tierra al fin habían
De venir a caber sus hinchazones,
Su gloria vana y vanas pretensiones.
Crecían los intereses y malicia,
A costa del sudor y daño ajeno,
Y la hambrienta y mísera codicia
Con libertad paciendo iba sin freno:
La ley, derecho, el fuero y la justicia
Era lo que Valdivia había por bueno,
Remiso en graves culpas y piadoso,
Y en los casos livianos riguroso.
—17→
Así el ingrato pueblo castellano,
En mal y estimación iba creciendo,
Y siguiendo el soberbio intento vano
Tras su fortuna próspera corriendo:
Pero el Padre del cielo soberano
Atajó este camino, permitiendo
Que aquel a quien él mismo puso el yugo
Fuese el cuchillo y áspero verdugo.
El Estado araucano acostumbrado
A dar leyes, mandar y ser temido,
Viéndose de su trono derribado,
Y de mortales hombres oprimido;
De adquirir libertad determinado,
Reprobando el subsidio padecido,
Acude al ejercicio de la espada,
Ya por la paz ociosa desusada.
Dieron señal primero y nuevo tiento
(Por ver con qué rigor se tornaría)
En dos soldados nuestros, que a tormento
Mataron sin razón y causa un día:
Disimulose aquel atrevimiento,
Y con esto crecioles la osadía;
No aguardando a más tiempo, abiertamente
Comienzan a llamar y juntar gente.
Principio fue del daño no pensado
El no tomar Valdivia presta enmienda
Con ejemplar castigo del Estado;
Pero nadie castiga en su hacienda:
El pueblo sin temor desvergonzado
Con nueva libertad rompe la rienda
Del homenaje hecho y la promesa,
Como el segundo canto aquí lo expresa.
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