Carta de Serafina
Estimada señora Angélica:
No le escribí antes porque, como usted sabe, yo no sé leer ni escribir. Menos mal que la encontré a la señorita Marta que es maestra y me ofreció a hacerme este favor. Pero con una condición, le dije yo, usted pone todo lo que yo le dicte porque si no la carta no va a tener ningún valor, ¿no le parece señora?
Usted habrá pensado muy mal de mí y con toda razón, señora Angélica. Yo me acuerdo cómo se quejaba de su hija Margarita que nunca se acordaba de mandarle una carta desde Brasil, eso que tenía tiempo para escribirle… con dos sirvientas y hasta un chofer que podía llevarle la correspondencia al correo.
La verdad es que por estos pagos no hay muchos que sepan escribir. Mi mamá y mi papá, bueno… ella lava todo el día y él llega cuando ya no le entra más vino en el cuerpo, pero igual no saben. Y mis pobres hermanitos recién ahora van a empezar a ir a la escuela ya que esta maestra tan buena se va a encargar de ablandarles la cabeza.
De salud todos bien y agradecidos por las ropitas que les traje, ésas que al niño Oscar no le iban. Mi mamá enloquecida con el saco, claro que para lo que ella sale... ¡un terciopelo tan lindo!
Yo le dije a mi mamá eso que usted me dijo: que lo echara a mi papá de la casa si seguía tomando, y así, un poco con lo que gana ella y otro poco con lo que gane yo, nos arreglaríamos para tener un hogar decente.
Pero señora, ella no entendió. Abrió los ojos así de grandes, me dio una cachetada que me hizo dar vuelta la cara y me contestó: Si vos supieras quién fue tu padre te lavarías la boca antes de hablar mal de él.
Y me señaló el rancho, y la huerta, y el gallinero y el pozo del agua y siguió retándome: Todo eso lo hizo él con sus manos, sin la ayuda de nadie. Y soñó lo mejor para mí y para sus hijos pero la pobreza no lo dejó levantar cabeza... y al final mirá en lo que se convirtió... Dios nos mandó muchos hijos y a todos había que darles de comer, vestirlos y qué se yo…
Y a vos cuando eras chica te compramos una muñeca ¡nueva! Pero después los dueños del aserradero lo vendieron y se fueron y la gente que lo compró sacó todo y lo convirtió en una quinta de fin de semana.
Usted sabe, señora Angélica, yo me acuerdo de lo linda que era esa quinta. Ahora está abandonada porque los dueños no vienen nunca, pero antes venían los fines de semana con los chicos y yo los espiaba cuando se bañaban en la pileta y una vez hasta me dejaron entrar y me dieron masitas, una con crema y todo.
Le quería decir que al Pancho no lo encontré, se fue conchabado a Buenos Aires, pero no se preocupe señora porque yo ya no lo quiero más y es mejor que no esté. Igual él quién sabe si me seguía queriendo…
Y también le quería decir que yo no soy una ladrona, como seguramente pensó cuando vio que le faltaba el pañuelo azul del niño Ricardo, ese que siempre llevaba abrazado a su cuello, y el frasco de colonia que él se ponía después del baño... pero vea, señora, yo le voy a explicar... Cuando usted me dijo que era mejor que me viniera con mi mamá y que a lo mejor el Pancho al verme así se casaba conmigo, yo no le quise decir nada a usted para no preocuparla, porque usted siempre fue tan buena y bastantes preocupaciones tiene con los disgustos que le dan a sus hijos, que una no escribe y el otro anda siempre como bala perdida.
Pero mire, el niño Ricardo no es malo, son las juntas ¿sabe? Yo lo conozco bien y él es muy dulce y muy sentido, tiene esos ojos verdes tan lindos que no pueden ser los de un hombre malo.
Dígale de parte mía que yo no estoy enojada… que le voy a mandar el pañuelo y el frasco de colonia con lo que queda, si quiere. Yo me los traje de zonza que soy, para tener un recuerdo de su casa, señora, porque el clavel que el niño me regaló para mi cumpleaños se secó y la cocinera lo tiró a la basura.
Y también quería decirle, señora Angélica, que mi mamá se enojó pero no mucho y que ella me va a cuidar el nene cuando vuelve de lavar así yo voy a hacer trabajos de limpieza en las casas del pueblo. Es un nene muy lindo, si viera… tiene los ojitos verdes y es muy buenito. Me hubiera gustado que usted fuera la madrina, pero como está tan lejos, me salió de madrina la señorita Marta. Se llama Ricardo. Muchos piensan que el Pancho tuvo la culpa, que cuando vine para los carnavales…pero le voy a decir la verdad: él no tuvo nada que ver. El padre es otro y tengo jurado no decirlo nunca. Y aunque me maten no lo voy a decir.
Bueno, señora Angélica, me despido de usted con todo respeto, con saludos, y cuando tenga alguna cosita que no le sirva ya sabe que a nosotros todo nos viene bien.
Serafina.
Publicado en Cuentos para leer sin rimmel, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1971.
Autora: Poldy Bird.
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